martes, 7 de mayo de 2013

Carta 6


Cartas en Montreal VI

QUE TRATA DEL FUERTE GOLPE AL HÍGADO QUE SUFRE AGAPO BUENDÍA POR PARTE DE KARLA Y QUE LO DEJARÁ NOQUEADO EL RESTO DEL DÍA.

Era el segundo día de la gran batalla. Me había esforzado por llegar temprano a la Academia para preparar mi terreno y poder maniobrar como antiguo general de guerra, con el clima y suelo a mi favor. Entré al salón creyendo ser el primero y con toda la seguridad que siente el dueño del terreno, pero lo primero que vi me paró en seco, Karla estaba sentada en mi lugar. ¡En mi lugar! ¿Por qué? ¿Qué hacía ahí? Mi enemiga ocupando mi sitio deliberadamente, con toda la alevosía. En donde me siento, esfuerzo y trabajo. En donde controlo mi hábitat. Ocupado por mi contrincante. ¡Qué inteligente estrategia! Ese era un excelente golpe hacia mi estado anímico. No me quedaba más que sentarme a un lado de la Amable Japonesa y fingir con todas mis dotes de actor que no me había importado. Es más, que ni cuenta me había dado. ¡Pero me dolia! ¡Méndiga, méndiga Karla! Ya estaba. El primer golpe. No en balde, Karla se dejó ganar ayer, pues estaba preparando algo más grande. Supongo me estuvo estudiando a lo lejos mientras la conversación de los Cuentos Peregrinos y mis cortejos de Don Juan.

Sufro al hablar en francés. Lo leo bien por su similitud con el castellano y lo escucho apenas bien, pero el hablarlo me ha martirizado en estos primeros días. No estoy acostumbrado a hacer gárgaras con todo el estilacho ni a mover los labios en formas tan extrañas, como pidiendo un beso de trompita. ¡Hasta sudo cuando lo hablo! Afortunadamente la clase pronto terminó y de inmediato fui en búsqueda de Daniela al segundo nivel, pues noté que Karla aún trabajaba en los verbos en pasado. Yo, en calidad de oyente, pude brincarme el ejercicio. La encontré inmersa en la lectura de una revista:

- ¡Hola!- saludé con, la neta, dulzura.

- Ah…, Hola…- contestó indiferente.

Otro golpe al hígado. Golpe inesperado. ¿Por qué la frialdad y el apenas voltearme a ver? Karla estaba detrás de esa actitud tan desconocida en Ellen Page, digo, en Daniela. Sofocado, sosteniéndome sin fuerzas en las cuerdas del ring, logré decir algo y alejarme con toda dignidad, actuando nuevamente como si yo no lo hubiera notado. Pero era más que claro: Daniela no era Daniela. Un indiferente "Ah, hola" no podía surgir de ella en forma natural. Karla había hecho muy bien su parte. Desconozco sus palabras, lo que hablaron durante la noche, en mi ausencia, pero logró que Daniela cambiara radicalmente su actitud para conmigo.

Salí del edificio. Crucé la calle para comprar cigarros y un encendedor. Regresé y encendí uno tratando de parecer Cary Grant y quién sabe. De hecho se acercó una compañera de la Academia a quien había visto de lejos y que siempre anda sola. Resultó también ser mexicana y platiqué largo rato con ella, se llama Natalia y dice que no se halla con nadie de las clases, que las mexicanas le caen mal, las japonesas y los demás. Que le gustó mi forma de fumar y que espera nos llevemos bien. Yo también lo espero. Minutos más tarde opté por regresar al campo de batalla. Natalia había sido interesante pero Daniela era quien realmente ocupaba mi mente. Ella, ahora frente al monitor de la computadora, seguía sin rostro.

-  ¿Cómo estas?- interrumpí

- Bien. – No más.

- Daniela, voltea a verme.

- ¡Es que estoy leyendo un artículo!

- No, no. ¡Voltea! Voltea a verme.

Giró su cabeza y me vio. Yo seguía siendo el mismo, con mi cara tan seria pero a la vez de chiste. Ella, igual, tan Ellen Page que podían demandarla. No dijimos nada. Pero de alguna forma le comuniqué con el silencio que yo era una buena persona, que no le haría ningún mal. Que no tenía por qué portarse así.

- ¿Todo está bien? Te notó extraña.

- Sssssí..., bien…- respondió confusa.

- Entonces me despido…¡Adiós!

Y como bien puedes adivinar: me fui.

Vaya batalla la de esta tarde. Es difícil tener que marcharte con aires de indiferencia y de control total, cuando en el ánimo se desea permanecer ahí y revivir las delicias del día anterior. Karla, haya hecho lo que haya hecho, lo hizo muy bien. Yo había perdido la segunda batalla, pero logré esquivar la caída. Salir con estilo siempre produce algo en quien te rechaza, eso es un hecho.

Regresé a casa meditabundo, casi pateando piedras del camino, pensando: "Lo peor que me puede pasar ahora, es encontrarme a Igor. Podría ver a cualquier persona en el mundo, excepto a Igor. Estoy cansado, abrumado, me siento tan débil y él absorbe toda mi energía. No quiero hablar, ni sonreír, ni ser molestado".

Arribé a la casa de Mr Jean para buscar mi porción de comida, pero decidí entrar por la cocina para evitar saludos.

- ¡Hola Agapo!- Era Igor.

Debo reconocer que sus intenciones son las mejores. Ha visto que mi amistad con Denisse, Julio y Yered son de risas y convivencia y supongo busca con quien conversar. Me acompañó a comer, siempre platicando e incluso se preocupó por mís cosas: cómo voy en clase, si me siento contento, si ya me he adaptado. Pero habla mucho en francés con ése acento hebreo que me confunde aún más. Y como muchas cosas no le entiendo, me regaña indignado porque no hago un esfuerzo. Me reprocha mi falta de concentración, pero yo no daba más. La verdad hice un esfuerzo monumental para no irritarme. Igor terminó su perorata y paradisiacamente salió de la cocina como un regalo maravilloso que la vida me concedió. Gocé de mi exquisita soledad tan sólo dos minutos. Apareció Yered, preguntando:

- ¿Cómo se llama éste güey?

- Igor.

- No, ¡el otro güey!

- Veder.

- ¡No!, ¡éste otro güey!

- Julio.

- ¡No! ¡el otro!

- ¡No mames!- lo regañé, ahora sí, fuera de mi límite- ¡Somos doce, cabrón! ¿Me vas a hacer decir los nombres de todos, uno por uno, hasta que le atine? ¿Eh? Cabrón…

Yered se me quedó viendo, sin hablar, sin saber qué mal había hecho ni cuál era la razón de su existir. Decidió quedarse callado.

Para acabar con esta historia y con mi mala suerte, Juan Carlos y su esposa, los dueños de la casa en donde realmente vivo, me estuvieron esperando para llevarme a conocer una calle a las afueras de Montreal en donde venden todo tipo de musica, películas, objetos de colección y posters. Cosas que me gustan. Hay que ir en carro, pues ni el camión ni el metro llegan hasta allá. Se fueron sin mí. Tomaron fotos, platicaron, cenaron e hicieron hartas compras. Hasta se toparon con una cantante famosa de por aquí y les firmó un poster y un cd. No dejaban de platicarme lo bien que lo habían pasado y lo tonto que fui por no llegar a tiempo.

Entré a mi cuarto. Me dejé caer boca abajo y sin pensar más ni en musas ni lunas llenas, me quedé profundamente dormido.

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