Cartas en Montreal VI
QUE
TRATA DEL FUERTE GOLPE AL HÍGADO QUE SUFRE AGAPO BUENDÍA POR PARTE DE KARLA Y
QUE LO DEJARÁ NOQUEADO EL RESTO DEL DÍA.
Era el segundo
día de la gran batalla. Me había esforzado por llegar temprano a la Academia
para preparar mi terreno y poder maniobrar como antiguo general de guerra, con
el clima y suelo a mi favor. Entré al salón creyendo ser el primero y con toda
la seguridad que siente el dueño del terreno, pero lo primero que vi me paró en
seco, Karla estaba sentada en mi lugar. ¡En mi lugar! ¿Por qué? ¿Qué hacía
ahí? Mi enemiga ocupando mi sitio deliberadamente, con toda la alevosía. En donde
me siento, esfuerzo y trabajo. En donde controlo mi hábitat. Ocupado por mi
contrincante. ¡Qué inteligente estrategia! Ese era un excelente golpe hacia mi
estado anímico. No me quedaba más que sentarme a un lado de la Amable Japonesa
y fingir con todas mis dotes de actor que no me había importado. Es más, que ni
cuenta me había dado. ¡Pero me dolia! ¡Méndiga, méndiga Karla! Ya estaba. El
primer golpe. No en balde, Karla se dejó ganar ayer, pues estaba preparando
algo más grande. Supongo me estuvo estudiando a lo lejos mientras la
conversación de los Cuentos Peregrinos y mis cortejos de Don Juan.
Sufro al hablar
en francés. Lo leo bien por su similitud con el castellano y lo escucho apenas
bien, pero el hablarlo me ha martirizado en estos primeros días. No estoy
acostumbrado a hacer gárgaras con todo el estilacho ni a mover los labios en
formas tan extrañas, como pidiendo un beso de trompita. ¡Hasta sudo cuando lo
hablo! Afortunadamente la clase pronto terminó y de inmediato fui en búsqueda
de Daniela al segundo nivel, pues noté que Karla aún trabajaba en los verbos en
pasado. Yo, en calidad de oyente, pude brincarme el ejercicio. La encontré
inmersa en la lectura de una revista:
- ¡Hola!-
saludé con, la neta, dulzura.
- Ah…, Hola…-
contestó indiferente.
Otro golpe al
hígado. Golpe inesperado. ¿Por qué la frialdad y el apenas voltearme a ver?
Karla estaba detrás de esa actitud tan desconocida en Ellen Page, digo, en
Daniela. Sofocado, sosteniéndome sin fuerzas en las cuerdas del ring, logré
decir algo y alejarme con toda dignidad, actuando nuevamente como si yo no lo
hubiera notado. Pero era más que claro: Daniela no era Daniela. Un indiferente
"Ah, hola" no podía surgir de ella en forma natural. Karla había
hecho muy bien su parte. Desconozco sus palabras, lo que hablaron durante la
noche, en mi ausencia, pero logró que Daniela cambiara radicalmente su actitud
para conmigo.
Salí del edificio.
Crucé la calle para comprar cigarros y un encendedor. Regresé y encendí uno
tratando de parecer Cary Grant y quién sabe. De hecho se acercó una compañera
de la Academia a quien había visto de lejos y que siempre anda sola. Resultó
también ser mexicana y platiqué largo rato con ella, se llama Natalia y dice
que no se halla con nadie de las clases, que las mexicanas le caen mal, las
japonesas y los demás. Que le gustó mi forma de fumar y que espera nos llevemos
bien. Yo también lo espero. Minutos más tarde opté por regresar al campo de
batalla. Natalia había sido interesante pero Daniela era quien realmente
ocupaba mi mente. Ella, ahora frente al monitor de la computadora, seguía sin
rostro.
- ¿Cómo estas?- interrumpí
- Bien. – No
más.
- Daniela,
voltea a verme.
- ¡Es que estoy
leyendo un artículo!
- No, no. ¡Voltea!
Voltea a verme.
Giró su cabeza
y me vio. Yo seguía siendo el mismo, con mi cara tan seria pero a la vez de
chiste. Ella, igual, tan Ellen Page que podían demandarla. No dijimos nada.
Pero de alguna forma le comuniqué con el silencio que yo era una buena persona,
que no le haría ningún mal. Que no tenía por qué portarse así.
- ¿Todo está
bien? Te notó extraña.
- Sssssí...,
bien…- respondió confusa.
- Entonces me
despido…¡Adiós!
Y como bien
puedes adivinar: me fui.
Vaya batalla la
de esta tarde. Es difícil tener que marcharte con aires de indiferencia y de
control total, cuando en el ánimo se desea permanecer ahí y revivir las
delicias del día anterior. Karla, haya hecho lo que haya hecho, lo hizo muy
bien. Yo había perdido la segunda batalla, pero logré esquivar la caída. Salir
con estilo siempre produce algo en quien te rechaza, eso es un hecho.
Regresé a casa
meditabundo, casi pateando piedras del camino, pensando: "Lo peor que me
puede pasar ahora, es encontrarme a Igor. Podría ver a cualquier persona en el
mundo, excepto a Igor. Estoy cansado, abrumado, me siento tan débil y él
absorbe toda mi energía. No quiero hablar, ni sonreír, ni ser molestado".
Arribé a la
casa de Mr Jean para buscar mi porción de comida, pero decidí entrar por la
cocina para evitar saludos.
- ¡Hola Agapo!-
Era Igor.
Debo reconocer
que sus intenciones son las mejores. Ha visto que mi amistad con Denisse, Julio
y Yered son de risas y convivencia y supongo busca con quien conversar. Me
acompañó a comer, siempre platicando e incluso se preocupó por mís cosas: cómo
voy en clase, si me siento contento, si ya me he adaptado. Pero habla mucho en
francés con ése acento hebreo que me confunde aún más. Y como muchas cosas no
le entiendo, me regaña indignado porque no hago un esfuerzo. Me reprocha mi
falta de concentración, pero yo no daba más. La verdad hice un esfuerzo
monumental para no irritarme. Igor terminó su perorata y paradisiacamente salió
de la cocina como un regalo maravilloso que la vida me concedió. Gocé de mi
exquisita soledad tan sólo dos minutos. Apareció Yered, preguntando:
- ¿Cómo se
llama éste güey?
- Igor.
- No, ¡el otro
güey!
- Veder.
- ¡No!, ¡éste
otro güey!
- Julio.
- ¡No! ¡el
otro!
- ¡No mames!-
lo regañé, ahora sí, fuera de mi límite- ¡Somos doce, cabrón! ¿Me vas a hacer
decir los nombres de todos, uno por uno, hasta que le atine? ¿Eh? Cabrón…
Yered se me
quedó viendo, sin hablar, sin saber qué mal había hecho ni cuál era la razón de su
existir. Decidió quedarse callado.
Para acabar con
esta historia y con mi mala suerte, Juan Carlos y su esposa, los dueños de la
casa en donde realmente vivo, me estuvieron esperando para llevarme a conocer
una calle a las afueras de Montreal en donde venden todo tipo de musica,
películas, objetos de colección y posters. Cosas que me gustan. Hay que ir en
carro, pues ni el camión ni el metro llegan hasta allá. Se fueron sin mí.
Tomaron fotos, platicaron, cenaron e hicieron hartas compras. Hasta se toparon
con una cantante famosa de por aquí y les firmó un poster y un cd. No dejaban
de platicarme lo bien que lo habían pasado y lo tonto que fui por no llegar a
tiempo.
Entré a mi
cuarto. Me dejé caer boca abajo y sin pensar más ni en musas ni lunas llenas,
me quedé profundamente dormido.
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