Cartas en Montreal X
QUE
TRATA DE LOS NUEVOS ACONTECIMIENTOS SURGIDOS EN LA CASA DEL BIG JEAN, MIENTRAS
QUE AGAPO BUENDÍA APORTA PALABRAS NUEVAS AL BELLO IDIOMA FRANCÉS Y SE DESPIDE
DE DANIELA.
Comenzaron
formalmente mis clases de francés. Dado que mi salón es de principiantes, este
primer día vimos lo estrictamente básico: el alfabeto, los números y los
colores. Por la tarde vimos las imágenes de frutas y verduras para aprender sus
nombres y yo me sentía seriamente frustrado. Supongo mis compañeros tenían al
menos cierta noción de este bello idioma, pues decían el nombre en francés de
la manzana, las uvas, la pera o el mango cuando dicha figura aparecía en el
pizarrón. Yo era el único que no había contestado nada. Ni estornudado,
siquiera. Nada más ahí estaba escuchando y aprendiendo. Cuando apareció la
figura de el plátano, de inmediato pensé “¡Ya chingué, ésta si la contesto!”
Como no podía arriesgar a que me ganaran la única respuesta que en toda la
tarde iba a saber, me levanté de la silla, emocionado, moviendo los brazos y
arrebatando la palabra a los demás, grité con el mismo tono triunfal que
Cristobal Colón gritó ¡América! De pié, seguro, contento y listo, alcancé a
decir:
-
¡LE PLATANEÉ!
Cabe decir que
plátano en francés se dice “une banane”. La mirada de espanto de mi maestra era
la misma de Shelley Duvall en el Resplandor tras escuchar el “Here is Johnny” de
Jack Nicholson. Las risas de mis compañeros mexicanos eran tan fuertes porque
comprendían de dónde provenía tal error, a diferencia de mi maestra y las
múltiples japonesas. Yo estaba triste. ¿Para qué me ponían a estudiar francés?
¿No era yo un simple escritor que había nacido en la época equivocada y que
nada comprendía? Yo sólo aspiraba a ser amado y aceptado en esta vida, no a
hablar francés. No se rían más, por favor.
Le plataneé… No
jodas, Agapo.
Mi nuevo salón es
grande y variado. Hay muchas japonesas que me saludan con tímidas risitas
educadas. Mexicanas, mexicanos, como siempre. Nao, un japonés con cara de balón
de Básquet Ball, tan grande es su cabeza y Andy, un señor canadiense que es director
de una fábrica. Desde que supe su nombre, me vi en la enorme necesidad de
decirle “Andy Pandy”. Descnozco la razón, pero se presentó y esas dos palabras
no dejaban de existir en mi cerebro de forma obsesiva. No fue hasta el descanso
cuando conversaba con Natalia acerca de Daniela y Karla, cuando Andy pasó hacia
el comedor y comenté a Natalia.
-
Por favor, acompáñame con ese
señor, se llama Andy.
-
¿Para qué quieres ir?
-
¡Necesito decirle Andy Pandy!
-
Pero… ¡¿por qué?!
-
¡Porque se llama Andy!
-
Pero… ¿Cómo? – Preguntaba muy
confusa. Y ciertamente no tenía sentido, pero tuve que ir a encararlo.
Llegué al
comedor, midiéndolo, lentamente, con astucia, como si preparara un asesinato.
Andy terminó de recoger sus monedas de la máquina despachadora y se volteó,
encontrándome de frente.
-
Oh… ¡Agapo!
-
Hi Andy.
-
What are you doing?
-
Nothing, just here…
-
Good… – respondió queriéndose
retirar. Pero interrumpí su paso.
-
Andy?
-
Yes? What can i do for you? –
dijo algo molesto.
-
Andy Pandy!
Di media vuelta
y regresé con Natalia más contento que niño en la feria. Natalia me esperaba
observando toda la escena sin comprender la importancia del asunto.
-
¡Ya! ¡Por fin! Ya puedo
descansar.
-
¿Qué acaba de pasar?
-
Jamás lo comprenderías, me
entran obsesiones, ya está resuelto.
-
A alguien se le cayó un
tornillo – dijo.
-
Pues sí- dije.
Volvimos a
clase. Andy se sentó con cuidado, observándome de lejos como se observa a un
vendedor de biblias. Yo me acomodé en mi lugar y sonreí a las japonecitas que
me regalaron sus amables risitas. Más de francés. El esfuerzo es enorme, comienzo
a sudar al intentar hablarlo. Con el inglés nunca me pasó así. Lo hablaba (bien
o mal) pero nunca sufrí tanto. También es cierto que la pronunciación, y el
inglés en general, es demasiado fácil en comparación con el francés, pero me
está gustando este romántico idioma.
Salimos de
clase y busqué a Natalia que me dijo me esperaría para ir al cine, pero no pude
encontrarla. Fui al comedor, crucé tres pasillos y nada. Decidí irme a los
elevadores para ya irme de una buena vez, por absolutamente todo el día había
estado en la Academia. Llegué y ahí estaba Daniela, esperando su elevador.
Estaba sola, como siempre había querido encontrarla. Era su estado perfecto.
- Quiobole mi Ellen Page- dije en
tono elegante.
- ¿Ellen Page? – preguntó.
- Sí, las encuentro parecidas.
Desde que te conocí te me figuraste.
- Bueno, está bien, ella es guapa
–sonrió.
- Muy guapa –corregí.
Entramos al
elevador y pasaron eternos segundos en silencio. Daniela lo interrumpió:
- Escucha, Agapo, lo siento. Me
hubiera gustado que funcionara nuestra amistad.
- Está bien, no te preocupes. Fue
tu decisión, yo no te hice nada.
- Espero me comprendas, estamos
tan solas acá, lejos de casa, con gente extraña, sin nadie que nos cuide, mis
papás me advirtieron tanto que soy más bien paranóica.
- Esta bien Daniela, no te
preocupes.
- Hoy es mi último día y no me
gustaría irme así, siento que no fui lo suficientemente sincera, me hubiera
gustado que…
- Daniela, mira…
El elevador se
detuvo en el Lobby, las puertas se abrieron, salimos y continué:
- Sin conocerme me juzgaste de lo
más duro. Yo sólo fui amable contigo y tú no te molestaste por al menos saber
quién soy. Ahorrate la disculpa, no me interesa.
- Agapo, no te pongas así.
- Te lo juro, me da igual.
Quédate, vete, me da igual.
- Bueno, pues que lástima que…
- Pues sí, que lastima… -
interrumpí su sermón dramático en el que al final nuevamente sería yo culpable.
Seguí
caminando, aceleré el paso y no volteé atrás. Fue la última vez que la vi.
Llegando a casa
me enteré que algunas cosas se pusieron al rojo vivo, pues resulta - según me
platicó Veder (Siria) y más tarde me lo confirmó Mr. Jean- que Sergio (el
poblano de la historia pseudograciosa) se fue de la casa e incluso regresó a
México porque su novio oficial lo descubrió en un bar con su movidilla. O
movidillo, ya no sé. Así que se armó un pleito color gay en el que Sergio, con
el corazón y la cara -por los arañazos y pellizcos- destrozados, se marchó. De
modo que por el momento quedamos once en la casa del Big Jean.
Me vi en la
noche con Natalia en el cine. Es la segunda noche consecutiva que vamos (Mr.
Deeds y ahora Men in Black II) y la pasamos bastante bien. Antes de iniciar la
función, ya sentados, me disparó:
-
Te vi hablando con Daniela, ¿En
qué habíamos quedado?
-
¿En qué?- Me hice.
-
En que íbamos a salir, que poco
a poco y así, pero que dejaras de hablar con ella.
Me encantó lo
de “que poco a poco y así” pero en vez de mencionarlo, espeté:
-
Lo tengo prestente Nati, no se
me olvida.
-
No mames Agapo, no me digas
Nati.
-
De acuerdo- respondí y
enseguida tomé su mano.
Nati Pandy, pensé.
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