miércoles, 15 de mayo de 2013

Carta 14


Cartas en Montreal XIV

QUE TRATA DEL FRÍO QUE COMIENZA A SENTIR AGAPO BUENDÍA EN ESTOS DÍAS, DONDE AL MENOS ENCONTRÓ LA SOLUCIÓN PARA NO SENTIRLO DE NOCHE; DICHA SOLUCIÓN FUE CERRAR LA VENTANA DE SU CUARTO.


Afortunadamente estamos en verano. A pesar de ser un resistente lagunero al haber nacido entre las venas de tierra del desierto seco, en mis primeros días quebecois el calor fue insoportable y se debe sobretodo a la humedad de esta ciudad, ya que Montreal es una especie de pequeña península que es rodeada por dos ríos importantes, el St Lawrence y el St Catarine. Sin embargo, los últimos días la ciudad ha recordado que estamos a casi un paso del Polo Norte y un cruel gélido viento sopla por las calles y cala hondo en mis sacrosantas piernas por la madrugada. Desconozco si seguiré aquí en el invierno, pero es sabido que las temperaturas descienden hasta menos treinta grados. Todo depende de mi ostracismo. No me desagrada de hecho el frío, me gusta el frío de la misma forma que me gusta el calor, pero el frío me da sueño (bueno, el calor también me da sueño) y de lo que menos tengo tiempo en este viaje es de dormir.

Quizá has notado la ausencia de Natalia en estas líneas desde aquella noche en que fuimos al cine, nos tomamos de la mano y sin habértelo escrito, nos dimos unos cuantos besillos. La verdad me le ando escondiendo. Su propuesta inicial del acostón ciertamente me gustó, pero su no inmediatéz venía con trampa. Fue un error tomarle la mano durante la película. Simplemente no puedo. No podría. Estoy aquí sin fecha de retorno por asuntos de faldas y sería el colmo que a las tres semanas ya esté de nuevo involucrado. Una cosa es coquetear con Daniela, jugar a que ella era Ellen Page y andar de Casanova por ahí. Pero Natalia ha cambiado, me pregunta cosas enojada de antemano y yo siento que debo responder bien. Y cuando respondo bien viene una pregunta aún más difícil, cosas como si tuve libre de 4 a 6 por qué no le marqué. Si comí solo, por qué no la invité. Si fui a caminar al puerto, por qué no le dije. Ella aún desconoce que yo soy un escritor que nomás anda por ahí, sin ningún sentido, sin realmente un lugar a dónde ir. Que batallo para recordar mi pasado y que no veo ningún futuro, entonces me salgo, camino y vivo. Que nada está planeado, que las cosas no pasan o pasan y ya. Pero llega, se hace la enojada, yo me pongo nervioso, me siento juzgado y sin darme cuenta volví a entrar al viejo juego suicida. El arrepentiemiento de un beso, así titularé mi próxima novela.

Por favor no digan nada a mis padres, pues no les he marcado, sólo contestado algunos emails, pero el lunes por la noche telefoneé a Pamela, una amiga de Torreón, y lo hice porque necesitaba agua conocida y fresca en mi cerebro. ¡Qué agradable es lo familiar! Nuestras conversaciones, nuestros chistes locales, su risa, el diálogo en español que corre como cristalino río. La llamada duró cerca de dos horas, ante la sorpresa de Igor, que se paseaba vigilante alrededor de la sala en donde me encontraba hablando. Me medía y analizaba como si me estuviera metamorfoseando. Cuando colgué, él no terminaba por entender de qué tanto se puede hablar por teléfono durante dos horas.

- De cualquier cosa- comenté- eso es lo que menos importa.

Se indignó, renegó, reclamó, discutió, polemizó, profanó, gimió y ¡hasta se perfumó! (bueno no, esto último no). Simplemente su cultura judeo-israelí no acepta una conversación por teléfono de dos horas. Estuve a poco de decirle que sino es porque Pamela esperaba una llamada de su padre, bien hubiéramos cumplido las tres horas de conversación, o hasta más. Y es que, aquí entre nos, una tarjeta de prepago de sólo 10 dólares canadienses hace maravillas. Pero mejor no entré en detalles del costo-beneficio para no despertar sus pesados gritos de nuevo.

Juan Carlos, el hijo de Mr. Jean y dueño de la casa en donde duermo y baño, ha colocado un DVD en mi cuarto y me dejó también montones de películas para ver y que no me aburra por la noche, según me explicó. Me las confió como sus mayores tesoros y con todo el ánimo en su voz, lo cual agradezco en verdad profundamente: conciertos de Jenifer Lopez y Mariah Carey; Películas de Jackie Chang, Van Dame y Steven Segal. Agradecí de nuevo y nos dimos las buenas noches con toda coordialidad. Cerré la puerta de mi habitación y me quedé observando los montones de cajas con dvd´s. Sus más preciados tesoros. Volví a agradecerle internamente. Abrí mi porta cd´s. Tomé el Concierto para Vioín y Flauta de Wolfgang Amadeus, me puse los audifonos, me acosté boca abajo en la cama, abrí este cuaderno y mientras se escucha la inmortalidad en este verde espacio reducido, a las once cuarenta y cuatro de la noche, te escribo.

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