sábado, 4 de mayo de 2013

Carta 3


Cartas en Montreal III

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA DECIDE AVENTURARSE A EXPLORAR LA CIUDAD SIN COMPAÑÍA ALGUNA, EN DONDE ENCONTRARÁ INIGUALABLES SORPRESAS.

Lunes. Las ocho de la mañana y yo leyendo a Milán Kundera dentro de mi habitación. La lectura me provocó sueño y volví a la cama. Diez y media. Recogí mi cuarto y me metí a bañar. Salí al recibidor, apenas saludé con fingida cortesía a los señores de la casa y salí de inmediato, pues tenía prisa de llegar a mi otro hogar, donde mis hermanos.

Mr. Jean (su verdadero nombre es Mr. Geongeon, pero entre la banda, aquí entre nos y para no batallar con la pronunciación en francés, le decimos Mr. Jean) me recibió calurosamente, haciendome pregruntas sobre mi comodidad, mi cuarto y mi alimentación. A todo respondí que bien. Pagué mi respectivo dólar para usar el internet, pues es lo que cobra el méndigo por utilizar la computadora de su despacho y yo necesitaba revisar posibles correos.

Minutos después apareció Igor para preguntar qué planes tenía hoy:

-       Nada, voy a mi casa y ahí estaré descansando hasta tarde- Mentí.

No quería decirle nada que pudiera provocar que hiciera planes conmigo, pues deseaba explorar y conocer la ciudad totalmente solo y tener plena decisión de mis actos y movimientos. Y claro, plena responsabilidad de mis metidas de pata como perderme tan estrepitosamente, que a menudo sucede.

Antes de continuar, te platico que esta Carta la escribo al borde de un maravilloso lago, bajo la sombra de un árbol, a las seis de la tarde. Nunca había escrito algo en un lugar como este y, excepto por algunos bichos a veces molestan, el lugar es perfecto. El sol se refleja, casi rojo, casi escarlata, en el lago y los pájaros cantan. Yo escribo. Los patos nadan, el agua se mueve y yo escribo. Se escucha la nada, su naturaleza, mi respiración y yo escribo. Ya sé a dónde traeré a la mujer que seguramente conoceré con el inicio de las clases de francés.

Pero regresemos a mi mañana: subí al metro y decidí bajarme en la estación "Place de Armes" pues por el puro nombre, pensé que habría cosas interesantes qué descubrir. Acerté en bajarme ahí, pero no en el camino que tomé al salir de la estación. Sentía un hambre tremenda y comencé a caminar buscando en dónde saciarla, pero muy pronto llegué a los grandes edificios modernos de el centro de Montreal. Enormes construcciones formando rascacielos que guardan las oficinas de las empresas más importantes del país. Fue bueno ver todo eso, pero prefiero lo antiguo a lo moderno. Seguí caminando en busca de algo. Sin saber todavía muy bien qué. Fue tanto el caminar que llegó un momento en que no me acordé que estaba caminando. Únicamente mis piernas se movían por inercia, cual robot con frágiles sentimientos. Andar, andar, no reparé en la dolorosa dureza de mis piernas, pues mi cerebro divagaba en si comer o no comer.

Finalmente arribé al puerto de Montreal. Este lunes fue día festivo y había demasiada gente. Patinando, comiendo, descansando, corriendo. Haciendo cualquier cosa.

Había una feria del libro y me hice de dos tesoros inigualables: el primero de ellos, El Principito, ¡en francés! en su forma original; el segundo es un libro del buen Bukowski y lo adquirí más por curiosidad que por valor bibliotecario, pues su lengua natal es el inglés. Lo compré porque compro todo sobre él, porque es mi escritor favorito y porque sí.

Comí una hamburguesa con aros de cebolla y paseé por el puerto. Las embarcaciones estaban ahí, esperando. Los pájaros posando en las velas, esperando.  La gente pasando, caminando, riendo, a su manera esperando. Me tumbé en el jardín a observar los barcos como la mayoría de las personas hacían. Difrutando esta soledad, que necesito. Es como oxígeno para mi. “Un día sin soledad- dijo alguna vez Bukowski- me debilita. No la presumo, pero dependo totalmente de ella”.

Hablando del buen Buk, hojeé mi nuevo libro, y como sé algunos de sus poemas, coincidió que éstos venían en éste volumen que adquirí. Así que me puse a leerlos en francés y fue maravilloso, pues había palabras que no conozco, pero al recordar lo que seguía, le encontraba significado y se puede decir que fue mi primer lectura oficial en francés.

Una hora después abandoné el puerto para dirigirme a la gran ciudad, reanudando mi caminata. Visité antiguos edificios, esencia de este viejo Montreal, hasta llegar a la Basílica de Notre Dame y, curioso, antes de visitarla entré a un McDonalds para hacer del baño. Te cuento: hace dos años, cuando estuve viviendo en Toronto, vine un día a conocer Montreal en un viaje relámpago. Cuando llegamos al centro de la ciudad, antes de entrar a la Basílica de Notre Dame, busqué un lugar para hacer del baño y lo encontré en ése McDonalds. De modo que ahí estaba haciendo sin querer exactamente lo mismo que había hecho dos años antes. Conforme avanzaba, recordaba. Calle, McDonalds, baño, calle, catedral. Hasta expermineté vértigo. Pero si no he vivido esto otra vez, aquellos recuerdos se hubieran quedado en el olvido.

Muy elegante Notre Dame, del estilo gótico francés con una combinación de colores en las paredes y techo. Llena de estatuas y antiguas pinturas. Dentro se logra sentir una envidiable paz. Tras minutos de meditación y contemplación dejé el lugar para buscar el regreso a casa. Tomé el metro y bajé en una estación al azhar para descubrír a la distancia éste lugar, en donde todo es jardín, caminos, árboles y acostado placenteramente se encuentra este lago, tendido a mis pies.


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