Cartas
en Montreal III
QUE
TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA DECIDE AVENTURARSE A EXPLORAR LA CIUDAD SIN
COMPAÑÍA ALGUNA, EN DONDE ENCONTRARÁ INIGUALABLES SORPRESAS.
Lunes. Las ocho
de la mañana y yo leyendo a Milán Kundera dentro de mi habitación. La lectura
me provocó sueño y volví a la cama. Diez y media. Recogí mi cuarto y me metí a
bañar. Salí al recibidor, apenas saludé con fingida cortesía a los señores de
la casa y salí de inmediato, pues tenía prisa de llegar a mi otro hogar, donde
mis hermanos.
Mr. Jean (su
verdadero nombre es Mr. Geongeon, pero entre la banda, aquí entre nos y para no
batallar con la pronunciación en francés, le decimos Mr. Jean) me recibió
calurosamente, haciendome pregruntas sobre mi comodidad, mi cuarto y mi
alimentación. A todo respondí que bien. Pagué mi respectivo dólar para usar el
internet, pues es lo que cobra el méndigo por utilizar la computadora de su
despacho y yo necesitaba revisar posibles correos.
Minutos después
apareció Igor para preguntar qué planes tenía hoy:
-
Nada, voy a mi casa y ahí
estaré descansando hasta tarde- Mentí.
No quería
decirle nada que pudiera provocar que hiciera planes conmigo, pues deseaba
explorar y conocer la ciudad totalmente solo y tener plena decisión de mis
actos y movimientos. Y claro, plena responsabilidad de mis metidas de pata como
perderme tan estrepitosamente, que a menudo sucede.
Antes de
continuar, te platico que esta Carta la escribo al borde de un maravilloso
lago, bajo la sombra de un árbol, a las seis de la tarde. Nunca había escrito
algo en un lugar como este y, excepto por algunos bichos a veces molestan, el
lugar es perfecto. El sol se refleja, casi rojo, casi escarlata, en el lago y
los pájaros cantan. Yo escribo. Los patos nadan, el agua se mueve y yo escribo.
Se escucha la nada, su naturaleza, mi respiración y yo escribo. Ya sé a dónde
traeré a la mujer que seguramente conoceré con el inicio de las clases de
francés.
Pero regresemos
a mi mañana: subí al metro y decidí bajarme en la estación "Place de
Armes" pues por el puro nombre, pensé que habría cosas interesantes qué
descubrir. Acerté en bajarme ahí, pero no en el camino que tomé al salir de la
estación. Sentía un hambre tremenda y comencé a caminar buscando en dónde
saciarla, pero muy pronto llegué a los grandes edificios modernos de el centro
de Montreal. Enormes construcciones formando rascacielos que guardan las
oficinas de las empresas más importantes del país. Fue bueno ver todo eso, pero
prefiero lo antiguo a lo moderno. Seguí caminando en busca de algo. Sin saber
todavía muy bien qué. Fue tanto el caminar que llegó un momento en que no me
acordé que estaba caminando. Únicamente mis piernas se movían por inercia, cual
robot con frágiles sentimientos. Andar, andar, no reparé en la dolorosa dureza
de mis piernas, pues mi cerebro divagaba en si comer o no comer.
Finalmente
arribé al puerto de Montreal. Este lunes fue día festivo y había demasiada
gente. Patinando, comiendo, descansando, corriendo. Haciendo cualquier cosa.
Había una feria
del libro y me hice de dos tesoros inigualables: el primero de ellos, El
Principito, ¡en francés! en su forma original; el segundo es un libro del buen
Bukowski y lo adquirí más por curiosidad que por valor bibliotecario, pues su
lengua natal es el inglés. Lo compré porque compro todo sobre él, porque es mi
escritor favorito y porque sí.
Comí una
hamburguesa con aros de cebolla y paseé por el puerto. Las embarcaciones
estaban ahí, esperando. Los pájaros posando en las velas, esperando. La gente pasando, caminando, riendo, a su
manera esperando. Me tumbé en el jardín a observar los barcos como la mayoría
de las personas hacían. Difrutando esta soledad, que necesito. Es como oxígeno
para mi. “Un día sin soledad- dijo alguna vez Bukowski- me debilita. No la
presumo, pero dependo totalmente de ella”.
Hablando del
buen Buk, hojeé mi nuevo libro, y como sé algunos de sus poemas, coincidió que
éstos venían en éste volumen que adquirí. Así que me puse a leerlos en francés
y fue maravilloso, pues había palabras que no conozco, pero al recordar lo que
seguía, le encontraba significado y se puede decir que fue mi primer lectura
oficial en francés.
Una hora
después abandoné el puerto para dirigirme a la gran ciudad, reanudando mi
caminata. Visité antiguos edificios, esencia de este viejo Montreal, hasta
llegar a la Basílica de Notre Dame y, curioso, antes de visitarla entré a un
McDonalds para hacer del baño. Te cuento: hace dos años, cuando estuve viviendo
en Toronto, vine un día a conocer Montreal en un viaje relámpago. Cuando
llegamos al centro de la ciudad, antes de entrar a la Basílica de Notre Dame,
busqué un lugar para hacer del baño y lo encontré en ése McDonalds. De modo que
ahí estaba haciendo sin querer exactamente lo mismo que había hecho dos años
antes. Conforme avanzaba, recordaba. Calle, McDonalds, baño, calle, catedral.
Hasta expermineté vértigo. Pero si no he vivido esto otra vez, aquellos
recuerdos se hubieran quedado en el olvido.
Muy elegante
Notre Dame, del estilo gótico francés con una combinación de colores en las
paredes y techo. Llena de estatuas y antiguas pinturas. Dentro se logra sentir
una envidiable paz. Tras minutos de meditación y contemplación dejé el lugar
para buscar el regreso a casa. Tomé el metro y bajé en una estación al azhar
para descubrír a la distancia éste lugar, en donde todo es jardín, caminos,
árboles y acostado placenteramente se encuentra este lago, tendido a mis pies.
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