Cartas en Montreal XVIII
QUE
TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA VISITA LAS CATARATAS DEL NIÁGARA, DESCUBRE QUE LE
GUSTAN LOS OSOS Y FELIZMENTE REGRESA A MONTREAL.
En el bar del
hotel seguimos bebiendo y la mañana nos cobró la factura. De todos modos dormí
poco por las crueles pesadillas con las imágenes de mi pasado torontino y
porque Miguel y Julio duermen cuando roncan, y yo soy capáz de despertarme con
el estruendoso sonido del caer de una hoja de un árbol.
Nos despertamos a las
seis de la mañana, crudos y nauseabundos logramos subir a las ocho al camión.
Teníamos que salir temprano de Toronto para llegar a Niágara y así hicimos. Me
despedí de la ciudad casi con alegría, como sacudiéndome telarañas, cuando
siempre pensé que lo haría con tristeza y hasta con dolor. Le dije adiós a ese
cementerio. Yo ya no pertenezco ahí y nunca volveré. (Ciertamente Agapo Buendía volvió a Toronto en el 2009 con su
novia. Él le enseñó otra vez su antigua casa, sus calles, sus recuerdos y fue
por mucho uno de los días más felices de su vida. Nota del Autor).
Dos horas de
carretera que utilizamos para dormir. No me di cuenta del momento en que
dejamos Toronto pero para mí era mejor, la ciudad me había herido y yo estaba
molesto con ella. Por fin llegamos al pequeño pueblo de Niágara. Bajamos del camión
y caminamos presurosos al mirador, pues queríamos saludar y lo hicimos con
mucho asombro a las imponentes Cataratas del Niágara. Torrentes de agua
cristalina, toneladas de un pequeño respiro de la naturaleza en movimiento.
Caida libre con violencia. Apenas un vistazo de un pequeño soplo de Dios.
Bajamos por un
ascensor hasta llegar a la desembocadura de la catarata y de ahí subimos a un
barquito, vistiendo un impermeable azul que nos regalaron. Y ahí estábamos. Las
Cataratas del Niágara. Tres latinoamericanos conociendo el mundo. La catarata
contemplada desde abajo es algo imponente. El agua presume cierta
majestuosidad. La fuerza y autoridad de la naturaleza manifesta en enormes
cantidades y salpicando miles de millones de gotitas diminutas, pero que son
tantas y volando por el aire, que uno termina empapado. El barquito regresó a
su punto de partida después de acercarse al límite para que tomáramos fotos y
tuvimos que bajar para que otros curiosos subieran.
Niágara es
pequeño pero está lleno de curiosidades. Decidimos caminar y dejarnos
sorprender por nuestros pasos, de modo que nos dirigimos a su colorida calle
principal. Pasamos el resto de la mañana entre museos de Ripley, de magia, de
asesinos seriales, de seres mitológicos, de cine y comiendo con todo el estilo
américano: hamburguesas, papas y refrescotes.
Otra vez al
camión, ahora nos detuvimos en Maryland, pues sabíamos que poseé un gran un
zoológico acuático. Todo me gustó, pero lo que realmente me emocionó fueron las
ballenas asesinas exhibidas en peceras gigantes. Los delfines muy sonrientes; Las
largas mantarayas elegantemente mortales. Tomamos un extraño sendero que nos
llevó a un hábitat de osos: Nunca los había observado bien, ni siquiera en
Discovery Channel. Son simpatiquísimos. Se lavan la cara con sus garras,
caminan moviendo absolutamente todo el tambo, con envidiable displiscencia y se
rascan la espalda con los troncos de los árboles, acción que ha de sentirse
como gloria. Pasé mucho tiempo viéndolos, riéndome y volviendolos a observar.
Los osos.
Antes de que
anocheciera, Julio y yo subimos a una montaña rusa: hay un momento en el que se
sube y baja sobre el riel en total oscuridad, uno sólo siente la inercia del
cuerpo pero sin saber bien qué esta pasando. Por fin, se ve una luz y, al
llegar a ésta, efectivamente es el final del túnel, pero inesperadamente siguen
dos vueltas completas y mortales que me sacaron los gritos más agudos que jamás
me había escuchado. Grité todo lo que no he llorado. Qué deliciosa es la
adrenalina.
Después de
comer y de tener una sabrosísima plática con dos mexicanas que conocimos,
regresamos al camión y emprendimos el regreso con la noche encima. Me sentí muy
contento y hasta extrañamente aliviado cuando entramos a Montreal. Es cierto
que aún no estoy del todo arraigado con esta ciudad como lo estuve con Toronto,
pero poco a poco me va ganando y el hecho de sentirme en casa al volver, ya significa
algo.
¿No lo crees
así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario