lunes, 27 de mayo de 2013

Carta 21


Cartas en Montreal XXI

QUE TRATA DE LAS NULAS CUALIDADES DE AGAPO BUENDIA, Y DE CÓMO, EN TIERRAS TAN REMOTAS, VE A LO LEJOS A DOS PERSONAS VESTIDAS CON LA PLAYERA DEL SANTOS.


Dado que al dejar el Tokyo Bar la noche anterior había visto a mi maestra a la distancia más bien borracha, con descuido y riendo con estruendosas carcajadas, a la mañana siguiente cuando me saludó con su rutinal y elegante (aunque esta vez crudo):

-       Bonjour!

Le contesté con todo el veneno de mi signo escorpión:

-       Salut!

Expresión que también se vale en el francés como saludo, aunque sólo con las personas a las que ya se les tiene confianza, pero la cosa aquí era sacar un poquito de humor negro.

La Academia hizo una (otra) excursión a un parque y ahí íbamos. Otra vez, todos en grupo, todos caminando, todos lelos. Llegamos y la maestra nos pidió hacer un círculo en el césped e increíblemente cada dinámica que hacíamos era más estúpida que la anterior. Una de ellas trató de decir las cualidades de tal o cual alumno. La méndiga de mi maestra me seleccionó como el primero al que le serían dichas sus virtudes, sonrió, juntó sus manos sádicamente emocionada y estrujó sus hombros como si le hubiera 
dado un escalofrío.

- Veamos –propuso en su atinado francés- ¿quién quiere decir una cualidad de Agapo?

Nos volteamos a ver con resignación. Luego era sólo a mi a quien veían. Silencio. Los ojos de mis compañeros me analizaban con serio escrutinio, como si yo fuera un maniquí que acabara de cobrar vida, pero no decían nada. Una ardilla subió a un árbol. Vi pasar a los lejos un carro azul y después uno blanco. Volteé a ver a una de las japonesas de mi salón e hice una mueca, esperanzado que al hacerla alguien comenzaría a hablar, pero nada, yo era el objeto más observado en silencio del universo entero.
Mi maestra insistió:

- ¡Despierten! El juego trata de decirle a Agapo sus cualidades, ¿quién quiere comenzar?

Más silencio. Un pájaro voló por encima de nuestro círculo. Escuché cómo se rompió una pequeña rama, seguramente cerca de nosotros. Pensé en qué tan lejos pudiera estar la rama para haberla podido escuchar desde donde me encontraba. Alguien tosió. Un compañero se rascó el cuello. Estaba experimentando la peor cruda de mi vida.

- ¡Vamos! ¿Es que Agapo no tiene cualidades? – Espetó la maestra.

Todos rieron al unísono, incluso yo, mientras agarraba la punta de mi tenis para estirarla hacia arriba, medio ya desesperado.

- Bueno- dijo Andy- Es impuntual.

El aire en el cielo. Las hojas en los árboles. Las once de la mañana.

- ¿Impuntual? - repitió mi maestra - Esa no es una cualidad, es un defecto.

- Oooh- Respondió Andy decepcionado.

Más silencio. A lo lejos vi otras dos ardillas, una correteaba a otra y me hizo recordar algo. Medio que sonreí. Una japonesa que estaba de mi lado derecho tomó una hoja del césped y se puso a partirla en trozos cada vez más pequeños. Envidié tanto poder hacer eso en ese preciso instante, querdía dedicar el resto de mi vida a ello. Tener jardincito entre mis dedos y triturarlo. Se escuchó el ruido de un motor.

- A mi me gustaría decir algo de él - dijo milagrosamente la maestra, intuyendo que su actividad estaba destinada al fracaso- me parece que Agapo es muy reflexivo.

Todo siguió en silencio. Nadie asintió ni negó lo dicho. Estábamos en Montreal. Éramos estudiantes de francés. Yo sentía una enorme cruz sobre mi espalda y prefería que me clavaran a ella de manos y pies a seguir con la mentada actividad. Los ojos comenzaron a arderme y me tallé los ojos. Andy ya no decía nada. La japonesa no decía nada. Nadie decía nada. 

- Muy bien - presurosamente y sonrojada dijo mi maestra - cambiemos de juego.

Y por fin mi respiración tomó su curso normal.

Cuando llegó la noche, como si ir al Tokyo Bar no hubiera sido suficiente, Miguel, Yered, Julia y tu seguro servidor fuimos al popular Momentos, un bar para latinos. Coincidentemente casi todos los alumnos de mi Academia de francés estaban ahí, de modo que el ambiente pronto surgió.

Después de beber algunas cervezas, saludar conocidos y visitar diferentes mesas, la música cambió considerablemente, se apagaron algunas luces y nos pusimos todos a bailar. Hicimos un círculo algunos conocidos y poco a poco otras personas desconocidas se fueron agregando. En un instante se formaron parejas y yo quedé frente a una dominicana que me madrugó con los movimientos, pues en menos de dos segundos estaba enroscada en mi cuerpo, moviendose con toda sensualidad y yo temblando de terror, pues encuentro la belleza en otro tipo de estética muy diferente.

Pegó aún más su cuerpo al mío, intentando jalarme hacia abajo y después subir, como está de moda bailar. Pero si yo bajaba, ya no subía más que con bastón, radiografías e instrumentos de ortopedia, de modo que intenté moverme con ritmo, pero lejos de ser sexys mis movimientos, fueron torpes y pasados de época. La dominicana posó sus brazos alrededor de mi cuello y me acarició la nuca. Imaginé estar besando esa boca tan espantosamente roja y me vi invadido por el terror. Quería huir, pero estaba atrapado. Yo era un huevo de avestruz y ella una boa hambrienta. Ella seguía bajando con sus movimientos, un poco desesperada por mi rigidez. Era tan difícil mantener el equilibrio con tanto sube y baja y con aquella boca tan cercana a la mía. Entonces sonreí: la tomé con decisión de la cintura y, como si yo fuera un miembro más del bolshoi, artísticamente la hice dar vuelta sobre su eje. Fue un paso de baile moderno, lleno de belleza y arte y aún no sé cómo me salió. Pero lo mejor fue que con la inercia de la voltereta fue a dar a los brazos de Yered que con toda astucia se puso a bailar como ella buscaba.

Yo me sentí liberado y tal como ocurrió por la mañana en el parque, respiré de nuevo.
Abandoné la pista y me dirigí a la barra. Al fondo de la misma, con seria atención y hasta con emoción, vi dos playeras de mi equipo, el Santos Laguna. Junté las cejas y pensé con toda claridad:

-       ¡Ah chingao!

Tomé mi cerveza y caminé hacia ellos. Conforme la distancia se acortó, confirmé que efectivamente las playeras se trataban de el equipo de mi ciudad, cosa que se me hizo de lo más extraño. Entablé conversación con ellos. No nos conocíamos de ningún lado, pero los tres éramos de Torreón y se nos hizo muy raro coincidir en un bar de Montreal. Eso lo comentamos muchas veces. Les platiqué que en la Laguna yo salía en la televisión y que mi programa era precisamente de futbol, pero ni aún así les fui conocido. De hecho me preguntaron que si acaso yo era uno, que sé es mi competencia, pero les aclaré que no, que él no era yo. Que yo era el otro, el que salía en el otro canal, pero siguieron negando con la cabeza.

De madrugada salí del bar solo con una idea para mi siguiente novela: el escritor que no tenía cualidades y que por nadie era recordado.

Comenzó a llover con cierta fuerza, pero no aceleré el paso ni intenté resguardarme, continué en lo mío, continué caminando.

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