viernes, 3 de mayo de 2013

Carta 2


QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA LA HACE DE INTERMEDIARO DE LA ONU PARA LA PAZ ENTRE MUSULMANES Y JUDÍOS PERO SE HARTA TANTO QUE MANDA A TODO EL MUNDO A LA CHINGADA.


Dadas mis actividades de viajante y aventurero de ayer, no considero tan tarde el haberme levantado a las once de la mañana, aunque provocado por la señora de la casa que hizo todo por despertarme tan según ella indirectamente, que se volvió en cruel intención: apenas amaneció ¡en domingo! encendió la lavadora, la aspiradora y el lavatrastes ¡al mismo tiempo! Ya no pude dormir, pero me sentía tan falto de fuerzas para iniciar conversaciones de cortesía, que preferí no asomarme y permanecer tranquilo en mi guarida verde hasta las doce y media que recibí una llamada.

Quien habló fue Mr. Jean para invitarme a un concierto de tambores africanos que habría en algún lugar del downtown, de modo que quedé de estar en la otra casa a la una y media. Así pues, una vez llegado, conocí a otro de mis hermanos: Sergio, de Puebla. Es un tipo que también tiene amaneramientos muy parecidos a los de Yoshi y sonríe con una coquetería que ya quisiera alguna bella mujer me sonriera así. Me comentó que su historia es muy chistosa, que no me la podía perder y que se moría por contármela: que él vino a Montreal en una escapadita, que sólo venía por tres semanas y que ya lleva aquí cinco meses (¡Y ya, eso era todo!) que cómo veo, que a poco no es graciosísimo. Sin contestar nada, salí de la cocina cuando terminó su relato y ya nunca quise hablar con él.

Entré al comedor y saludé a Julio (Guatemala), Yered (D.F), Veder (Siria) y Denisse (Veracruz), quienes me ofrecieron de desayunar y acepté gustoso, pues el hambre de lagunero no se me quitará ni aunque viaje a alguna luna de Júpiter. Todo me supo a pedazo de cielo: pan, mantequilla, tocino, jugo de naranja. Minutos después Igor (Israel) apareció, lo que provocó que Veder saliera intencionalmente y sin decir palabra.

Terminamos de desayunar y ya nos íbamos pero Denisse aseguraba que no estaba lista (para mi se veía bastante guapa, mientras me servía mi porción de comida casi le pido matrimonio) por lo que la tuvimos que esperar en la sala un buen y prolongado rato. En ese inter, Veder me platicó por qué los israelíes son tan malos, abusones y tienen la culpa de la guerra, la miseria y de todo. No hice más que escuchar, asentir y pensar en Denisse.

Apareció Giovanni, otro de mis hermanos y comencé a perder la cuenta de mis fraternos y a sentirme en familia bíblica. Tiene 30 años y es de Venezuela, pero no pude seguir el hilo de su conversación, tan rápido dice palabras.

Llegó la hora de partir, o la hora en que Denisse dispuso finalmente que por fin se veía guapa (para mi no hubo gran cambio) y ahí íbamos rumbo a la parada del camión. Giovanni (Venezuela), Igor (Israel), Yered (D.F), Denisse (Veracruz) y yo. En todo el trayecto, Igor me estuvo platicando todo lo malos, abusones y culposos por la guerra y miseria y de todo que tienen los musulmanes. Yo lo escuché con la misma fría calma y atención que utilicé con Veder. Poco después Denisse me dijo:

- ¡Me tienes sorprendida!, ninguno habla de esto con nadie y sólo en esta mañana, tú ya trataste el tema con los dos. ¡Vaya! con razón dices que eres periodista.

- Bueno, sí, pero de futbol- respondí.

Llegamos a un bosque muy grande. Espectacular por tantos verdes por todos lados. Nos acercamos al tumulto del dichoso concierto africano y no eran más que tambores y danzas extrañas, aunque a mis hermanos realmente les entusiasmó. Creo más bien que lo extraño fue que no había ningún africano por ahí, ni tocando ni danzando. La mayoría de la gente se dejaba llevar por el ritmo de la música, con movimientos poco ortodoxos y sin importarle nada más. Era una especie de Rave africano bailado por turistas de todo el mundo en una ciudad afrancesada canadiense. Y yo ya no sabía de dónde era yo.

Igor, Denisse y el buen Agapo, o séase yo, cansados del mundanal ruido, nos separamos del grupo para adentrarnos en el bosque. Había demasiados caminos y subimos hasta casi llegar a la cima. Tomamos asiento en una amable lomita y la vista fue maravillosa, pues volaban por todas partes pelusas blancas provenientes de alguna planta cercana que hacían parecer como si estuviera nevando. Ante tan esplendoroso paisaje, recordé Sueño De Una Noche De Verano del buen Shakespeare.

-Bueno Igor, ¿a qué hora te vas a callar?- no dejaba de pensar, pues el hombre no habla, sino vocifera tantas palabras casi a gritos en un extraño híbrido de francés-hebreo que ni Denisse ni yo logramos entender y, al menos a mi, me absorbe energía.

Finalmente alcanzamos al resto de nuestra gente, aunque poco duramos juntos. Yered necesitaba un cajero y, a decir verdad, yo también, por lo que decidimos ir en su búsqueda. La interminable voz de Igor se ofreció a acompañarnos, lo que ciertamente fue un error.

Y como Yered no habla nada de inglés, e Igor, claro, nada de español, y como lo que hacía Yered comenzó a molestar a Igor y viceversa, los dos comenzaron a reclamar y a regañar a ¿quién creen? ¡pues claro! Al inmaculado y buenazo del Agapo Buendía que sólo escuchaba airadamente serias quejas de lo que hacía el otro. De la nada Yered e Igor utilizaron gratuitamente a un apuesto traductor sin jugoso contrato de por medio. No tomé conciencia de ello, pues estaba más preocupado por traducir que por darme cuenta que a mí ni me iban ni me venían sus pleitos. Sin embargo, al subir al metro de vuelta a casa, me senté intencionalmente aparte y cerré los ojos fingiendo dormir para hundirme en la más sabrosa de las indiferencias.

Al llegar a nuestro suburbio, un trueno digno de Zeus en sus días retumbó en el cielo y comenzó a llover como nunca antes (te lo digo en verdad) había visto en mi vida. El torrente se presentó con tal violencia, que tuvimos que refugiarnos en un Burger King con muchos otros paseantes. Dentro la tele estaba encendida y la guapa mujer del clima describía esta inesperada tormenta. Yo nunca había estado en una (en la Laguna apenas y llueve) y créeme, me impuso. Pero fue agradable presenciar esta maravillosa manifestación cruel y violenta de la naturaleza, cosa que en silencio agradecí. Más tarde, en las noticias de la noche, hablarían de que esta tormenta, que nos tomó de sorpresa en plena calle, a poco estuvo de convertirse en tornado. ¡Uf!

Pero de vuelta en el refugio Burger King, después de dos horas de conversación y risotadas, terminaron las gotitas de agua y pudimos volver a casa. Cenamos con cierto silencio. Lavé mi plato y me despedí de todos para volver a mi otra casa. Al llegar, abrí la puerta de mi habitación y mi espléndido cuarto y cama verde me esperaban impacientes. Mi espacio, en un silencio celestial, me esperaba para arroparme y cuidarme. 

Eran apenas las nueve de la noche. Domingo. Yo no daba más y a los pocos segundos me quedé dormido.

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