QUE
TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA LA HACE DE INTERMEDIARO DE LA ONU PARA LA PAZ
ENTRE MUSULMANES Y JUDÍOS PERO SE HARTA TANTO QUE MANDA A TODO EL MUNDO A LA
CHINGADA.
Dadas mis
actividades de viajante y aventurero de ayer, no considero tan tarde el haberme
levantado a las once de la mañana, aunque provocado por la señora de la casa
que hizo todo por despertarme tan según ella indirectamente, que se volvió en
cruel intención: apenas amaneció ¡en domingo! encendió la lavadora, la
aspiradora y el lavatrastes ¡al mismo tiempo! Ya no pude dormir, pero me sentía
tan falto de fuerzas para iniciar conversaciones de cortesía, que preferí no asomarme
y permanecer tranquilo en mi guarida verde hasta las doce y media que recibí
una llamada.
Quien habló fue
Mr. Jean para invitarme a un concierto de tambores africanos que habría en algún
lugar del downtown, de modo que quedé de estar en la otra casa a la una y
media. Así pues, una vez llegado, conocí a otro de mis hermanos: Sergio, de
Puebla. Es un tipo que también tiene amaneramientos muy parecidos a los de
Yoshi y sonríe con una coquetería que ya quisiera alguna bella mujer me
sonriera así. Me comentó que su historia es muy chistosa, que no me la podía
perder y que se moría por contármela: que él vino a Montreal en una escapadita,
que sólo venía por tres semanas y que ya lleva aquí cinco meses (¡Y ya, eso era
todo!) que cómo veo, que a poco no es graciosísimo. Sin contestar nada, salí de
la cocina cuando terminó su relato y ya nunca quise hablar con él.
Entré al
comedor y saludé a Julio (Guatemala), Yered (D.F), Veder (Siria) y Denisse
(Veracruz), quienes me ofrecieron de desayunar y acepté gustoso, pues el hambre
de lagunero no se me quitará ni aunque viaje a alguna luna de Júpiter. Todo me
supo a pedazo de cielo: pan, mantequilla, tocino, jugo de naranja. Minutos
después Igor (Israel) apareció, lo que provocó que Veder saliera
intencionalmente y sin decir palabra.
Terminamos de
desayunar y ya nos íbamos pero Denisse aseguraba que no estaba lista (para mi
se veía bastante guapa, mientras me servía mi porción de comida casi le pido
matrimonio) por lo que la tuvimos que esperar en la sala un buen y prolongado
rato. En ese inter, Veder me platicó por qué los israelíes son tan malos,
abusones y tienen la culpa de la guerra, la miseria y de todo. No hice más que
escuchar, asentir y pensar en Denisse.
Apareció
Giovanni, otro de mis hermanos y comencé a perder la cuenta de mis fraternos y
a sentirme en familia bíblica. Tiene 30 años y es de Venezuela, pero no pude
seguir el hilo de su conversación, tan rápido dice palabras.
Llegó la hora
de partir, o la hora en que Denisse dispuso finalmente que por fin se veía
guapa (para mi no hubo gran cambio) y ahí íbamos rumbo a la parada del camión.
Giovanni (Venezuela), Igor (Israel), Yered (D.F), Denisse (Veracruz) y yo. En
todo el trayecto, Igor me estuvo platicando todo lo malos, abusones y culposos
por la guerra y miseria y de todo que tienen los musulmanes. Yo lo escuché con
la misma fría calma y atención que utilicé con Veder. Poco después Denisse me
dijo:
- ¡Me tienes
sorprendida!, ninguno habla de esto con nadie y sólo en esta mañana, tú ya
trataste el tema con los dos. ¡Vaya! con razón dices que eres periodista.
- Bueno, sí,
pero de futbol- respondí.
Llegamos a un
bosque muy grande. Espectacular por tantos verdes por todos lados. Nos acercamos
al tumulto del dichoso concierto africano y no eran más que tambores y danzas
extrañas, aunque a mis hermanos realmente les entusiasmó. Creo más bien que lo
extraño fue que no había ningún africano por ahí, ni tocando ni danzando. La
mayoría de la gente se dejaba llevar por el ritmo de la música, con movimientos
poco ortodoxos y sin importarle nada más. Era una especie de Rave africano
bailado por turistas de todo el mundo en una ciudad afrancesada canadiense. Y
yo ya no sabía de dónde era yo.
Igor, Denisse y
el buen Agapo, o séase yo, cansados del mundanal ruido, nos separamos del grupo
para adentrarnos en el bosque. Había demasiados caminos y subimos hasta casi
llegar a la cima. Tomamos asiento en una amable lomita y la vista fue maravillosa,
pues volaban por todas partes pelusas blancas provenientes de alguna planta
cercana que hacían parecer como si estuviera nevando. Ante tan esplendoroso
paisaje, recordé Sueño De Una Noche De Verano del buen Shakespeare.
-Bueno Igor, ¿a
qué hora te vas a callar?- no dejaba de pensar, pues el hombre no habla, sino
vocifera tantas palabras casi a gritos en un extraño híbrido de francés-hebreo
que ni Denisse ni yo logramos entender y, al menos a mi, me absorbe energía.
Finalmente
alcanzamos al resto de nuestra gente, aunque poco duramos juntos. Yered
necesitaba un cajero y, a decir verdad, yo también, por lo que decidimos ir en
su búsqueda. La interminable voz de Igor se ofreció a acompañarnos, lo que
ciertamente fue un error.
Y como Yered no
habla nada de inglés, e Igor, claro, nada de español, y como lo que hacía Yered
comenzó a molestar a Igor y viceversa, los dos comenzaron a reclamar y a
regañar a ¿quién creen? ¡pues claro! Al inmaculado y buenazo del Agapo Buendía
que sólo escuchaba airadamente serias quejas de lo que hacía el otro. De la
nada Yered e Igor utilizaron
gratuitamente a un apuesto traductor sin jugoso contrato de por medio. No tomé
conciencia de ello, pues estaba más preocupado por traducir que por darme
cuenta que a mí ni me iban ni me venían sus pleitos. Sin embargo, al subir al
metro de vuelta a casa, me senté intencionalmente aparte y cerré los ojos
fingiendo dormir para hundirme en la más sabrosa de las indiferencias.
Al llegar a
nuestro suburbio, un trueno digno de Zeus en sus días retumbó en el cielo y comenzó
a llover como nunca antes (te lo digo en verdad) había visto en mi vida. El
torrente se presentó con tal violencia, que tuvimos que refugiarnos en un Burger
King con muchos otros paseantes. Dentro la tele estaba encendida y la guapa
mujer del clima describía esta inesperada tormenta. Yo nunca había estado en
una (en la Laguna apenas y llueve) y créeme, me impuso. Pero fue agradable
presenciar esta maravillosa manifestación cruel y violenta de la naturaleza,
cosa que en silencio agradecí. Más tarde, en las noticias de la noche,
hablarían de que esta tormenta, que nos tomó de sorpresa en plena calle, a poco
estuvo de convertirse en tornado. ¡Uf!
Pero de vuelta
en el refugio Burger King, después de dos horas de conversación y risotadas,
terminaron las gotitas de agua y pudimos volver a casa. Cenamos con cierto
silencio. Lavé mi plato y me despedí de todos para volver a mi otra casa. Al
llegar, abrí la puerta de mi habitación y mi espléndido cuarto y cama verde me
esperaban impacientes. Mi espacio, en un silencio celestial, me esperaba para
arroparme y cuidarme.
Eran apenas las nueve de la noche. Domingo. Yo no daba
más y a los pocos segundos me quedé dormido.
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