viernes, 28 de junio de 2013

Carta 40. Fin.


Cartas en Montreal XL

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA ES EXPULSADO DE LA CASA DEL BIG JEAN, SE DESPIDE TRISTEMENTE DE TODOS SUS AMIGOS, TOMA SUS MALETAS, SUS RECUERDOS, SUS VIVENCIAS Y CON GRAN ÁNIMO PERO CON NOSTALGIA EN SU CORAZÓN, REGRESA FINALMENTE A CASA.


Esta es mi última noche en Montreal y mi corazón se entristece. Mi cuarto verde luce del todo distinto, totalmente ajeno a como lo conozco. Mi ropa con la que realizaré el largo viaje de regreso se encuentra esperando en un cajón. Todo lo demás, absolutamente todo lo demás, ya está empacado y listo para volver conmigo a casa. Mi casa.

Si bien es cierto que esta última noche la he pasado felizmente con mis amigos, no imaginé que la despedida fuese a ser tan dura y difícil. Nos hemos dado el último abrazo, pues yo viajo exageradamente temprano por la mañana y nos será imposible vernos de nuevo: Yered no dejaba de tener su brazo sobre mis hombros a manera de medio abrazo. No hablaba, no decía nada. Simplemente me mantenía abrazado. Era su forma de despedirse y de decirme que me apreciaba.

Miguel, mi mejor amigo aquí, pintaba en su rostro su eterna sonrisa, pero sus ojos me decían adiós. Una y otra vez me proponía que me quedara más tiempo, pero yo tengo que regresar a donde los míos me esperan. Mi adorada camisa de la Selección Nacional, la original con la que acaban de jugar el Mundial y que yo me ponía para todos lados con orgullo, se la he regalado. Siempre que la usaba no dejaba de admirarla y de decirme que qué chingona estaba, que por favor le enviara una, que él me la pagaba. Ya no hace falta, ya es suya. Miguel hace mucho que no va a México y no podrá ir en los próximos tres años, pues busca la nacionalidad canadiense. Mi obsequio fue una sincera muestra de agradecimiento por su valiosa amistad.

Sentí angustia en mi garganta cuando me despedí de Julio. Un fuerte abrazo y luego su voz:

- Le trajiste mucha alegría a esta casa, vos.

Gracias Julio, gracias en verdad. Gracias Miguel y gracias Yered. Ustedes, junto con Giovanni y Julia son lo más valioso que me llevo de este viaje. Mis vivencias, mis relatos, mis anécdotas, toda mi experiencia aquí, esta historia, todo giró entorno a ustedes y ahora forman y formarán parte de mi vida. Gracias amigos.

Dí la mano a Veder, a Yoshi, a Igor, a Alí. Era mi despedida, hablábamos de mí, recordamos anécdotas, reíamos a carcajadas y estábamos todos tristes. Sólo César estuvo ausente porque resultó que tiene criterio y se supo no grato. Mr Jean me dio algunos consejos para el viaje de regreso y me dijo que me espera sin falta el próximo verano, que nunca dudara que ahí es mi casa y que me veía como a un hijo. ¡No me haga llorar Mr Jean, por favor! Le dije que por supuesto que aquí estaré, sabiendo que es imposible, pues me espera una vida de independencia y trabajo. Quizá alguna vez lo visite en un viaje de placer, pero me llena de terror que se repita la historia con mi casa en Toronto. No soportaría otro abandono.

Miguel fue quién me acompañó a la puerta. Volvimos a abrazarnos con fuertes golpes de espalda. Deseaba que esa despedida se terminara de una vez. Las palabras de Julio, la mirada de Yered, la tristeza de Miguel, la bendición de Mr Jean me habían hecho hacer puchero. Mis ojos y garganta no podían más. Le dije a Miguel que quisiera mucho a su hija, que siguiera siendo tan excelente persona como es. Finalmente nos dijimos un hasta pronto...

Salí de la casa de Mr Jean para dirigirme a la mía y, solo por fin, las lágrimas brotaron. Atrás dejaba a mis amigos quienes fueron clave para que no viviera una soledad extrema. Mis compañeros, mis amigos, mis hermanos. Fieles caballeros de nuestras batallas en donde derrotamos dragones y besamos doncellas. A ellos les tocaba otro guión en esta vida tan extraña: se quedaban en Montreal y yo me despedía. Marchaba a casa, rumbo al desierto, a mi carrera, a mi realidad. 

Ahora estoy aquí, recostado en el piso de madera, en este cuarto verde ya sin objetos. Tan obsoleto como una celda de monasterio. Todas mis cosas guardadas en esa fría maleta. Sólo mi ropa de mañana y mi libro que me acompañará en el camino. Mi última noche. Triste noche, has sido cruel esta vez. Mañana, antes de que inicie el nuevo día, tomaré mis cosas y saldré de esta casa.

Esta aventura ha terminado y yo te agradezco profundamente que hayas sido partícipe de estas Cartas, tan tuyas, porque por las noches fielmente y entusiasmado, me he sentado cuaderno en rodillas, pluma en mano, invocando la inspiración para escribirte y regalarte estas Cartas, a ti, que me lees. Gracias por tu paciencia, tiempo y compañía.

Mientras tanto, te escribo para calmar mi tristeza. Siento que termina una feliz etapa en mi vida que no se repetirá y eso, más las despedidas, me han puesto muy nostálgico. Las horas se consumen y no dejo de escribir. Mi cuarto verde me observa, con cierto reclamo, mío por última vez. Mi cama, mi almohada, mis cajones, saben que me voy. Todo lo que hago o digo en estas horas es dicho o hecho por última vez.

La noche es tan silenciosa, Montreal es tan bello, respiro y pienso. Veo por la ventana, sentado con familiaridad con el alma más tranquila. Observo el cielo, agradeciendo al universo mi pequeño existir. Casi todas las estrellas me acompañan con su elegante brillo.

Me gusta tanto que se vean así.


FIN



Alejandro Rodríguez Santibáñez
Montreal, Canadá
Verano del 2002

jueves, 27 de junio de 2013

Carta 39


Cartas en Montreal XXXIX

QUE TRATA DE LAS MÚLTIPLES VISITAS QUE REALIZA AGAPO BUENDÍA A DIVERSOS LUGARES NOCTURNOS, LO QUE SIGNIFICA LA AGONÍA DE ESTA AVENTURA.


Es el puerto de Montreal el lugar que más me ha gustado de esta ciudad. El sitio en donde me he refugiado para escribir, a pasar tiempo a solas bajo la sombra de este árbol tan apartado de los demás. Este lugar permite una panorámica magnífica: de los barcos, de la gente, del río, del cielo y de la antigua ciudad. Es en este lugar en donde me encuentro ahora despidiéndome. Diciendo adiós a Montreal.

Desconozco cuándo podré volver a este mi lugar. Le digo con tristeza adiós a esta nueva ciudad mía. ¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? Me refiero a este viaje pero también a mi adolescencia. Regreso a Torreón y en definitiva mi vida ya no será la misma. Es hora de pagar facturas y lo que sigue será simplemente ser adulto, así se ha negociado mi regreso. Buscaré en dónde vivir, forzosamente un trabajo que me mantenga y lo que decida, haga o no realice será mi total responsabilidad, mi familia ya no me puede cuidar. Tan peladote, dicen.

Está bien. Tengo 22 años y está muy bien. Regresaré a la televisión, a las transmisiónes de radio de los juegos del Santos y a mi columna en el periódico. Y a ver qué más. En definitiva seguiré leyendo y escribiendo, pero pienso que los viajes tan largos como el relatado de Toronto, Europa y este de Montreal han terminado, pues ahora sudaré en mi frente el pan que lleve a mi boca y los viajes serán menos y menores. Nombre, Adán, gracias…

Llevo cuatro días sin escribirte, mañana será de cerrar maletas y despedidas. Este es el momento que me he regalado para estar a solas con mi árbol, mi puerto y Montreal. Respiro y recuerdo. Anécdotas hubo muchas. La mayoría de ellas, creo, divertidas. Todas las compras están hechas, mi certificado de Francés en mis manos y recuerdos muy cercanos aún pasean por mi mente y me provocan reír:

Anteanoche nuevamente un vaso de cerveza se cayó de mis manos, tumbando más vasos de cerveza casi llenos que provocó un caos en la mesa de la casa blanquinegra de las españolas; Irene escuchando mi lluvia de piropos y todas las españolas como testigo de mis palabras. Al final las harté cuando comencé, de nuevo, a comparar a Irene con Penélope Cruz. Soy un simple borracho mexicano, de la Laguna, nada más, ¿qué esperaís de mí? Alguna de ellas se sorprendía que mi cerveza tuviera cada vez menos líquido, pues no se me veía beber, sólo hablar, hablar, hablar... Que si Irene, que si Penélope Cruz, que si la nariz de Irene, que, que, que…

Qué lío ha sido. Recuerdo cuando viajaba en camión, muy de madrugada, de Torreón a Monterrey para tomar a la mañana siguiente, tan temprano, el avión que me llevaría a Dallas y posteriormente a Montreal, cuando viendo por la ventana, replanteaba mi vida y me preguntaba qué había hecho, cómo había actuado para que tuviera que dejar de prisa mi ciudad en una huída y refugiarme en Canadá. Yo era bueno, había sido excelente estudiante, las maestras me querían, era amiguero, había tenido bonitas relaciones con novias, no hacía daño, me gustaba el deporte, el cine. ¿Qué había pasado? ¿Por qué la vida me ponía esta prueba tan grande? Decidí que me dedicaría a pensar, a controlarme, a respirar Canadá y a no meterme en más problemas. Que sería dueño de mis acciones. Y ahí estaban: Daniela en los primeros días, Natalia y su tan bella sensualidad, Irene y su refinamiento, Kosué como pecado original. ¿Tenía elección? ¿No es parte de vivir, del ser joven, de agradecer la existencia misma el morder frutos aunque algunos de estos sean prohibidos?

A mi las cosas me asustaban, me impresionaban, las vivía, las capturaba y luego compartía con mis palabras. Pocas cosas sabía hacer, entre ellas caminar frenéticamente. Sin duda extrañaré estar sentado aquí, en donde estoy ahora, como momento único de vida. El sol se va posando y el cielo comienza a tornarse morado.

En cualquier momento me levantaré, tomaré mi mochila y prosiguiré mi camino.

miércoles, 26 de junio de 2013

Carta 38


Cartas en Montreal XXXVIII

QUE TRATA DE ALGUNAS MEDITACIONES QUE HACE AGAPO BUENDÍA SOBRE ESTE VIAJE Y DE CÓMO REPRESENTA A SU ACADEMIA DE FRANCÉS EN UN EXAMEN ESTATAL.


Me sería muy difícil, y a ti muy tedioso y confuso, anotar a cada persona que conozco aquí y hacer de él o de ella un personaje. A pesar de que he realizado un gran esfuerzo por omitir nombres en estas Cartas, las personas que he nombrado son ya muy numerosas y corro el riesgo de que el lector ya no sepa si quién es quién. Es posible que en el futuro alguien que ha formado parte de este viaje, lea estas Cartas y no vea su nombre en ellas, pero tendrán que comprenderme.

También es difícil que cada día haya algo qué contar. Por supuesto en los primeros días sí hay y mucho, como habrás notado que te escribía sin falta una carta cada noche, porque todo es nuevo, sorpresa y causa impresión. Con el paso de las semanas se vuelve rutina y una anécdota en la clase de francés, en la casa o en el metro, tiene que tener muchos elementos para ser relatados porque sino caigo en lo que lamentablemente muchos escritores hacen: cumplir con cierto número de páginas (aunque ellos cuentan palabras) y si yo tuviera esa visión, caería en sus mismos vicios, mis Cartas se leerían así: “Me levanté, fui al baño, me vi al espejo, lavé mis dientes, abrí la llave del agua, sentí que ya estaba tibia, me metí bajo el agua, entonces me puse a pensar, tomé el shampoo…”  Para mi, lo más importante en mi escritura es la síntesis de las ideas y tratar de relatarlas con mucha sinceridad en las emociones experimentadas. Si con ello te hago reír, pasar un buen momento o te provoco alguna nostalgia, entonces me daré por bien servido.

Uno cuando viaja a estudiar algun idioma piensa que es eso precisamente lo que aprenderá, un idioma. Y si bien es cierto que al regreso puedes estar hablando inglés o francés, lo realmente aprendido es otra cosa. Este tipo de viaje te enseña a dos cosas: a vivir y a sobrevivir. Por eso considero importante experimentarlo. El aprendizaje que conlleva cuidar de ti mismo, la elaboración de tu comida, el lavado de tu ropa, las distancias, el vivir lejos de tus padres, hermanos y amigos de vida para sobrevivir en una auténtica jungla que es cualquier metropoli.

En la casa en donde vivimos, la famosa casa del Big Jean, hay diferenties tipos de tarifa. Si eres de cierto abolengo puedes tener la vida resuelta, pagando. Las tres comidas incluídas, lavandería, planchado y hasta transporte, pero creo que se perdería del todo la escencia de lo que uno realmente viene a aprender, destetarse, buscar cómo hacerlo, cómo moverte, cómo ser, cómo funcionar.

En lo particular, tengo sólo el dinner resuelto, que es como la cena, aunque se sirve a las 6 pm, horario impensable en México para comer. Mr Jean, como si fueramos personajes huérfanos de Oliver Twist, nos prepara en grandes hoyas espaguetti, arroz, verduras al vapor y ya. El desayuno y lunch corren por mi cuenta. Puedo usar la cocina y prepararme, como he hecho por las mañanas, pero tengo que hacer mi propio mandado. Lavo, como has notado. Y la planchada es obligatorio llevarla a un local cercano que lo hace muy barato, pues por experiencias de los Lordland, como se les dice a los que hospedan estudiantes, la plancha en manos inexpertas de estudiantes, disparan el recibo de luz.

Digo todo esto, porque precisamente Yered tiene el paquete completo, todo resuelto. Persuadido por nosotros con el paso de las semanas, haciéndole saber la importancia de la autosuficiencia y el real objetivo de vivir en el extranjero, convino con Mr Jean no pagar su lavandería por este mes y hacerla él mismo. El resultado es el siguiente:

- ¿Qué tienes Yered? – preguntó Miguel.

- Nah…, Mr Jean se estuvo riendo mal plan de mi.

- ¿Por qué? – Pregunté.

- Nah…, pero de forma exagerada. Como veinte minutos seguidos. No paraba de hacerlo.

- ¿Pues qué hiciste? – Julio.

- Le dije que me ayudara a lavar mi ropa, pues nunca en mi vida lo había hecho.

- ¿Y por eso se rió? – Miguel.

- No, no por eso. Dijo que sí, que con todo gusto.

- ¿Entonces? – Su servidor.

- Entonces me pidió que separara la ropa y me dio dos canastas para poner la ropa en ellas.

- ¿Y?

- ¿Y? Que fui a mi cuarto y separé mi ropa: en una canasta puse las camisas y en otra los pantalones.

Pobre Yered, buscaba consuelo en nosotros y se encontró con un torrente de risas mayores y más burlones que los de Mr Jean. También nosotros duramos un  buen rato riendonos de él. Al final nos comentó que había aprendido que separar la ropa significa la blanca con la de color. Al poco rato, a manera de consuelo, le platiqué de cuando quemé la secadora. Pareció ayudarle, al menos.

Por último te platico que hubo una revisión de Instituciones Académicas y fue el turno de nuestro colegio de pasar la prueba. Los inspectores iban a hablar con algunos de los alumnos para cerciorarse de que estuvieran progresando y aprendiendo. Mi nombre salió elegido (tan salados, los de mi Academia) y me llevaron a un cuarto con una inspectora. Rígida, malévola y vieja, me observaba. Mis manos comenzaron a sudar. Pronto comenzaron las preguntas y mi boca despedía bellas palabras en francés, bien pronunciadas y con un buen orden gramatical. Todo iba muy bien. De imprevisto, de golpe, me preguntó la fecha de hoy, cosa que no sabía. Es decir, no lo sabía en ningún idioma. Simplemente no la había checado, nunca la checo aquí, para qué, si ya todos los días tenemos fiesta, bares y japonesas. Pero eso bloqueó mí mente: perdí la confianza, después la seguridad y en una acción de plena honestidad, sólo mencioné, en francés:

- Perdón, la verdad es que no sé a qué dia estamos.

- Estamos a 14, ahora dime la fecha completa.

- ¡Ah, ok!. Gracias. Hoy es 14 de agosto de...

¡Chíngale!- pensé- ¿cómo se dice 2002? ¿Como en inglés? No, como en inglés no, aquí es diferente. 
¡Pero si yo lo sé decir! ¡Muchas veces en clase he dicho 2002 en francés! ¡¿Cómo se dice?! ¡¿Cómo se dice?!

 - ¿Y bien? - interrumpió la inspectora mis pensamientos- estamos a 14 de agosto del...?
-    ¿Del presente año?

Un crack este Agapo Buendia. Mientras lo decía, me arrepentía de lo que estaba diciendo, pero fue todo lo que se me ocurrió. Algo tenía que contestar y, viéndolo muy pero muy objetivamente, yo tenía razón. Como esperanza, deseaba al menos que ella se riera. No lo hizo. Me dio las gracias y salí de ahí. ¡Del presente año!

Desconozco si pasamos la prueba.

martes, 25 de junio de 2013

Carta 37


Cartas en Montreal XXXVII

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA RELATA LAS NUEVAS MALAS DE LA CASA DEL BIG JEAN, Y DE CÓMO JULIA SE DESPIDE DE ESTA HISTORIA PARA REGRESAR A SU PAÍS.


La casa del Big Jean se ha convertido en un lugar lleno de sucesos, gritos, pleitos, problemas, discusiones, risas y hasta retos.

A muy poco estuvo Yered de golpear al insoportable de César y, sino es porque Miguel logró separarlos y tranquilizar al primero, el pobre de César hubiera quedado más miserable de lo que ya es. La verdad es que yo no estuve presente, pero uno a uno me contó su versión y sorprendentemente todos coinciden. César ya esta advertido: otro comentario estúpido, otro grito hacia alguien de la casa y nadie lo va a defender, todo lo contrario, cada uno le proporcionará un merecido y doloroso patín.

Por si esto fuese poco, Mr. Jean y Miguel tuvieron un problema de primer grado. Aunque soy de los pocos que sé las causas, me es imposible revelarlo por lo delicado del tema.

Por otra parte, la señora de la casa lleva tres días internada en el hospital y yo apenas me entero. Desconozco los motivos y el estado de su salud. La casa en donde duermo ahora siempre está sola y no hay quien me informe.

Supongo que uno nunca llega a acostumbrarse a las despedidas. Dolorosas como son, es imposible evitarlas y más en un viaje como éste. Es como la muerte, todos sabemos que nos iremos pero no es hasta que llega el momento cuando se vuelve parte de nuestra realidad y es cuando se vuelve demasiado tarde. Miro atrás y no concibo esta aventura sin la presencia de Julia, tan deprimido y nostálgico como he andado, su conversación, consejo y compañía me brindaron momentos tan cálidos. Además, mi promesa de verdadera amistad pienso mantenerla a través de los años y años que están por venir.

Julia ha dicho adiós, eso es un hecho. Se ha ido. Ha regresado a España. Aquí encontró el amor con el que siempre había soñado, Miguel, que fue el mejor novio que pudo haber tenido y que tendrá.

Si fue un dramón ver los comienzos de su despedida, imagino cómo fue cuando los dejamos solos.

En esta vida, lo más terrible es decir adiós.