domingo, 12 de mayo de 2013

Carta 11


Cartas en Montreal XI

QUE TRATA DE LAS CURIOSIDADES QUE ENCUENTRA AGAPO BUENDÍA CON EL IDIOMA FRANCÉS, EN DONDE SE NECESITAN NOCIONES MATEMÁTICAS SI ES QUE SE QUIERE CONTAR MÁS ALLÁ DEL NÚMERO 80.


Para decir números en francés, hay que saber sumar. Eso me lleva a pensar que las personas que hablan este idioma como lengua materna, ya sea en esta región del estado de Quebéc, Francia, Suiza o algunos países africanos y regiones asiáticas, aunque sean analfabetos y quizá vivan en la miseria, sumar sí saben. Encuentro muy tenebrosa la numerología porque es demasiado compleja: para decir, por ejemplo, 95, se pronuncia (en francés, claro, pero lo escribiré como en español sonaría) "cuatro veintes más quince".

Todo va muy bien hasta el 79, pues se dice tal cual el número (pero en francés, insisto) pero nada más llegando al 80, salen con su cosa de las sumas (80 es, cuatro veces veinte, y de ahí hasta el 99 sumas el numero que quieras decir al 80).

¡Uf!

De verdad que no me imagino a algún contador o banquero diciendo: 92 millones 88 mil 989. 97 en esta lengua. Con razón hay tanta poesía francesa. ¿A quién le interesan los números?

Para acabarla, ahora resulta que los patos también hablan francés y no dicen "cuack cuack" sino "cueck cueck". Estábamos en clase viendo los animales y como somos un gurpo muy aplicado, ya más o menos dominamos los números, el alfabeto y los colores, por lo que hemos dado un paso gigantezco en el conocimiento humano y ahora repasamos los animales. La maestra nos puso de dinámica actuar como el animal que nos tocó en el papelito y los demás teníamos que adivinar y decir en francés de qué se trataba. Andy, a quien recé con todo mi ser que le tocara el Oso Panda y ahora sí poderme explayar y perseguirlo por los pasillos diciéndole Andy Pandy, quiso explicar la palabra pato en francés: se levantó, caminó chistoso y nadie entendíamos. Pero cuando en un recurso desesperado hizo el sonido: "cuak cuack", todos entendimos perfectamente que se trataba de un pato, excepto la maestra que no lograba adivinar. Cuando se dijo la palabra “canard” que es la que corresponde al pato, la maestra desaprobó la actuación de Andy argumentando en un bello francés:

- ¡Ah, no! ¡No, no! No puedo dar la participación por buena, los patos no hacen cuack cuack, ¡hacen cueck cueck!

Cero para Andy, que se había entregado en cuerpo y alma en su actuación. Pero al menos ya sabes que si alguna vez te encuentras con un pato graznando “cueck cueck”, sin duda se tratará de un pato francés.

Por supuesto todo esto es divertido. Las anécdotas y ocurrencias surgen conforme las horas, para beneplácito de las risueñas japonecitas, que todo me festejan. La maestra nos pregunta para cerciorarse de que entendimos el ejercicio que realizamos o la explicación de alguna regla gramatical, con un elegante:

- Ce bon? -Que significa: "¿Está bien?"

A lo que yo respondo, pues se pronuncia casi igual:

- ¡Simón!- Lo que provoca las risas de los mexicanos.

Por la tarde y después de la comida en la Academia, la maestra nos propuso ir al mercado de Montreal en donde repasaríamos los nombres de las frutas y verduras que acabábamos de aprender. El camino fue largo ya que tuvimos que tomar dos veces el metro y caminar un buen rato. Finalmente llegamos. El mercado nos recibió sumamente colorido con flores y frutos de todos los colores y tipos. A no ser por la falta de artilugios místicos, aguas curanderas y objetos guadalupanos, el mercado quebecois es muy similar al mexicano. Pero algo que llamó poderosamente mi atención y que para mi gusto fue lo más admirable de la tarde, fueron los gritos de los vendedores que, cual vulgares verduleros, ofrecían a estruendosos gritos su mercancía y ofertas ¡pero en francés! La fusión era muy extraña porque el grito era molesto pero la palabra muy elegante. Me detuve un rato para escucharlos gritar y a uno casi le aplaudo por la enjundia con que ofrecía las sandías.

Lo que fue un poco incómodo fue que era notorio que nosotros no pertenecíamos ahí. Tanto vendedores como compradores nos veían con cierto recelo, sintiendose observados como curiosidad de feria ambulante. Íbamos en grupo, casi formaditos y siempre detrás de la maestra. Me sentí en segundo de plastilina a punto de graduarme para por fin entrar a kinder. Entonces la maestra se detenía frente a una manzana con todo el entusiasmo y triunfo, esperando a que nos acercáramos y viéramos con suma atención su hallazgo, como si hubiera encontrado la piedra filosofal, ya reunidos, con digna autoridad, decía:

- Une pomme- La maestra.

- Une pomme- repetíamos al mismo tiempo como retrasados mentales o, peor aún, como los que dicen que Monterrey contra Santos no es clásico.

Los compradores, con toda y absoluta razón, tratando de hacer sus compras lo más rápido y baratas posibles, se molestaban al verse interrumpidos por un grupo de lelos que se detenían en medio de la calle repitiendo:

- Une poire (pera)- decía la maestra

- Uneeee pooooooireeeee- repetíamos lentamente.

Los vendedores, más molestos aún de que acaparáramos todo su puesto para señalar un simple fruto, sin realizar compra alguna y de paso detener a la clientela, nos echaron ojos como si hubiéramos tocado a su puerta temprano en domingo y nos hubiésemos presentado como Testigos de Jehová. Aún así, el paseo fue agradable.

Por cierto, qué misterioso y poético el nombre que en francés se le da a la papa: "pomme de terre", que, traducido, es “manzana de tierra”.

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