Cartas en Montreal XI
QUE
TRATA DE LAS CURIOSIDADES QUE ENCUENTRA AGAPO BUENDÍA CON EL IDIOMA FRANCÉS, EN
DONDE SE NECESITAN NOCIONES MATEMÁTICAS SI ES QUE SE QUIERE CONTAR MÁS ALLÁ DEL
NÚMERO 80.
Para decir
números en francés, hay que saber sumar. Eso me lleva a pensar que las personas
que hablan este idioma como lengua materna, ya sea en esta región del estado de
Quebéc, Francia, Suiza o algunos países africanos y regiones asiáticas, aunque
sean analfabetos y quizá vivan en la miseria, sumar sí saben. Encuentro muy
tenebrosa la numerología porque es demasiado compleja: para decir, por ejemplo,
95, se pronuncia (en francés, claro, pero lo escribiré como en español sonaría)
"cuatro veintes más quince".
Todo va muy
bien hasta el 79, pues se dice tal cual el número (pero en francés, insisto)
pero nada más llegando al 80, salen con su cosa de las sumas (80 es, cuatro
veces veinte, y de ahí hasta el 99 sumas el numero que quieras decir al 80).
¡Uf!
De verdad que
no me imagino a algún contador o banquero diciendo: 92 millones 88 mil 989. 97
en esta lengua. Con razón hay tanta poesía francesa. ¿A quién le interesan los
números?
Para acabarla,
ahora resulta que los patos también hablan francés y no dicen "cuack
cuack" sino "cueck cueck". Estábamos en clase viendo los
animales y como somos un gurpo muy aplicado, ya más o menos dominamos los
números, el alfabeto y los colores, por lo que hemos dado un paso gigantezco en
el conocimiento humano y ahora repasamos los animales. La maestra nos puso de
dinámica actuar como el animal que nos tocó en el papelito y los demás teníamos
que adivinar y decir en francés de qué se trataba. Andy, a quien recé con todo
mi ser que le tocara el Oso Panda y ahora sí poderme explayar y perseguirlo por
los pasillos diciéndole Andy Pandy, quiso explicar la palabra pato en francés:
se levantó, caminó chistoso y nadie entendíamos. Pero cuando en un recurso
desesperado hizo el sonido: "cuak cuack", todos entendimos
perfectamente que se trataba de un pato, excepto la maestra que no lograba adivinar.
Cuando se dijo la palabra “canard” que es la que corresponde al pato, la
maestra desaprobó la actuación de Andy argumentando en un bello francés:
- ¡Ah, no! ¡No,
no! No puedo dar la participación por buena, los patos no hacen cuack cuack,
¡hacen cueck cueck!
Cero para Andy,
que se había entregado en cuerpo y alma en su actuación. Pero al menos ya sabes
que si alguna vez te encuentras con un pato graznando “cueck cueck”, sin duda
se tratará de un pato francés.
Por supuesto
todo esto es divertido. Las anécdotas y ocurrencias surgen conforme las horas,
para beneplácito de las risueñas japonecitas, que todo me festejan. La maestra
nos pregunta para cerciorarse de que entendimos el ejercicio que realizamos o
la explicación de alguna regla gramatical, con un elegante:
- Ce bon? -Que
significa: "¿Está bien?"
A lo que yo
respondo, pues se pronuncia casi igual:
- ¡Simón!- Lo
que provoca las risas de los mexicanos.
Por la tarde y
después de la comida en la Academia, la maestra nos propuso ir al mercado de Montreal
en donde repasaríamos los nombres de las frutas y verduras que acabábamos de
aprender. El camino fue largo ya que tuvimos que tomar dos veces el metro y
caminar un buen rato. Finalmente llegamos. El mercado nos recibió sumamente
colorido con flores y frutos de todos los colores y tipos. A no ser por la
falta de artilugios místicos, aguas curanderas y objetos guadalupanos, el
mercado quebecois es muy similar al mexicano. Pero algo que llamó poderosamente
mi atención y que para mi gusto fue lo más admirable de la tarde, fueron los
gritos de los vendedores que, cual vulgares verduleros, ofrecían a estruendosos
gritos su mercancía y ofertas ¡pero en francés! La fusión era muy extraña
porque el grito era molesto pero la palabra muy elegante. Me detuve un rato
para escucharlos gritar y a uno casi le aplaudo por la enjundia con que ofrecía
las sandías.
Lo que fue un
poco incómodo fue que era notorio que nosotros no pertenecíamos ahí. Tanto
vendedores como compradores nos veían con cierto recelo, sintiendose observados
como curiosidad de feria ambulante. Íbamos en grupo, casi formaditos y siempre
detrás de la maestra. Me sentí en segundo de plastilina a punto de graduarme
para por fin entrar a kinder. Entonces la maestra se detenía frente a una
manzana con todo el entusiasmo y triunfo, esperando a que nos acercáramos y
viéramos con suma atención su hallazgo, como si hubiera encontrado la piedra
filosofal, ya reunidos, con digna autoridad, decía:
- Une pomme- La
maestra.
- Une pomme- repetíamos
al mismo tiempo como retrasados mentales o, peor aún, como los que dicen que
Monterrey contra Santos no es clásico.
Los compradores,
con toda y absoluta razón, tratando de hacer sus compras lo más rápido y
baratas posibles, se molestaban al verse interrumpidos por un grupo de lelos
que se detenían en medio de la calle repitiendo:
- Une poire
(pera)- decía la maestra
- Uneeee
pooooooireeeee- repetíamos lentamente.
Los vendedores,
más molestos aún de que acaparáramos todo su puesto para señalar un simple
fruto, sin realizar compra alguna y de paso detener a la clientela, nos echaron
ojos como si hubiéramos tocado a su puerta temprano en domingo y nos hubiésemos
presentado como Testigos de Jehová. Aún así, el paseo fue agradable.
Por cierto, qué
misterioso y poético el nombre que en francés se le da a la papa: "pomme
de terre", que, traducido, es “manzana de tierra”.
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