Cartas en Montreal XXXVI
QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA SE DETIENE A ESCRIBIR
LUEGO DE CONTINUAS NOCHES DE FIESTA QUE LO HAN PRIVADO DE TRANQUILIDAD Y
SOLEDAD. AL MISMO TIEMPO QUE DICE ADIOS A GIOVANNI, QUIEN FUE EL EXPULSADO DE
LA CASA Y HA REGRESADO A VENEZUELA. NO OBSTANTE, AGAPO BUENDÍA HA SIDO NOMINADO
NUEVAMENTE JUNTO CON CÉSAR PARA SALIR DE LA CASA DEL BIG JEAN. MIENTRAS TODO
ESTO SUCEDE, LA JAPONESA PORNO BUSCA A AGAPO PARA DISIPAR SUS DUDAS Y OBTIENE
COMO RESULTADO MUCHAS, MUCHAS DUDAS MÁS.
Han pasado cuatro o cinco noches en las que no me he
sentado a escribir. Al ser estos los últimos días para la mayoría de nosotros,
surgen fiestas y despedidas incontrolablemente, lo que provoca mi desvelo y mi
tarde despertar a la mañana siguiente, donde apenas alcanzo a hacer mi tarea,
preparar algún desayuno y tomar un buen baño.
Hemos resentido y mucho el adiós de Giovanni. Era él quien
había tomado el papel protector y pacífico del grupo y un enorme silencio
aturde la cocina ante la ausencia de su voz. Se han terminado las tardes de
cerveza y vino tinto en su balcón y su alegría al hablar. Giovanni se ha ido.
Como bien recordarás, los nombres de Giovanni y Agapo
nominaban a los posibles expulsados, y, aunque Agapo se salvó, nuevamente junto
con César ha sido nominado. La próxima expulsión será este domingo, veremos qué
pasa.
Imágenes llegan a mi mente mientras retrocedo algunos días
en el tiempo: Me veo en la cocina del colegio comprando un jugo en una máquina
de monedas al día siguiente del episodio en el Tokyo Bar con la Japonecita Porno,
quien, en ese mismo instante, aparece de la nada y me asalta diciendo:
- Agapo, ¿tienes un minuto? – preguntó con tétrica
seriedad. De haber sido mi novia, sabría que lo que
seguiría sería el cortón de
la relación.
- Claro que sí, dime. – Contesté, como siempre, amable.
- Estoy muy apenada- confesó bajando un poco la cabeza y
rellenando de rosa su piel tan absolutamente blanca.
- ¿Pero por qué? – Como pueden ver, hacerme güey se me da bastante
bien.
- Por lo de ayer en el Tokyo Bar.
- ¿Qué de ayer en el Tokyo Bar? - ¿Ya ven?
- Mhh... – dudó- es difícil de explicar. Me siento muy
rara.
Cambié mi jugo de mano, se me ocurrió un chiste referente a
las rarezas y a Japón, afloró mi humor negro, pero vi que la conversación iba
muy en serio, de modo que decidí no contarlo y mucho menos reírme mentalmente,
pues siempre me traiciono. En cambio contesté:
- ¿Rara?, ¿en qué sentido?
- No acostumbro a estar con alguien como lo estuve ayer
contigo. No he recibido más que regaños de la gente de mi país que nos vio.
Esta fuera de toda costumbre nuestra. Me han preguntado que si tu y yo somos
novios y he contestado que no.
No respondí. Fue un minuto largo y denso. Silencio acribillador.
Pero, ¿qué podía decir? Ella no me había preguntado nada y sabía, por
experiencia, que cualquier cosa que intentara pronunciar para terminar esa
densidad, sería una tontería (probablemente mi chiste que aún seguía vigente)
que provocaría una situación más embarazosa aún. Así que finalmente preguntó:
- ¿Les he dicho bien?
- Lo contrario sería mentirles – articulé con cuidado,
despacio, tratando de ser sutil, pues pronto fui consciente que mi cuerpo estaba
en un estado de congelación total, pues faltaba una palabra mal utilizada,
algún gesto o una barbaridad de mi parte para que México y Japón entraran en
guerra y ¡la que me esperaba con Vicente Fox! ¿cómo explicarle que yo era un
simple mexicano hormonal? Que ya me habían desterrado de mi país pero que en
ocasiones me sentía Don Juan. ¡Oh Fox! ¡He faltado a la patria seduciendo
japonesas! ¡Fusiladme!
- Sólo quería decirte – reanudó casi con ternura- que me
siento mal y que… Mh... No sé…, no estoy muy segura de lo que quiero decir...
¿Tienes algún comentario?
- Bueno, sí –mi diplomacia salía nuevamente a mi rescate,
¿Ya ves Fox? ¡Nómbrame embajador! ¡De las Antillas Holandesas, si así gustaís!
¡No me fusiles!- que somos amigos, ¿no? Como lo hemos sido antes y como no
hemos dejado de serlo.
- ¿Lo éramos antes? Nunca me habías dirigido la palabra. –
preguntó extrañada.
- En cierta forma lo éramos.
- ¿En qué forma?
- No sé en qué forma, pero de seguro en alguna muy especial.
- No entiendo. – Japonesa, sin el surrealismo del mexicano.
¿Así cómo?
- Yo también me he perdido ya… Escucha, Japonesa, quiero decir,
Kosué, somos amigos, compañeros
de salón, tratemos de convivir en armonía.
¿Esta bien?- Y le tendí la mano.
- Está bien- ella la recibió con una coordial sonrisa.
Finalmente dejó la cocina. Presumo que no entendió del todo
la situación, pero ¿quién osa comprender a un mexicano? Abrí finalmente mi jugo,
que ya no estaba frío. De todas formas me lo tomé. ¡Oh Fox!
¡Oh Fox! ¿Qué
haremos con esta juventud?
Me veo también en una fiesta dentro de un departamento
decorado todo en blanco y negro. Me veo platicando con Irene, la española que
conocí en el 737. Ahí era su casa. El lugar estaba atestado de españolas, pues
todas vivían ahí. Me recuerdo diciéndole a Irene lo mucho que se parece a
Penélope Cruz. De igual forma, me veo hablando con su hermana, conversando de
lo mucho que se parece Irene a Penélope Cruz. Me veo, dos horas más tarde, con
otra mujer que me dice:
- Agapo, en toda la noche no has hablado de otra cosa que
no sea Penélope Cruz.
- ¿De Penélope Cruz? – Pregunté con entusiasmo.
- Sí, de Penélope Cruz.
- ¿Verdad que es idéntica a Irene? – cuestioné con emoción.
- ¡Y dale con lo mismo! – respondía llevándose la palma de
su mano a la frente.
Me veo, otra noche, platicando dentro de un antro con una
hermosa mujer llamada Minerva. Mientras yo le enciendo su cigarro, ella habla
de sus perfumes. Me veo tomándola de la mano mientras la conduzco a la pista de
baile y reímos, bebemos y volvemos a reír. Me recuerdo contemplándola fijamente
sin poder evitar el compararla con alguna cercana ex novia. Sus formas de
hablar son idénticas. Me veo recibiendo su recordatorio de que tiene novio, al
acercar mis labios a los de ella. Sin soltar mi mano, sin soltar mi abrazo, sin
dejar de sonreírme, evitó mi in meditado beso. Me veo con el rostro confuso,
diciéndole que cuál novio, que estoy cansado y que me quiero ir, cosa que
finalmente hice. Me veo arrugando el papel que me dio con su número de
teléfono, tirándolo dentro de una alcantarilla.
Las mujeres dicen una cosa y hacen otra. O, más bien, dicen
una cosa a medias y hacen otra cosa también a medias.
Me veo en el Casino de Montreal, otra noche, solo después
de muchas veladas de fiesta. Jugando y apostando en la ruleta. A veces ganando
y a veces perdiendo, tal como me pasa con las mujeres. Este viaje era una
especie de retiro meditativo y reformador, por llamar dulcemente a mi claro y
precipitado destierro, pero las mujeres surgen, brotan, atacan y se agrupan.
No es tan raro que me dé por escribir.
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