sábado, 22 de junio de 2013

Carta 35



Cartas en Montreal XXXV

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA CORTEJA EN UN BAR A LA JAPONECITA PORNO, QUIEN LO DETIENE EN SECO CUANDO EL PROTAGONISTA DE ESTA HISTORIA INTENTA IR MÁS ALLÁ (QUE ACÁ).


Esa misma tarde, como parte de las actividades de la Academia de Francés, volveríamos a ir al Tokyo Bar, aquel lugar en donde anteriormente derramé cervezas sobre mi propia ropa, sobre las personas y sobre todas las cosas.

Durante el transcurso de las clases, impacientes nosotros por su finalización, intenté defender ante mi maestro el idioma español, cosa que a final de cuentas no pude hacer, dado que el maestro argumentó que en castellano decimos  erróneamente: “Soñé contigo”. Y que eso no se puede.
Sucede que me pusieron a leer un texto en francés y en una frase decía: soñé de verano. De modo que cuestioné:

- ¿Cómo que soñé de verano?

- Sí - contestó el maestro- el hombre se durmió y soñó de verano.

- ¿Soñó de verano?

- ¿Qué es lo que no entiendes?

- ¿Soñó de verano? ¿Qué quiere decir eso? No le encuentro sentido alguno.

- Pues que en su sueño, había ahí un verano.

- ¡Ah! - repliqué- soñó CON el verano.

- ¡No! ¡No! ¡Eso no se puede!

- ¿Soñar con el verano? ¡claro que si!

- ¡No! ¡Uno no puede soñar con nada ni con nadie! Ustedes los que hablan español dicen a menudo a otras personas: soñé contigo, pero eso es imposible.

- Entonces ¿con qué se puede soñar, sino es con alguien o con algo? En mis sueños, siempre sueño con personas.

- ¡Que eso no se puede!

- ¡Que sí se puede!

- ¡Que no!

- ¡¿Y por qué no?! – Yo ya estaba desesperado.

- Porque eres tú solo el que sueña. Puedes caminar con alguien, comer con alguien, incluso dormir con alguien. ¡Pero no soñar! El soñar es individual. Dos personas no pueden hacer el mismo sueño. No puedes decir soñé contigo porque no soñaste con esa persona, sino de esa persona.

- Si en un sueño aparece un conocido, soy yo solo el que sueña tal sueño, no con alguien más, de modo que a la mañana siguiente le digo, ¿soñé de ti?

- ¡Así es!

- No mame, profe. - esto dicho en español.

- ¿Cómo?

- Que ya entiendo.

- Ok, prosigamos...

Después de pensarlo y meditarlo bien, sí le encontré lógica a sus argumentos y aunque, se escucha incompletamente fatal, mi maestro tuvo mucha razón. El soñar es individual y soñamos de las cosas, no con las cosas.  

Acabó la clase junto con la discusión y alegremente nos dirigimos al Tokyo Bar. Yo llevaba dinero extra, dado que la noche anterior había ganado 100 dólares canadienses en el casino de Montreal, jugando simplemente a la ruleta y apostado sólo a los colores, como aprendí leyendo El Jugador del gran Dostoievski.

De modo que era hora de disfrutar de mis ganancias y apenas instalados los miembros de toda la Academia, pedí mi primer cerveza a la vez que encendí un cigarro. Parece que Natalia ha perdido interés en mi. Desde que me escondí, viajé deliberadamente, falté a clases y dejamos de vernos casi no sé de ella. A penas me saluda a veces en los pasillos y nada más. Tampoco he querido preguntar si todo está bien, supongo hay que dejar a las cosas seguir su propio camino. La vi de lejos y ahí estaba, muy bella, rodeada de los nuevos estudiantes recién llegados de México. Seguro ellos serán más sanos para ella que yo. No me considero mala persona, pero mi situación emocional actual no da para más. Soy como un ave fénix aún en cenizas.

No soy muy popular en la Academia, saben que soy medio sangrón e individualista y mis hermanos de la casa no estudian ahí, de modo que estuve solo un buen rato en la barra. Pidiendo una y luego otra. Fue cuando vi a la Japonesa Porno sentada con la Risueña Japonesa, solas, riendo descaradamente de alguna situación, cosa que invadió de curiosidad todo mi delgado ser. Las estuve observando un momento, mientras bebía un poco más. En el momento en que su amiga se levantó para ir al baño, vi mi oportunidad de oro y con valentía me acerqué.

- ¡Hola! – saludé cortesmente, aunque en mi mente le dijese al mismo tiempo: ¡Hola japonecita porno!

- ¡Hey! ¡Agapo!

- ¿Qué tomas? – Pregunté.

- ¿Cerveza y tú?

- También.

- ¡Oh! ¡Estas fumando!- observó

- ¿Quieres uno?

- No, gracias. No sé fumar- contestó un tanto resignada.

- ¡Yo te enseño!

- Mh...No estoy segura. – Respondió sonriendo.

- ¡Anda! ¡Prueba! ¡Yo te enseño!

Abrí mi cajetilla, tomé un cigarro y se lo di. Le expliqué ciertamente el proceso con mímica y se decidió a hacerlo. Fue cuando su boca se abrió para detener el cigarro con sus labios. Era una imagen real, provocadora, roja y violenta. Aquellos labios abriéndose, cediendo a mis palabras y recibiendo mi tentación. Kosué comenzó a fumar. Lo hizo pésimamente, pero sirvió para cortar el hielo. La Japonesa Risueña regresó del baño y se sentó sonriente en su lugar. También pidió un cigarro, aunque ella lo encendió y fumó con elegancia. Sin darnos cuenta, los cigarros se consumieron, la conversación fluyó y yo había bebido tres o cuatro cervezas más. Recordé en ese momento que tenía un compromiso con Julia y los de mi casa para despedir a Giovanni que al día siguiente regresaría a Venezuela, así que me disculpé un momento y bajé al primer nivel del Tokyo Bar a hablar por teléfono. Marqué al celular de Miguel (los siguientes diálogos son textuales dentro de mi embriaguez, así que perdonarás el vocabulario):

- ¡Güey! ¡Amo a la Japonecita Porno!

- ¿En dónde estás, cabrón? Te estamos esperando desde hace rato.

- Con la japonecita.

- ¿Qué japonecita?

- ¡Güey! ¡La japonecita!

- Ya, cabrón. ¿En dónde estás? Andas borracho, ¿verdad?

- No, ando con la japonecita.

Colgué el teléfono y subí de nuevo a la terraza del bar. Ahí estaba Kosué, mi japonesa: ahora sola, con sus gloriosas piernas cruzadas, paciente, esperándome. La Risueña Japonesa se había sumado a otro grupo de personas y yo lo tomé como toda una señal. Me senté a su lado más cerca que anteriormente. Mi pierna izquierda estaba completamente unida a su modelada pierna derecha. Posé mi brazo izquierdo detrás de su espalda, aún sin abrazarla y le sonreí. Me sonrió de regreso y pensé:

-       Ya chingué.

Pero en cambio le dije:

- Salud!- mientras chocábamos los cascos de las botellas y volvíamos reír de la nada.

Continuamos conversando y bebiendo. Sus labios me tenían desquiciado. Su cuello me había trastornado y sus hombros desnudos alimentaban mi deseo. Dos cervezas más. Una para ella y otra para mi. Que nunca terminara el alcohol. Aún tenía la cita con Giovanni y compañía, así que volví a levantarme. Bajé y marqué a Miguel.

- ¡Güey! ¡Amo a la Japonecita Porno!

- ¡Ya cabrón! ¡¿En dónde estás?!

- Aquí, con la japonecita.

- ¿Aquí, dónde, qué japonecita, cómo que porno? ¿Vas a venir o no?

- ¡Sí. Sí. Sí!

- Pues ya vente.

- ¿Güey?

- ¿Sí?

- ¡La japonecita!

Colgué otra vez. Me dirigí nuevamente al segundo nivel. Estaba chiflado. La vida era una broma. Estaba bebiendo con la mujer más sensual que mis ojos tapatíos hubieran visto jamás y sabía que era cuestión de tiempo para besarla. Esos labios, ¡serían míos! Tal pensamiento me ponía nervioso, a la vez que la adrenalina me había inundado el cuerpo. Eso justificaba mi conducta de catrín. Volví a sentarme a su lado, piernas juntas. Ahora pasé mi mano izquierda detrás de su espalda en un abrazo real y con mi otro brazo tomé su mano. Ella cedió. Era magnífico estar así. Mi Sailor Moon, abrazada a mi, mientras reíamos de boberías tomados de la mano. Viviendo y bebiendo en un bar de Montreal. Yo tenía 22 años y ella 19. Sabíamos hablar inglés. Yo era de México y ella de Japón. Conforme mis palabras transcurrían, mis labios se acercaban más y más a los suyos. Podía sentir la suavidad de su piel y percibir su aroma a jardín. Cerca, tan cerca de ella, casi topándome con su nariz.

-       “Inge su má…”- me dije a mí mismo al mismo tiempo que decidí posar mis labios con los suyos y por fin besarla.

Qué beso. Apasionado, delicioso, carnal y temporal. Nos separamos, sonreímos y al mismo tiempo buscamos la botella de cerveza y dimos un hondo trago. Volteé a verla. El beso me había encantado. Era una fantasía de caricatura, adolescencia y pecaminosa. Volví a besarla. Ahora despacio, con calma, como quien disfruta un postre.

¡Oh no! ¡la cena de Giovanni! Un minuto por favor... Solté su mano, dije que no tardaba y casi corriendo bajé nuevamente, pero agarrándome muy bien del barandal. Tomé el teléfono y marqué al celular de Miguel:

- ¡Güey! ¡Amo a la japonecita!

- Ya pendejo, ¡Neta ya! ¿En dónde estás? Vas a venir ¿sí o no?

- Es que...¡güey!

- ¡¿Qué?!

- ¡La japonesa!

- ¡Ya vente pinche Agapo! ¡Te estamos esperando!

- ¿Y qué va a pasar con la japonesa?

- ¿Qué japonesa?

- La japonesa porno.

- ¿Qué japonesa porno?

- ¿Güey?

- ¿Sí?

- ¿¿Guey??

- ¿¿Sí??

- ¡¡¿¿¿GUEY???!!

- ¡¡¿¿¿QUÉ???!!

- ¿Pensaste que no te oía?

- Sí.

- Sí te oía, jajajajá.

- Pendejo.

- Espera, te marco...

Colgué. Sabía que Miguel se enojaría pero la japonesa me esperaba, de modo que tenía que subir con ella. Volví exactamente al mismo lugar y en la misma posición que me encontraba antes. Tomé su mano con plena libertad y pedimos otras dos cervezas. Cuando las terminamos, fijamos nuestros ojos en nuestros labios así que invitamos nuevamente a los besos a nuesta mesa. Mi destierro. Mi mala conducta. Liechtenstein. Encerrado en una pequeña ciudad de Europa sin poder salir a ningún lugar. Mi familia y mis amigos sin mí y yo sin aprender la lección. Pero si eran sólo ricos besos. ¿Me podré detener ante semejante cuerpo y ante semejantes labios tan carnívoros? ¿La noche continuaría en su departamento? ¿Cuáles eran sus sucias y japonesas intenciones? ¿Quitaría ella la inocencia al tímido e inocente Agapo? Pensé que no sería una buena idea continuar, pues ya cargaba con mucha culpa y el catolicismo de rancho de mi ciudad ya me tenía más que condenado al infierno. Decidí no avanzar más. Este sería mi último beso de la noche. Con mi mano derecha intenté tomar su cintura para separarla y buscar las palabras adecuadas para despedirme, pero debes recordar que yo no estaba del todo sobrio y en lugar de tocar su cintura, poseé mi mano entre sus dos piernas, más bien arriba (muy arriba) de su rodillas. Su movimiento fue brusco. Ella, asustada, me separó de un empujón y me dijo que no. Que por favor no continuara. Pedí disculpas, le dije que no había sido mi intención tocarla, pero por supuesto no me creyó. Me pidió un abrazo. Gustozo se lo dí. Nos separamos y sonreímos. Me dijo que quería regresarse con sus amigas, que si me importaba. No me importaba, por supuesto, ve. No hay problema y discúlpame de nuevo. Se alejó dejando su cerveza casi llena, la cual terminé.

Me sentía bien. Sin querer había logrado lo que había decidido, salirme de ese abrazo. Yo también me levanté y, ya sin correr, me dirigí al teléfono. Miguel no contestó, sino su contestadora del celular. Al siguiente día Miguel me iba a comentar que dejé un mensaje de ocho minutos en su teléfono en donde repetidamente yo decía “Japonesa Porno”y “la amo” y “te juro que no me fijé”. Colgué y me fui del bar, caminando colina arriba para tomar el metro. Iba más bien callado (bueno, tampoco había con quién hablar), sabía que al día siguiente la volvería a ver justo a mi lado en el salón de clases y sería algo incómodo. Iiiiinchee Japonecita.

Fue una larga caminata, pues el Tokyo Bar no es céntrico. Tomé el metro y bajé en la estación que Miguel me había mencionado. Me dirigí de nuevo al teléfono público porque de ahí no sabía para dónde caminar. Contestó Miguel.

- ¡Güey! La japone...

- ¡YA DEJATE DE MAMADAS! ¡¿VAS A VENIR O NO?!

- Ya estoy aquí.

- ¡¿En dónde?!

- En la estación del metro que quedamos.

- No es cierto, yo estoy aquí en el metro buscando a Julio.

- Pues yo también estoy aquí.

- ¡Ya güey!¡Ya no te voy a contestar el teléfono, pinche borracho!

 -¡Ya estoy aquí! Mira…, voy a levantar una mano.

Lo hice.

- ¡Ah! ¡Sí! Jajá, ya te vi.

- Yo a tí no.

- Acá, a tu izquierda.

- Ah, ¡simón!

- ¡Qué pedo güey!

- ¡Qué hay!

- Ahorita nos vemos.

- Simón.

- En un rato más.

- Ya estás.

- Muy bien.

- Nos vemos.

- Bye.

Colgamos. Caminamos cuatro pasos cada quien y nos saludamos con un buen apretón de manos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario