Cartas en Montreal XXXV
QUE
TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA CORTEJA EN UN BAR A LA JAPONECITA PORNO, QUIEN LO
DETIENE EN SECO CUANDO EL PROTAGONISTA DE ESTA HISTORIA INTENTA IR MÁS ALLÁ
(QUE ACÁ).
Esa misma
tarde, como parte de las actividades de la Academia de Francés, volveríamos a
ir al Tokyo Bar, aquel lugar en donde anteriormente derramé cervezas sobre mi
propia ropa, sobre las personas y sobre todas las cosas.
Durante el transcurso
de las clases, impacientes nosotros por su finalización, intenté defender ante
mi maestro el idioma español, cosa que a final de cuentas no pude hacer, dado
que el maestro argumentó que en castellano decimos erróneamente: “Soñé contigo”. Y que eso no se
puede.
Sucede que me
pusieron a leer un texto en francés y en una frase decía: soñé de verano. De
modo que cuestioné:
- ¿Cómo que
soñé de verano?
- Sí - contestó
el maestro- el hombre se durmió y soñó de verano.
- ¿Soñó de
verano?
- ¿Qué es lo que
no entiendes?
- ¿Soñó de
verano? ¿Qué quiere decir eso? No le encuentro sentido alguno.
- Pues que en
su sueño, había ahí un verano.
- ¡Ah! -
repliqué- soñó CON el verano.
- ¡No! ¡No! ¡Eso
no se puede!
- ¿Soñar con el
verano? ¡claro que si!
- ¡No! ¡Uno no
puede soñar con nada ni con nadie! Ustedes los que hablan español dicen a
menudo a otras personas: soñé contigo, pero eso es imposible.
- Entonces ¿con
qué se puede soñar, sino es con alguien o con algo? En mis sueños, siempre
sueño con personas.
- ¡Que eso no
se puede!
- ¡Que sí se
puede!
- ¡Que no!
- ¡¿Y por qué
no?! – Yo ya estaba desesperado.
- Porque eres
tú solo el que sueña. Puedes caminar con alguien, comer con alguien, incluso
dormir con alguien. ¡Pero no soñar! El soñar es individual. Dos personas no
pueden hacer el mismo sueño. No puedes decir soñé contigo porque no soñaste con
esa persona, sino de esa persona.
- Si en un sueño
aparece un conocido, soy yo solo el que sueña tal sueño, no con alguien más, de
modo que a la mañana siguiente le digo, ¿soñé de ti?
- ¡Así es!
- No mame,
profe. - esto dicho en español.
- ¿Cómo?
- Que ya
entiendo.
- Ok,
prosigamos...
Después de
pensarlo y meditarlo bien, sí le encontré lógica a sus argumentos y aunque, se
escucha incompletamente fatal, mi maestro tuvo mucha razón. El soñar es
individual y soñamos de las cosas, no con las cosas.
Acabó la clase
junto con la discusión y alegremente nos dirigimos al Tokyo Bar. Yo llevaba
dinero extra, dado que la noche anterior había ganado 100 dólares canadienses
en el casino de Montreal, jugando simplemente a la ruleta y apostado sólo a los
colores, como aprendí leyendo El Jugador del gran Dostoievski.
De modo que era
hora de disfrutar de mis ganancias y apenas instalados los miembros de toda la
Academia, pedí mi primer cerveza a la vez que encendí un cigarro. Parece que
Natalia ha perdido interés en mi. Desde que me escondí, viajé deliberadamente,
falté a clases y dejamos de vernos casi no sé de ella. A penas me saluda a
veces en los pasillos y nada más. Tampoco he querido preguntar si todo está
bien, supongo hay que dejar a las cosas seguir su propio camino. La vi de lejos
y ahí estaba, muy bella, rodeada de los nuevos estudiantes recién llegados de
México. Seguro ellos serán más sanos para ella que yo. No me considero mala
persona, pero mi situación emocional actual no da para más. Soy como un ave
fénix aún en cenizas.
No soy muy
popular en la Academia, saben que soy medio sangrón e individualista y mis
hermanos de la casa no estudian ahí, de modo que estuve solo un buen rato en la
barra. Pidiendo una y luego otra. Fue cuando vi a la Japonesa Porno sentada con
la Risueña Japonesa, solas, riendo descaradamente de alguna situación, cosa que
invadió de curiosidad todo mi delgado ser. Las estuve observando un momento,
mientras bebía un poco más. En el momento en que su amiga se levantó para ir al
baño, vi mi oportunidad de oro y con valentía me acerqué.
- ¡Hola! –
saludé cortesmente, aunque en mi mente le dijese al mismo tiempo: ¡Hola
japonecita porno!
- ¡Hey! ¡Agapo!
- ¿Qué tomas? –
Pregunté.
- ¿Cerveza y
tú?
- También.
- ¡Oh! ¡Estas
fumando!- observó
- ¿Quieres uno?
- No, gracias.
No sé fumar- contestó un tanto resignada.
- ¡Yo te
enseño!
- Mh...No estoy
segura. – Respondió sonriendo.
- ¡Anda!
¡Prueba! ¡Yo te enseño!
Abrí mi
cajetilla, tomé un cigarro y se lo di. Le expliqué ciertamente el proceso con
mímica y se decidió a hacerlo. Fue cuando su boca se abrió para detener el
cigarro con sus labios. Era una imagen real, provocadora, roja y violenta. Aquellos
labios abriéndose, cediendo a mis palabras y recibiendo mi tentación. Kosué
comenzó a fumar. Lo hizo pésimamente, pero sirvió para cortar el hielo. La
Japonesa Risueña regresó del baño y se sentó sonriente en su lugar. También
pidió un cigarro, aunque ella lo encendió y fumó con elegancia. Sin darnos
cuenta, los cigarros se consumieron, la conversación fluyó y yo había bebido
tres o cuatro cervezas más. Recordé en ese momento que tenía un compromiso con
Julia y los de mi casa para despedir a Giovanni que al día siguiente regresaría
a Venezuela, así que me disculpé un momento y bajé al primer nivel del Tokyo
Bar a hablar por teléfono. Marqué al celular de Miguel (los siguientes diálogos
son textuales dentro de mi embriaguez, así que perdonarás el vocabulario):
- ¡Güey! ¡Amo a
la Japonecita Porno!
- ¿En dónde
estás, cabrón? Te estamos esperando desde hace rato.
- Con la
japonecita.
- ¿Qué
japonecita?
- ¡Güey! ¡La
japonecita!
- Ya, cabrón. ¿En
dónde estás? Andas borracho, ¿verdad?
- No, ando con
la japonecita.
Colgué el
teléfono y subí de nuevo a la terraza del bar. Ahí estaba Kosué, mi japonesa:
ahora sola, con sus gloriosas piernas cruzadas, paciente, esperándome. La
Risueña Japonesa se había sumado a otro grupo de personas y yo lo tomé como
toda una señal. Me senté a su lado más cerca que anteriormente. Mi pierna
izquierda estaba completamente unida a su modelada pierna derecha. Posé mi
brazo izquierdo detrás de su espalda, aún sin abrazarla y le sonreí. Me sonrió
de regreso y pensé:
-
Ya chingué.
Pero en cambio
le dije:
- Salud!-
mientras chocábamos los cascos de las botellas y volvíamos reír de la nada.
Continuamos
conversando y bebiendo. Sus labios me tenían desquiciado. Su cuello me había trastornado
y sus hombros desnudos alimentaban mi deseo. Dos cervezas más. Una para ella y
otra para mi. Que nunca terminara el alcohol. Aún tenía la cita con Giovanni y
compañía, así que volví a levantarme. Bajé y marqué a Miguel.
- ¡Güey! ¡Amo a
la Japonecita Porno!
- ¡Ya cabrón!
¡¿En dónde estás?!
- Aquí, con la
japonecita.
- ¿Aquí, dónde,
qué japonecita, cómo que porno? ¿Vas a venir o no?
- ¡Sí. Sí. Sí!
- Pues ya
vente.
- ¿Güey?
- ¿Sí?
- ¡La
japonecita!
Colgué otra
vez. Me dirigí nuevamente al segundo nivel. Estaba chiflado. La vida era una
broma. Estaba bebiendo con la mujer más sensual que mis ojos tapatíos hubieran
visto jamás y sabía que era cuestión de tiempo para besarla. Esos labios,
¡serían míos! Tal pensamiento me ponía nervioso, a la vez que la adrenalina me
había inundado el cuerpo. Eso justificaba mi conducta de catrín. Volví a
sentarme a su lado, piernas juntas. Ahora pasé mi mano izquierda detrás de su
espalda en un abrazo real y con mi otro brazo tomé su mano. Ella cedió. Era
magnífico estar así. Mi Sailor Moon, abrazada a mi, mientras reíamos de
boberías tomados de la mano. Viviendo y bebiendo en un bar de Montreal. Yo
tenía 22 años y ella 19. Sabíamos hablar inglés. Yo era de México y ella de
Japón. Conforme mis palabras transcurrían, mis labios se acercaban más y más a
los suyos. Podía sentir la suavidad de su piel y percibir su aroma a jardín.
Cerca, tan cerca de ella, casi topándome con su nariz.
-
“Inge su má…”- me dije a mí
mismo al mismo tiempo que decidí posar mis labios con los suyos y por fin
besarla.
Qué beso.
Apasionado, delicioso, carnal y temporal. Nos separamos, sonreímos y al mismo
tiempo buscamos la botella de cerveza y dimos un hondo trago. Volteé a verla.
El beso me había encantado. Era una fantasía de caricatura, adolescencia y
pecaminosa. Volví a besarla. Ahora despacio, con calma, como quien disfruta un
postre.
¡Oh no! ¡la
cena de Giovanni! Un minuto por favor... Solté su mano, dije que no tardaba y
casi corriendo bajé nuevamente, pero agarrándome muy bien del barandal. Tomé el
teléfono y marqué al celular de Miguel:
- ¡Güey! ¡Amo a
la japonecita!
- Ya pendejo,
¡Neta ya! ¿En dónde estás? Vas a venir ¿sí o no?
- Es que...¡güey!
- ¡¿Qué?!
- ¡La japonesa!
- ¡Ya vente
pinche Agapo! ¡Te estamos esperando!
- ¿Y qué va a
pasar con la japonesa?
- ¿Qué
japonesa?
- La japonesa
porno.
- ¿Qué japonesa
porno?
- ¿Güey?
- ¿Sí?
- ¿¿Guey??
- ¿¿Sí??
- ¡¡¿¿¿GUEY???!!
- ¡¡¿¿¿QUÉ???!!
- ¿Pensaste que
no te oía?
- Sí.
- Sí te oía,
jajajajá.
- Pendejo.
- Espera, te
marco...
Colgué. Sabía
que Miguel se enojaría pero la japonesa me esperaba, de modo que tenía que
subir con ella. Volví exactamente al mismo lugar y en la misma posición que me
encontraba antes. Tomé su mano con plena libertad y pedimos otras dos cervezas.
Cuando las terminamos, fijamos nuestros ojos en nuestros labios así que
invitamos nuevamente a los besos a nuesta mesa. Mi destierro. Mi mala conducta.
Liechtenstein. Encerrado en una pequeña ciudad de Europa sin poder salir a
ningún lugar. Mi familia y mis amigos sin mí y yo sin aprender la lección. Pero
si eran sólo ricos besos. ¿Me podré detener ante semejante cuerpo y ante
semejantes labios tan carnívoros? ¿La noche continuaría en su departamento?
¿Cuáles eran sus sucias y japonesas intenciones? ¿Quitaría ella la inocencia al
tímido e inocente Agapo? Pensé que no sería una buena idea continuar, pues ya
cargaba con mucha culpa y el catolicismo de rancho de mi ciudad ya me tenía más
que condenado al infierno. Decidí no avanzar más. Este sería mi último beso de
la noche. Con mi mano derecha intenté tomar su cintura para separarla y buscar
las palabras adecuadas para despedirme, pero debes recordar que yo no estaba
del todo sobrio y en lugar de tocar su cintura, poseé mi mano entre sus dos
piernas, más bien arriba (muy arriba) de su rodillas. Su movimiento fue brusco.
Ella, asustada, me separó de un empujón y me dijo que no. Que por favor no
continuara. Pedí disculpas, le dije que no había sido mi intención tocarla,
pero por supuesto no me creyó. Me pidió un abrazo. Gustozo se lo dí. Nos
separamos y sonreímos. Me dijo que quería regresarse con sus amigas, que si me
importaba. No me importaba, por supuesto, ve. No hay problema y discúlpame de
nuevo. Se alejó dejando su cerveza casi llena, la cual terminé.
Me sentía bien.
Sin querer había logrado lo que había decidido, salirme de ese abrazo. Yo
también me levanté y, ya sin correr, me dirigí al teléfono. Miguel no contestó,
sino su contestadora del celular. Al siguiente día Miguel me iba a comentar que
dejé un mensaje de ocho minutos en su teléfono en donde repetidamente yo decía
“Japonesa Porno”y “la amo” y “te juro que no me fijé”. Colgué y me fui del bar,
caminando colina arriba para tomar el metro. Iba más bien callado (bueno,
tampoco había con quién hablar), sabía que al día siguiente la volvería a ver
justo a mi lado en el salón de clases y sería algo incómodo. Iiiiinchee
Japonecita.
Fue una larga
caminata, pues el Tokyo Bar no es céntrico. Tomé el metro y bajé en la estación
que Miguel me había mencionado. Me dirigí de nuevo al teléfono público porque
de ahí no sabía para dónde caminar. Contestó Miguel.
- ¡Güey! La
japone...
- ¡YA DEJATE DE
MAMADAS! ¡¿VAS A VENIR O NO?!
- Ya estoy aquí.
- ¡¿En dónde?!
- En la
estación del metro que quedamos.
- No es cierto,
yo estoy aquí en el metro buscando a Julio.
- Pues yo
también estoy aquí.
- ¡Ya güey!¡Ya
no te voy a contestar el teléfono, pinche borracho!
-¡Ya estoy aquí! Mira…, voy a levantar una
mano.
Lo hice.
- ¡Ah! ¡Sí!
Jajá, ya te vi.
- Yo a tí no.
- Acá, a tu
izquierda.
- Ah, ¡simón!
- ¡Qué pedo güey!
- ¡Qué hay!
- Ahorita nos
vemos.
- Simón.
- En un rato
más.
- Ya estás.
- Muy bien.
- Nos vemos.
- Bye.
Colgamos.
Caminamos cuatro pasos cada quien y nos saludamos con un buen apretón de manos.
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