Cartas
en Montreal XXXIX
QUE TRATA DE LAS MÚLTIPLES VISITAS QUE REALIZA
AGAPO BUENDÍA A DIVERSOS LUGARES NOCTURNOS, LO QUE SIGNIFICA LA AGONÍA DE ESTA AVENTURA.
Es el puerto de Montreal el lugar que más me ha
gustado de esta ciudad. El sitio en donde me he refugiado para escribir, a
pasar tiempo a solas bajo la sombra de este árbol tan apartado de los demás.
Este lugar permite una panorámica magnífica: de los barcos, de la gente, del
río, del cielo y de la antigua ciudad. Es en este lugar en donde me encuentro
ahora despidiéndome. Diciendo adiós a Montreal.
Desconozco cuándo podré volver a este mi lugar.
Le digo con tristeza adiós a esta nueva ciudad mía. ¿Cómo pasó el tiempo tan
rápido? Me refiero a este viaje pero también a mi adolescencia. Regreso a
Torreón y en definitiva mi vida ya no será la misma. Es hora de pagar facturas
y lo que sigue será simplemente ser adulto, así se ha negociado mi regreso.
Buscaré en dónde vivir, forzosamente un trabajo que me mantenga y lo que
decida, haga o no realice será mi total responsabilidad, mi familia ya no me
puede cuidar. Tan peladote, dicen.
Está bien. Tengo 22 años y está muy bien.
Regresaré a la televisión, a las transmisiónes de radio de los juegos del
Santos y a mi columna en el periódico. Y a ver qué más. En definitiva seguiré
leyendo y escribiendo, pero pienso que los viajes tan largos como el relatado
de Toronto, Europa y este de Montreal han terminado, pues ahora sudaré en mi
frente el pan que lleve a mi boca y los viajes serán menos y menores. Nombre,
Adán, gracias…
Llevo cuatro días sin escribirte, mañana será de
cerrar maletas y despedidas. Este es el momento que me he regalado para estar a
solas con mi árbol, mi puerto y Montreal. Respiro y recuerdo. Anécdotas hubo
muchas. La mayoría de ellas, creo, divertidas. Todas las compras están hechas,
mi certificado de Francés en mis manos y recuerdos muy cercanos aún pasean por
mi mente y me provocan reír:
Anteanoche nuevamente un vaso de cerveza se cayó
de mis manos, tumbando más vasos de cerveza casi llenos que provocó un caos en
la mesa de la casa blanquinegra de las españolas; Irene escuchando mi lluvia de
piropos y todas las españolas como testigo de mis palabras. Al final las harté
cuando comencé, de nuevo, a comparar a Irene con Penélope Cruz. Soy un simple
borracho mexicano, de la Laguna, nada más, ¿qué esperaís de mí? Alguna de ellas
se sorprendía que mi cerveza tuviera cada vez menos líquido, pues no se me veía
beber, sólo hablar, hablar, hablar... Que si Irene, que si Penélope Cruz, que
si la nariz de Irene, que, que, que…
Qué lío ha sido. Recuerdo cuando viajaba en
camión, muy de madrugada, de Torreón a Monterrey para tomar a la mañana siguiente,
tan temprano, el avión que me llevaría a Dallas y posteriormente a Montreal,
cuando viendo por la ventana, replanteaba mi vida y me preguntaba qué había
hecho, cómo había actuado para que tuviera que dejar de prisa mi ciudad en una
huída y refugiarme en Canadá. Yo era bueno, había sido excelente estudiante,
las maestras me querían, era amiguero, había tenido bonitas relaciones con
novias, no hacía daño, me gustaba el deporte, el cine. ¿Qué había pasado? ¿Por
qué la vida me ponía esta prueba tan grande? Decidí que me dedicaría a pensar,
a controlarme, a respirar Canadá y a no meterme en más problemas. Que sería
dueño de mis acciones. Y ahí estaban: Daniela en los primeros días, Natalia y
su tan bella sensualidad, Irene y su refinamiento, Kosué como pecado original.
¿Tenía elección? ¿No es parte de vivir, del ser joven, de agradecer la
existencia misma el morder frutos aunque algunos de estos sean prohibidos?
A mi las cosas me asustaban, me impresionaban,
las vivía, las capturaba y luego compartía con mis palabras. Pocas cosas sabía
hacer, entre ellas caminar frenéticamente. Sin duda extrañaré estar sentado
aquí, en donde estoy ahora, como momento único de vida. El sol se va posando y
el cielo comienza a tornarse morado.
En cualquier momento me levantaré, tomaré mi
mochila y prosiguiré mi camino.