martes, 4 de junio de 2013

Carta 26


Cartas en Montreal XXVI

QUE TRATA DEL EXITOSO TÉRMINO DEL PRIMER CURSO DE FRANCÉS; QUE TRATA TAMBIÉN DE LA CULMINACIÓN DE UNA BÚSQUEDA QUE DURÓ TRES AÑOS DE UN DVD QUE FINALMENTE TIENE DUEÑO. Y DE CÓMO AGAPO BUENDÍA, SIN SER NADA PRESUNTUOSO, SE IDENTIFICA CON EL PERSONAJE DE LEONARDO DI CAPRIO EN TITANIC.

Se han cumplido dos meses desde que llegué a Montreal y mi primer curso de francés ha culminado con éxito. Sin pretender ser perfeccionista, en cuestiones académicas siempre he aspirado ha ser primer lugar, aunque nunca lo he conseguido (quizá en kinder en Plastilina y Creatividad 2). Sin embargo ése afán me llevó a ser un destacado estudiante. Esta vez mi 91 final no alcanzó para vencer el 97 de Andy, quien se adjudicó la mejor nota del salón. Claro, él había estudiado francés antes y yo comencé mi primer día de clases sin decir ni siquiera "oui". Claro, también excusas hay muchas.

Pero estoy contento de haber terminado bien este primer curso y muy satisfecho de mi examen final, que consistió en una exposición oral en la cual teníamos que en hablar en francés por cinco minutos acerca de nuestro país de origen. Yo me extendí y lo hice en diez. Les hablé de los tan diversos territorios mexicanos y sus herencias arqueológicas, sin olvidar la historia de la fundación de México por los indígenas. Me llovieron las preguntas. Mis compañeros, en especial las risueñas japonecitas, se mostraron muy interesados por nuestros antepasados y se maravillaron cuando expliqué el simbolismo del águila devorando la serpiente.

En ese sentido, Andy, que es de Dallas, se vio muy pobre. Solamente habló de lo que se hace en Texas en los tiempos libres y nadie acabó por entender qué es un vaquero.

En fin, que el curso terminó y el lunes comenzaremos el nivel dos. Únicamente Andy (Pandy, never forget), una de las risueñas japonesas, llamada Nao y el buenazo de Agapo Buendía, pasamos. Los demás se quedan, por burros.

Para festejar mi buena calificación, me dirigí a la calle Santa Catarina (o Rue Saint Catharine) a visitar tiendas de música y películas y ver si de casualidad encuentro el musical Godspell en DVD. Siempre que viajo me tomo un día para emprender su búsqueda que ha sido poco existosa. Ni en Toronto, ni en el Corte Inglés en España, ni en las mejores tiendas de Londres la encontré. Simplemente no hay vestigios. La tienen registrada en algunos lugares pero, siempre dicen, no hay existencias. Ya acostumbrado a la misma respuesta, seguí caminando entre tienda y tienda. Sabiendo que no la encontraría, recompensé mi buena calificación con el DVD de Yellow Submarine de los Beatles. Muy Bien. Eso estaba muy bien. Estaba contento. Tampoco se consigue tan fácil y yo soy mega fan.

Cuando fui a tomar el metro para regresar a casa, vi en un pequeño rincón de la estación una tienda de música. Entré a pesar de que el tren estaba por llegar. Busqué el título, sólo por no dejar de hacerlo, más por inercia que por convicción, con calma, con indiferencia, con cansancio, con…¡Oh Maravilla! ¡Oh Milagro! ¡Oh aparición celestial! ¡Ahí estaba! ¡Godspell! ¡En DVD! ¡Por fin, por fin, por fin!

La tomé en mis manos, la besé, la abracé hacia mi. Ahí estaba, Godspell, la había buscado por todo el mundo y la encontraba en una tienda poco conocida en un rincón del metro. Godspell: con su Jesús en la portada, vistiendo una playera de Supermán y Nueva York de fondo. De pronto me preocupé. Acababa de comprar Yellow Submarine, lo que implicaba que muy probablemente no me alcanzara el dinero. ¡Sería muy tonto! ¡Eso no podía pasar! ¡El destino sería muy cruel conmigo! ¡Mi única salida sería el suicidio! Por fortuna, me quedaban dólares canadienses y con la ayuda de algunas moneditas sueltas, logré completarlo. ¡Y era mío! ¡Mío! ¡Míiiio!

¡Jua jua jua jua jua!

¡Eeeeo eeeeeeo eeeeeo eh!

¡Ñaca ñaca ñaca ñaca!

¡Muuuú…! (Ah, no, eso es una vaca. Olvídenlo)

Ya en casa, le dije a mis amigos mi nueva situación económica:

- Me he hecho de dos tesoros invaluables, dos películas, de modo que no tengo dinero para salir con ustedes. Ya ni cerveza me alcanzo.

Me había resignado a quedarme en casa. Viernes por la noche. Aún faltaban cuatro días para recibir mi siguiente depósito de Torreón, pero tenía demasiado material para divertirme, además de todos mis pendientes caseros por hacer. Sin embargo, Miguel y Julia me convencieron de que los acompañara a un bar de moda en las afueras de Montreal. Muy lejos, quesque un Bar VIP. Miguel había conseguido un carro y no tendríamos que tomar ni el camión ni el metro.

Acepté por la misma razón por la que a veces uno acepta cosas: sabrá Dios por qué. Manejamos (bueno, Miguel) un muy buen rato hasta llegar al dichoso lugar. Un bar. VIP. Mujeres y música. Entramos muy rápido y sin tomar mesa nos pusimos a bailar. Teníamos que festejar mi 91 y mis dos nuevos tesoros. Miguel, como una imagen enviada del cielo, me compró una cerveza Corona (que es carísima aquí) y me la llevó a la pista. Poco después, como un gran sueño, Julia me compró otra. Y es que la Corona es todo un lujo por estos lugares. Mis amigos no mexicanos no nos creen que en nuestro país compramos en una sola tarde veinte de ellas fácilmente, y eso en lo que se acaban, porque luego volvemos a comprar más. Beber Corona en Canadá, es sinónimo de abundancia y posición económica.

- Me he quedado pobre - pensé- y aquí estoy en un bar VIP bebiendo dos coronas y bailando. Todo gratis.

En el instante recordé a Jack, el personaje de Leonardo Di Caprio en Titanic, cuando dice:

- Ayer dormía bajo un puente y hoy ceno de lujo en el barco más grande del mundo (Bueno, algo por el estilo dijo. Palabras más, palabras menos. Pero la idea es esa).

Lamentablemente lo recordaría otra vez, pero ahora en las últimas escenas de la película, cuando sucede la desgracia. Resulta que Miguel y Julia decidieron conocer otro Bar que estaba cerca, aunque no tanto para no ir en carro y me dijeron que era hora de partir. ¿En qué momento decidí que no, que yo prefería quedarme? Es un misterio. ¿A qué hora este nuevo bar se convirtió en mi favorito, por qué decidí no irme con mis amigos a continuar la noche y en qué me basé para suponer que estaría bien sin ellos y que la seguiría pasando bien? Simplemente no puedo responderlo. Miguel me dijo que entonces irían a conocer el otro bar y cuando terminaran pasarían por mi, que estuviera al pendiente.

Es cierto que me gusta bailar, pero tampoco es para tanto. Pasó una hora y media desde que se fueron y de pronto me sentí muy cansado. Me fui a sentar. No tenía dinero, no podía beber más y mi siguiente pensamiento me llenó de terror: estaba aburrido y ya me quería ir. Eran las once cuarenta y cinco de la noche y yo ya quería estar en mi cuarto. Te adelanto que Miguel me recogió a las 2 de la mañana. Quizá diez minutos más tarde.

Sería inútil escribir todo lo que pensé, recordé, sentí, reflexioné e inventé en casi tres horas de espera. Pero te puedo decir que esperar, con deseos de irte, en un lugar en el que ya no quieres estar y, lo que es peor, sin ninguna opción para volver por ti mismo (el transporte público no llegaba hasta allá, de todos modos yo no tenía dinero para tomarlo, ya no se diga un taxi, que aquí son exageradamente caros) es terriblemente eterno. Sentado ahí, tres horas. Viendo y pensando. Fue algo soso, aburrido, lento, tonto, vacío, estúpido, incoherente, inmoral, molesto, dantesco, kafkiano, sin sentido y perturbador.

Me preguntaba una y otra vez el por qué, con la mano en la cintura, había decidido quedarme. ¿Qué me pasaba con mi toma de decisiones? ¿A quién se le ocurría? Si ya conozco mis cambios repentinos de humor, por qué me seguía exponiendo a estas situaciones. Por qué, además, teniendo en casa dos rarezas del cine que he buscado tanto en los últimos años, por qué están sin abrir ni verse. Y yo acá, inútil e inmóvil. Dejando morir con descaro y descuido mi valorado tiempo.

Fue ahí cuando recordé nuevamente al Jack de Di Caprio. Sí, a los dos el destino nos regalaba cosas: a él, la travesía en el barco más lujoso y grande del mundo siendo pobre. A mi, dos deliciosas y deseadas cervezas Coronas, sin tener una sola moneda en el pantalón. Pero también nos iba a cobrar la vida misma los supuestos regalos. Nada es gratis. De una u otra forma el destino se encarga de cobrártelo: a él, la muerte. A mi, el encierro. La espera. El silencio. La desesperación.

Llegó el carro. Fue como ver un arca en medio del diluvio, siendo yo la única persona que quedaba viva en la punta de la más alta montaña. Subí y me sentí rescatado. Abracé a Julia, casi les pido perdón, pero realmente no me hicieron mucho caso, de modo que me recosté en el asiento de atrás y observé por la ventana del auto la lluvia, que comenzó a caer.

Ojalá conociera a alguien como Kate Winslet, pensé. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario