Cartas en Montreal XXVIII
QUE
TRATA DEL NUEVO SALÓN QUE TIENE AGAPO BUENDÍA EN SU CURSO DE FRANCÉS Y DE LA
APARICIÓN EN ESTA HISTORIA DE KOSUÉ, LA JAPONECITA PORNO.
Desperté
saludando con agrado a mi soledad, he pasado tanto tiempo con mis hermanos y
con Julia que comenzaba a olvidarme de cómo era. Había prometido llevar a Julia
al viejo Montreal y al puerto, pues aunque ya lleva dos semanas aquí, no ha
conocido del todo la ciudad. Fuimos desde temprano, primero con mucha lluvia,
caminando juntos dentro de su paraguas por las calles mojadas, apoyándose de mi
brazo y caminando a paso lento. Parecíamos personajes de una pintura francesa
del impresionismo.
Le mostré la
Basílica de Notre Dame, antes descrita en estas Cartas, para después tomar
senderos, caminos angostos y antiguos, hablando de nuestro pasado, de su vida,
de mis miedos, de cómo se dice esto en España y lo otro en México (tema
interminable) hasta que llegamos al maravilloso Faro de Montreal en donde cerca
comimos cocina libanesa que por lo nublado y nostálgico del día nos alegró el
corazón.
Pasaríamos todo
el día juntos y parte de la noche también, dado que concluimos viendo los fuegos
artificiales a un lado del río bajo el enorme puente que comunica dos islas.
Nuevamente dentro del paraguas.
- Sabes- le
mencioné- muy, pero muy contadas veces paso tanto tiempo con una sola persona.
Es rarísimo que no me haya sentido cansado o agobiado. Ha sido un domingo muy
bonito
- ¿Ni con
alguna ex novia?
- Bueno, tuve
una que todo el día estábamos pegados del cachete viendo televisión. Éramos
como un espectáculo de kermese.
- ¿Sí? ¿Eres
empalagoso? ¡No lo imagino!
- Te lo juro
por Mr Jean.
- Vale, pobre
el bueno de Mr Jean.
De modo que el
lunes por la mañana, solo en mi habitación, me reencontraba conmigo y mi amada
y extraña amiga, la soledad. Solo, solo, qué delicia. Tenía que recargar
fuerzas: escuché música en mi discman tirado en el frío suelo, tomé un largo
baño e incluso canté una que otra de Hombres G, me hice un desayuno perfecto
sin nada quemado y leí un poco antes de emprender mi camino a la Academia, pues hoy inicié el nivel dos del curso de
francés.
Busqué con
cautela mi nuevo salón, que queda en otro piso en un pasillo en que no había
estado antes. Me sentí de los grandes, a pesar que son cinco los niveles que
tiene la Acamedia y yo apenas voy en el dos. Pasaron ante mi los alumnos de
nuevo ingreso y levantando la nariz, con gesto por demás burgués, pensé: ¿Están
en nivel uno? ¿Les enseñarán el alfabeto y los colores y las frutas y las
verduras? No se dirijan a mí, por favor, novatos. Agapo, el tan sangrón.
Finalmente
encontré el salón y al entrar me encontré con los viejos conocidos Andy (Pandy)
y Nao, la risueña japonesa. También había un chino nuevo que ahí estaba nada
más, limitándose a existir, sólo siendo un chino nuevo. Sentado, callado, sin
chiste, sin nada. Un chino como hay millones. Pensaba que qué mala suerte al no
haber alguna mujer guapa en el salón pero, a los pocos minutos, llegó una: una
señora digo, de cincuenta años y proveniente de Palestina. Mi resignación era
total. Mordí la pluma y luego garabateé un dibujo del chino en mi cuaderno.
Esperábamos al maestro nuevo, que ya tardaba. Se escuharon algunos pasos cerca,
“ahí viene” pensé, pero no era así. Una nueva estudiante entró y, tal como
sucede a Jim Carrey en La Máscara, mi quijada fue a dar al suelo.
Piernas
descubiertas, blancas, largas. Falda, apenas falda, como si fuera una
colegiala. Bonita cintura, con su cuerpo de mujer y los hombros descubiertos.
Brazos esculpidos y manos finas Piel muy blanca, pelo negro, lacio, rebelde
hasta la cintura, cuello delgado y fino, cara triangular con dos ojos grandes y
vivos. Su boca, abierta, con labios gruesos y bien delineados. Boca roja, roja,
roja. Torturadoramente roja. Nos saludó con una sonrisa, presentándose en buen
francés:
- Hola, yo soy
Kosué y soy de Japón.
- ¡Hola Kosué!
– respondió la otra sonriente japonesa.
Pero no, no te
presentes así Kosué. Di que eres Kosué y que eres una de las Sailor Moon. ¡No
puede ser. No puedes vestirte así y venir y presentarte como si nada! Yo soy
Agapo Buendía y soy débil. Me recuerdas tantas cosas, me eres tan familiar. He
visto tu arquetipo en las caricaturas eróticas que producen en tu país y eres uno
de esos personajes en vida. Kosué, no te sientes junto a mí, por favor. Kosué,
no, no lo hagas.
Kosué vio el
único lugar vacío que había en el salón que, claro, era el de junto a mi.
-
Fiiiiiiincheeee japonecita –
pensé.
Sentada a menos
de un metro de mi lugar, sonriente, con su falda que descubría la totalidad de
sus piernas, sus hombros desnudos, sus ojos tremendamente grandes, su cuello
tan fino y blanco, todo ello provocó que el salón comenzara a oler a jardín y a
río y a cascada y a viento y a lodo y a cama y a fuego y a noche y a sexo. A
cigarro, a café, a sábana, a madrugada, a lluvia, a piel, a zapato. Kosué me
estaba volviendo loco. Su presencia se volvió en una tormenta de pensamientos
en mi cerebro que aniquilaron mi concentración.
No es dulce, no
es bella, no es tierna, no es cálida, no es amigable, no es bonita. Es una
provocativa caricatura japonesa. La blancura de su espalda, de sus codos, de
sus mejillas. Cómo toma la pluma, su cruce de piernas, los dedos de sus pies.
Mis calificaciones estaban sentenciadas al fracaso, no había forma en que me
pudiera concentrar por el resto del curso. Kosué despertaba mi lado menos
civilizado, me recordaba que yo era un salvaje, un animal buscando su
reproducción, sus fermonas adormecían mi raciocinio y me invitaban a perservar
la especie. El destino de la humanidad pendía en la descendencia de un mexicano
y una japonesa, lo decían las escrituras.
Entró el nuevo
maestro. Un viejo que parece salido de Oxford, trajeado y con modales
académicos a la antigua. No nos dijo nada y se puso a escribir en el pizarrón
su nombre y los temas a tratar durante el siguiente mes. Andy escribió algo en
un post it y me lo pasó.
“La nueva chica
parece una japonesa de una caricatura porno”.
¡Sí! ¡Andy, sí!
Tienes los mismos pensamientos pecaminosos que yo. ¡Sufres como yo sufro! ¡Andy
Pandy, ya eres mi mejor amigo! ¡Andy Pandy!, ¿qué vamos a hacer? ¿Cómo nos
vamos a concentrar? ¿Cómo querer aprender los verbos en pasado? Huía de las
relaciones, Andy Pandy y ahora ya quiero ser el novio de esta Sailor Moon, de
esta Candy Candy, de esta guerrera de los Caballeros del Zodiaco. ¿Por qué es
el destino así tan cruel? ¿Por qué nos juega estas bromas? ¿Me amará Kosué? ¿Le
gustarán los morenos, la sangre caliente del mexicano? Andy Pandy, resuélveme
todo, sé mi confesor, sé mi sacerdote, sé mi mejor amigo.
La clase fue
demasiado difícil. Ya no está la paciencia y dulzura de la maestra del primer
curso. Este maestro es de pasarte al frente y hacerte conjugar un verbo en
presente, pasado y futuro en todas las personas (yo, tú, él). No deja continuar
hasta que la pronunciación haya sido limpia y sonoramente correcta. Kosué habla
muy bien el francés y yo me declaro plenamente dominado. Sé que voy a fracasar,
que el maestro terminará por regresarme al nivel uno y que me obsesionaré con
Kosué, es demasiado.
Por fin terminó
la clase. Me despedí de mano de Andy, cosa que nunca, y regalé con una sonrisa
a Kosué, que me la regresó. Te amo Kosué, pensé. El destino de la humanidad
depende de nosotros.
Seguí el camino
a casa, meditabundo, pensando qué haría Seiya en mi lugar.
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