Cartas en Montreal VII
QUE
TRATA DEL TÉRMINO DE LA GUERRA EN POS DE LA CONQUISTA DE DANIELA Y, EN CAMBIO,
AGAPO BUENDÍA EXPLORA NUEVOS HORIZONTES.
A lo largo de
la historia de la humanidad, los expertos han coincidido que las decisiones más
difíciles de cuanto personaje ilustre ha existido (hablando en términos
bélicos) es la retirada. El dejar de pelear, claudicar y negociar el armisticio.
En un sentido vulgar: doblar las manos. La verdad es que ya no tenía mucho qué
hacer en el campo de batalla. Una excelente estrategia de mi rival, junto a la
revalorización de lo que estaba buscando, me llevó a tomar esta decisión por
las siguientes razones:
1) Creo que mi
profunda atracción hacia Daniela fue más por la sensación que me daba el verla
y sentir que efectivamente me encontraba con Ellen Page. Fue más la curiosidad
y la increíble semejanza física que admiración hacia ella, sin negar que pasé
momentos tan agradables aquí mencionados. Pero quizá lo que quería era sentirme
novio de una estrella de Hollywood.
2) Sea como
sea, no sólo Daniela cambió su actitud amable, sino todo el salón para conmigo.
Karla expandió sus fronteras y ni La Amable Japonesa, ni los otros mexicanos
del salón, ni obviamente Karla, me hablan. Desconozco qué tanto habrá dicho y
no es que sufra por ello, pues a final de cuentas el próximo martes tendré otro
salón y ellos estarán de regreso en México. Pero no deja de ser una sensación
triste que no una, sino varias personas, te eviten. Y aunque el rechazo fue
primero de mi parte (pues me limitaba a saludar únicamente a Daniela y no me ha
interesado conocer a nadie más) sí llega a ser difícil que en tus primeros días,
en una tierra lejana donde conoces poca gente, paisanos tuyos (¡paisanos!) no
te dirijan la palabra. Pos bueno.
La Academia
organizó un convivio de comida internacional en donde cada alumno tenía que llevar
algún platillo típico de su país, pero yo no participé porque soy nuevo y el
proyecto lo encargaron desde antes de mi llegada. La verdad me dio pena ajena
el probar la comida de la mesa de los mexicanos con un horripilante mole y unos
disque chilaquiles aguados que daba asco el sólo verlos. En cambio, y para mi
mayúscula sorpresa, la comida africana me sedujo con un bacalao exquisito.
Se acercó
Natalia, la niña de México con quien fumé ayer fuera del edificio (y que también
está relegada del grupo) y me ofreció una extraña bebida de Túnez. Deliciosa.
Como sabiendo ya lo que estaba pasando en torno a nuestros compañeros, comentó:
-
No debes hacer un esfuerzo por
encajar con ellos, tú eres diferente, se te nota enseguida.
-
¿A qué te refieres? – hice como
si no supiera.
-
Te he visto con Daniela. He
escuchado lo que Karla dice sobre ti. Lo mejor es que te alejes, son
demasiado
snobs, los conozco mejor que tú.
-
Realmente conecté con Daniela,
ahora apenas y me habla, ¿Sabes por qué?
- Karla ha estado hablando de ti,
creo dijo que le propusiste que se acostaran y como te dio negativa, que ahora
andas tras Daniela. Y que así, andas tras de todas.
- ¿Te cae? – Reaccioné de lo más
incrédulo, pues nadie en su sano juicio podría pensar en acostarse con Karla.
- Algo así han mencionado. Total
ya te ven como un buscón abusivo y no como uno más del grupo de mexicanos.
-
¡Pero qué injusta ha sido
Karla! ¡Eres la segunda mujer con la que hablo desde que llegué a la Academia!
Sólo he buscado a Daniela y por supuesto que no le he propuesto nada. Al
contrario, pensé que todo estaba inocente y bonito.
-
A mi no me molestaría que me lo
propusieras – disparó de pronto.
-
¿El qué? – Pregunté con toda la
torpeza posible del mundo entero.
-
¿Cómo el qué, tontín? Lo que
Karla anda difundiendo.
-
Oh… - expresé con media sonrisa de Don Juan.
-
Pues sí: oh…- me imitó.
-
Te lo propongo, entonces.
-
Acepto, entonces.
-
¿Vamos ya? – preguntó el
urgido.
-
No, no, claro que no. Hoy no.
Acepto, pero no digo cuándo.
-
¿Entonces cuándo? – No supe
bien hilar la conversación.
-
Dejemos que se dé. Ya llegará
el momento adecuado, pero sí te advierto que debes juntarte más
conmigo y dejar
de andar tras Daniela.
-
¡Hecho! – así de fácil vendí a
Daniela.
-
Hecho pues. – se puso de
puntitas y me clavó un beso en la boca.
-
Hecho – repetí ya
inecesariamente.
Natalia caminó
hacia otras mesas y entabló conversación con otras personas. Yo no supe si
seguirla, imitarla o largarme de ahí. Realmente mi último “hecho” me hizo
sentir muy estúpido. Lo que hice fue pensar: ahí estaba yo, desterrado de mi
tierra tan lejos, en Montreal. Y lo estaba por andar de travieso con las
mujeres. Ahora una mujer se me proponía y decía que sí a la primera. ¿Por qué
hacía eso? ¿Por qué me seguía involucrando? Pero ¿cómo no hacerlo? Siendo
Natalia tan guapa y sobretodo con ese aire elegante y sofisticado, irradiando
esa independencia que la volvía tan sexy. En fin, yo sólo era una víctima en el
mundo. Las mujeres se acercaban y me usaban y yo no sabía qué hacer. A este
paso terminaré en el remoto Liechsteinstein sin poder salir ni vivir ya en
ningún lugar.
Me quedé
parado, literal, como tonto. No hacía más que estar ahí. Veía a Daniela a la
distancia, con Karla y los demás mexicanos riendo yendo de mesa en mesa
probándo todos los bocados. Natalia también iba de grupo en grupo lanzándome
ocasionalmente coquetas miradas. Sabía que la observaba, se movía y me regalaba
su mejor perfil. Nuevamente me regresaba la mirada y sonreía seductora. Hasta
una seña me hizo con la mano y apuntó en su cuerpo pero no la supe interpretar.
Pasó más tiempo. Me senté en la mesa española y me serví paella. Comí en
silencio.
Terminé, busqué
a Natalia y le regresé el beso. Sin decir palabra ni hacer nada más salí del
lugar. La mujer que me conozca debe saber que he visto demasiadas películas.
Bajé por el
ascensor, salí del edificio y me puse a caminar. Encendí un cigarro y ahora lo
fumé con pose de Marlon Brandon. Lo terminé, tomé el metro y llegué al Eaton
Centre, el mall de Montreal. Me acerqué al cine, compré un ticket para Insomnia
con Robin Williams y Al Pacino y entré. Pasaron dos horas. Dejé el Mall y sin
tomar el metro recorrí calles. Calles modernas. Con edificios enormes,
cristalinos y limpios. Coloridos e imponentes. Visité Chinatown. Me acerqué
incluso al festival Internacional de Jazz. Caminé, caminé y caminé. Llegué al
viejo Montreal con su afrancesada arquitectura. Otro cigarro, ahora a la
Humpery Bogart. Paseé en silencio por el viejo puerto. Seguí caminando. Subí a
la torre del reloj que funje como faro ascendiendo sus 190 escalones. Encontré
la vista de todo Montreal impresionante.
Bajé la torre,
encendí otro cigarro y seguí caminando.
Y caminando y caminando...
No hay comentarios:
Publicar un comentario