miércoles, 8 de mayo de 2013

Carta 7


Cartas en Montreal VII

QUE TRATA DEL TÉRMINO DE LA GUERRA EN POS DE LA CONQUISTA DE DANIELA Y, EN CAMBIO, AGAPO BUENDÍA EXPLORA NUEVOS HORIZONTES.


A lo largo de la historia de la humanidad, los expertos han coincidido que las decisiones más difíciles de cuanto personaje ilustre ha existido (hablando en términos bélicos) es la retirada. El dejar de pelear, claudicar y negociar el armisticio. En un sentido vulgar: doblar las manos. La verdad es que ya no tenía mucho qué hacer en el campo de batalla. Una excelente estrategia de mi rival, junto a la revalorización de lo que estaba buscando, me llevó a tomar esta decisión por las siguientes razones:

1) Creo que mi profunda atracción hacia Daniela fue más por la sensación que me daba el verla y sentir que efectivamente me encontraba con Ellen Page. Fue más la curiosidad y la increíble semejanza física que admiración hacia ella, sin negar que pasé momentos tan agradables aquí mencionados. Pero quizá lo que quería era sentirme novio de una estrella de Hollywood.

2) Sea como sea, no sólo Daniela cambió su actitud amable, sino todo el salón para conmigo. Karla expandió sus fronteras y ni La Amable Japonesa, ni los otros mexicanos del salón, ni obviamente Karla, me hablan. Desconozco qué tanto habrá dicho y no es que sufra por ello, pues a final de cuentas el próximo martes tendré otro salón y ellos estarán de regreso en México. Pero no deja de ser una sensación triste que no una, sino varias personas, te eviten. Y aunque el rechazo fue primero de mi parte (pues me limitaba a saludar únicamente a Daniela y no me ha interesado conocer a nadie más) sí llega a ser difícil que en tus primeros días, en una tierra lejana donde conoces poca gente, paisanos tuyos (¡paisanos!) no te dirijan la palabra. Pos bueno.

La Academia organizó un convivio de comida internacional en donde cada alumno tenía que llevar algún platillo típico de su país, pero yo no participé porque soy nuevo y el proyecto lo encargaron desde antes de mi llegada. La verdad me dio pena ajena el probar la comida de la mesa de los mexicanos con un horripilante mole y unos disque chilaquiles aguados que daba asco el sólo verlos. En cambio, y para mi mayúscula sorpresa, la comida africana me sedujo con un bacalao exquisito.

Se acercó Natalia, la niña de México con quien fumé ayer fuera del edificio (y que también está relegada del grupo) y me ofreció una extraña bebida de Túnez. Deliciosa. Como sabiendo ya lo que estaba pasando en torno a nuestros compañeros, comentó:

-       No debes hacer un esfuerzo por encajar con ellos, tú eres diferente, se te nota enseguida.

-       ¿A qué te refieres? – hice como si no supiera.

-       Te he visto con Daniela. He escuchado lo que Karla dice sobre ti. Lo mejor es que te alejes, son 
demasiado snobs, los conozco mejor que tú.

-       Realmente conecté con Daniela, ahora apenas y me habla, ¿Sabes por qué?

-   Karla ha estado hablando de ti, creo dijo que le propusiste que se acostaran y como te dio negativa, que ahora andas tras Daniela. Y que así, andas tras de todas.

-    ¿Te cae? – Reaccioné de lo más incrédulo, pues nadie en su sano juicio podría pensar en acostarse con Karla.

-      Algo así han mencionado. Total ya te ven como un buscón abusivo y no como uno más del grupo de mexicanos.

-       ¡Pero qué injusta ha sido Karla! ¡Eres la segunda mujer con la que hablo desde que llegué a la Academia! Sólo he buscado a Daniela y por supuesto que no le he propuesto nada. Al contrario, pensé que todo estaba inocente y bonito.

-       A mi no me molestaría que me lo propusieras – disparó de pronto.

-       ¿El qué? – Pregunté con toda la torpeza posible del mundo entero.

-       ¿Cómo el qué, tontín? Lo que Karla anda difundiendo.

-        Oh… - expresé con media sonrisa de Don Juan.

-       Pues sí: oh…- me imitó.

-       Te lo propongo, entonces.

-       Acepto, entonces.

-       ¿Vamos ya? – preguntó el urgido.

-       No, no, claro que no. Hoy no. Acepto, pero no digo cuándo.

-       ¿Entonces cuándo? – No supe bien hilar la conversación.

-       Dejemos que se dé. Ya llegará el momento adecuado, pero sí te advierto que debes juntarte más 
conmigo y dejar de andar tras Daniela.

-       ¡Hecho! – así de fácil vendí a Daniela.

-       Hecho pues. – se puso de puntitas y me clavó un beso en la boca.

-       Hecho – repetí ya inecesariamente.

Natalia caminó hacia otras mesas y entabló conversación con otras personas. Yo no supe si seguirla, imitarla o largarme de ahí. Realmente mi último “hecho” me hizo sentir muy estúpido. Lo que hice fue pensar: ahí estaba yo, desterrado de mi tierra tan lejos, en Montreal. Y lo estaba por andar de travieso con las mujeres. Ahora una mujer se me proponía y decía que sí a la primera. ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué me seguía involucrando? Pero ¿cómo no hacerlo? Siendo Natalia tan guapa y sobretodo con ese aire elegante y sofisticado, irradiando esa independencia que la volvía tan sexy. En fin, yo sólo era una víctima en el mundo. Las mujeres se acercaban y me usaban y yo no sabía qué hacer. A este paso terminaré en el remoto Liechsteinstein sin poder salir ni vivir ya en ningún lugar.

Me quedé parado, literal, como tonto. No hacía más que estar ahí. Veía a Daniela a la distancia, con Karla y los demás mexicanos riendo yendo de mesa en mesa probándo todos los bocados. Natalia también iba de grupo en grupo lanzándome ocasionalmente coquetas miradas. Sabía que la observaba, se movía y me regalaba su mejor perfil. Nuevamente me regresaba la mirada y sonreía seductora. Hasta una seña me hizo con la mano y apuntó en su cuerpo pero no la supe interpretar. Pasó más tiempo. Me senté en la mesa española y me serví paella. Comí en silencio.

Terminé, busqué a Natalia y le regresé el beso. Sin decir palabra ni hacer nada más salí del lugar. La mujer que me conozca debe saber que he visto demasiadas películas.

Bajé por el ascensor, salí del edificio y me puse a caminar. Encendí un cigarro y ahora lo fumé con pose de Marlon Brandon. Lo terminé, tomé el metro y llegué al Eaton Centre, el mall de Montreal. Me acerqué al cine, compré un ticket para Insomnia con Robin Williams y Al Pacino y entré. Pasaron dos horas. Dejé el Mall y sin tomar el metro recorrí calles. Calles modernas. Con edificios enormes, cristalinos y limpios. Coloridos e imponentes. Visité Chinatown. Me acerqué incluso al festival Internacional de Jazz. Caminé, caminé y caminé. Llegué al viejo Montreal con su afrancesada arquitectura. Otro cigarro, ahora a la Humpery Bogart. Paseé en silencio por el viejo puerto. Seguí caminando. Subí a la torre del reloj que funje como faro ascendiendo sus 190 escalones. Encontré la vista de todo Montreal impresionante.

Bajé la torre, encendí otro cigarro y seguí caminando.

Y caminando y caminando... 


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