Cartas en Montreal I
QUE TRATA DE CUANDO AGAPO
BUENDIA TOMÓ SUS MALETAS (UNA DE ELLAS CON ALGUNOS LIBROS) Y VIAJÓ RUMBO A LA
CIUDAD DE MONTREAL EN DONDE LE DEPARAN NUEVAS AVENTURAS.
Y es que ni siquiera en el viaje a Europa me había
cansado tanto, pues desde las once de la noche tomé un camión hacia Monterrey y
no fue sino hasta las seis de la tarde del día siguiente cuando arribé a
Canadá.
Me encuentro en lo que es mi nueva habitación: hay un
televisor encendido y me acompaña la repetición del partido España-Corea
mientras escribo. La cama es verde casi a ras de suelo y he acomodado ya
algunas cosas: tres libros de Charles Bukowski en inglés, uno de Ray Bradbury
también en inglés y Milán Kundera, junto con García Márquez en español, son
quienes me acompañarán en este viaje.
Bueno, yo soy Agapo Buendía y estoy en Canadá. Hasta
hace dos semanas ni siquiera estaba planeado este viaje. Llegó tan violento, de
emergencia y sin preguntar que me cuesta un poco aceptar este precipitado
destierro. Ni siquiera sé cuándo volveré a mi tierra o veré de nuevo a los
míos.
Cuando despegué de Monterrey a Dallas, conocí en el
avión a un tipo regiomontano: hablamos largamente durante el vuelo y supongo
goza de una economía envidiable, pues se dirigía a un safari en Sudáfrica. El aeropuerto texano es más bien aburrido: no me quedó
más que pensar y reflexionar sobre el por qué la vida me enviaba lejos de casa,
tan de prisa. Yo era un chico bueno, ¿por qué tenía que irme así? Abordé el
avión minutos más tarde para convertirme en la lechuga de un gigantesco
sándwich, pues me tocó en el asiento de en medio junto a un señor gordo-gordo
de Hungría y del otro lado, una mujer gorda-gorda de Monterrey. Entonces Dios
nos veía desde arriba de esta forma: OiO
Después de responder a todo en migración e intentar
poner mi mejor cara, pues carezco de máscaras, logré llegar a la salida y ver
por fin la gran ciudad de Montreal. Fuera del aeropuerto me esperaba un chofer que
sostenía en una tabla la inscripción “Agapo Buendía”. Ése era yo. Sabía pocas cosas de cómo se mueve
el mundo, su metafísica y sus por qués, pero de mi nombre estaba seguro. Me
dirigí a saludarlo para largos minutos más tarde llegar a lo que será mi nueva casa.
La situación una vez llegados ahí, para no variar, se
volvió complicada (recuerda mis Cartas en Toronto). De entrada te comento que
viviré con once estudiantes más (por aquello de que fuera a extrañar Big
Brother, pues casi estoy en uno), pero comencemos poco a poco y ya te iré
presentando a los personajes de esta historia, pues a algunos no los conozco
todavía.
Mr. Jean es el dueño de la casa y vive con once
estudiantes, como ya he mencionado. Hubo un error de cálculo y las habitaciones
se terminaron, por lo que resolvieron mandarme a tres cuadras de esa casa, en
la que habita el hijo adoptivo de Mr. Jean, Juan Carlos -quien es peruano- y
que tiene una amabilísima esposa canadiense y una pequeña hija de un año
llamada Alexandra. Ahora bien, aquí, en casa de Juan Carlos, es en donde tengo
mi cuarto, en donde tendré mis cosas y en donde voy a dormir y bañarme, pero
tengo la otra casa también en donde tomaré el dinner, conviviré con los demás,
pasaré ratos libres, etc... Es decir, tengo acceso a las dos casas con la
diferencia de que en una tengo cuarto y en la otra no.
El primero de mis hermanos en conocer fue Igor, de
Israel. Es un tipo alto, de ojos azul tenebroso y poco amigable, pues parece
que siempre te está observando. Apenas hablé con él y tuvo que marcharse porque
llegó a la sala de televisión otro de mis nuevos hermanos, y he aquí que
inician los problemas: resulta que quien llegó a darme la bienvenida fue Veder,
de Siria, y por lo tanto, Musulmán. Así que han traído hasta acá el problema
político-religioso que desde tantos años atrás ha existido y que hasta ahora
los azota con ataques terroristas.
Así pues, Igor y Veder no se hablan y, según cuentan,
alguna vez comenzaron a decirse tales cosas que casi terminan en los golpes. Tuvo
que amenazarlos Mr. Jean con expulsarlos si no se calmaban. Desde entonces ni
se voltean a ver.
Luego está Yoshi, de Japón. Alto, blanco, huesudo y de
pelo largo. Amanerado, apesta a cigarro. Él, junto con Igor y su siempre atento
servidor, Agapo Buendía, somos los únicos estudiantes de francés. Los demás
vienen a aprender inglés.
Un mexicano del Distrito Federal, Yered, es el menor
de la casa. Tiene 16 años y es más bien burlón, cargado y directo, con ése
humor chilango que nadie de nosotros aún entiende. Pero a él no le importa y
ríe fuerte y largo.
llegó la noche y una vez bañado, peinado y hasta
arreglado, Mr. Jean nos invitó a ver los fuegos artificiales que habría en el
puerto de Montreal. Pasaron por mi a casa de Juan Carlos – sólo son dos o tres
cuadras, todo hay que decirlo- y entonces conocí a otro de mis nuevos hermanos:
Julio, de Guatemala, que se desvive en atenciones. Demasiado amable y correcto,
hasta el empalago. De esas veces que ya te da pena y te sientes incómodo de que
alguien sea tan servicial contigo.
Mr. Jean nos dejó en el metro y lo tomamos. Aquí son 4
líneas, pero es igual de sencillo que el de Toronto, en donde son dos. Arribamos
al Downtown y al salir del metro, con el primer impacto visual sentí una
emoción despavorida. ¡Un privilegio este de encontrarme en Montreal! La
arquitectura de los edificios públicos en las principales calles se torna al
afrancesamiento y todo con un toque de cálida elegancia.
Comenzó el espectáculo luminoso en el cielo y terminó
rodeado de nuestros aplausos. Caminamos por el pequeño Downtown e incluso por
Chinatown. Julio (Guatemala), Yoshi (Japón) y Yered (D.F.) planeaban entrar a
un antro, pero yo quise regresar a dormir, pues ya no daba más después de
tantas horas de viaje. Así que me acompañaron al metro, me dieron 1500
explicaciones: en qué estacion bajarme, qué camión tomar y en qué parada
descender para posteriormente caminar hacia mi nueva casa. Y allá iba, Agapo
Buendía, en otro de sus viajes, otra aventura que sería escrita, solo, en una
tierra lejana, desconocida, con todos sus días como hojas en blanco para
llenarlos con nuevos personajes y anécdotas de vida. Llegué a la estación
indicada, primer paso, donde bajé del metro. Subí, busqué la salida y tomé con
mucha incertidumbre el camión que habían indicado mis nuevos hermanos, segundo
paso. Esperé hasta llegar al McDonlads que me habían mencionado, que es donde
debía bajar, tercer paso, y lo hice obedientemente. Pero ya en la calle, de
pie, ya no supe qué más. En los suburbios todas las casas son iguales y caminé
un rato sin llegar a ninguna parte. Me sentí perdido y casi me dan ganas de
llorar. Ya quería regresarme a Torreón. Reflexioné que no era para tanto y que
mi miedo infantil de quedarme a vivir en la calle para siempre por un descuido
no iba a sucederme a mis 22 años de edad. De modo que telefoneé a Mr. Jean para
explicarle mi extraviada situación y éste muy pronto mandó a Veder (Siria) y a
Denisse por mi, pues sólo me encontraba a dos cuadras de casa.
Denisse es la única mujer que vive con nosotros, tiene
26 años y es de Veracruz. Se portó, como todos conmigo desde mi arribo, sumamente
amable. Conversamos mientras caminábamos hacia mi nueva casa y todavía pasó
otra hora en mi portal en lo que nos contamos nuestras vidas a grandes rasgos.
Aunque apenas es mi primer noche, el encontrar mexicanos me brinda una extraña
seguridad. Denisse se despidió con un beso y un abrazo. Entré a mi casa y de
inmediato tuve la visión más hermosa que haya tenido en mucho tiempo: al abrir
la puerta, mi habitación me esperaba solitaria, acogedora, cálida, silenciosa y
limpia. Reconocí mis adorados libros. Mi nueva cama y tele. Mi sillón. Mi
espejo y ropero. Ahora todo era perfecto y era nuevo y era mio. Aquí pasaré
largas horas de soledad y de silencio. De dormitar, meditar y escribir. Esta habitación será mi refugio, en donde recargaré
fuerzas y nadie podrá molestarme. Habitación con tu silencio, soy tu fan. Y
estas hojas en blanco, tan virginales, desde donde te escribo con mi pluma.
Estoy en Montreal y es de noche.
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