domingo, 5 de mayo de 2013

Carta 4


Cartas en Montreal IV

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA ASISTE A SU PRIMER DÍA DE CLASES EN DONDE CONOCE A UNA BELLEZA QUE LO CAUTIVA.


Mr.Jean me recogió temprano para enseñarme el camino que debo tomar para llegar a mi nuevo colegio. O academia, como dicen aquí. La Academia Lingüística Internacional. Subimos al camión, después al metro e hicimos una hora de camino. Mr. Jean se despidió una vez que me presentó con la directora académica, quien explicó mi situación: como están a una semana de terminar curso y el mío comienza hasta el próximo martes, esta semana estaré solo de oyente. Después, ya.

Las clases comenzaban a la una y el reloj dio la una. La maestra, una mujer blanca, alta, muy guapa y joven, con todo el estilo de una francesa, me presentó diciendo que estaré de oeyente y todo el salón me volteó a ver con inseguridad y de reojo. Alcancé a pronunciar un insulso “Hi!” levantando la mano y a media sonrisa, pero al terminar de hacerlo me sentí terriblemente estúpido.

La maestra me pidió que tomara asiento y sólo encontré vacío a un lado de una inocente japonecita, que me sonrió con amabilidad. Agapo Buendía a la conquista de Japón. Resultó que en mi salón hay más mexicanos que en una alameda en Día de la Independencia, de modo que me concentré en hacer lo que tan bien hago con las mujeres, a escucharlas.  

Llegó por fin el descanso, que cuando de clase de francés se trata y a pesar de mi pasivismo, la necesitaba con urgencia. El cerebro simplemente sufre. Me dirigí al comedor para comprar algo de comer y mi  soñado café. De pronto una espigadita mujer atrapó mi atención, blanca con el pelo cayéndole infantilmente sobre sus mejillas. Con  sonrisa extraviada, distraída, intentando encontrar algo. La vi y supe que le hablaría. Así que con familiaridad, me acerqué con mi café en mano.

-       ¡Hola! yo soy Agapo Buendía y soy de México.
-       ¿Cómo estás? Yo me llamo Daniela y también soy de México.

Daniela tiene ese brillo que anima a conversar como si nos conociéramos desde años. Delgada, frágil, como si la juventud la hubiera alcanzado sin avisarle y de pronto la hubiera convertido en mujer. Yo no apartaba la vista de sus ojos. Había algo que me extrañaba, tan misterioso y que a la vez me emocionaba. Entonces lo relacioné: ¡Se parecía tanto a Ellen Page! ¡Daniela era casi la gemela de la actriz! Los mismos ojos, la misma boca, incluso las mismas pecas. Daniela tan sencilla, risueña y con aires de estrella de Hollywood. Está por demás confesar que Daniela me gustó.

Terminó el descanso y había que entrar a clases. Ella se despidió explicandome en qué nivel de francés estaba y su horario. Yo le conté el mío. Nos despedimos y la vi marcharse para saber cuál era su salón (nivel cuatro, salón de la derecha, tercer puerta, ¡pero sh!)

Fui el primero en llegar al salón, en donde sostuve una agradable conversación con mi maestra en un extraño españoinglefrances. A las seis en punto finalizaron las clases y muy fatigado y abrumado por tanta palabra y reglas gramaticales nuevas, busqué a Daniela en el pasillo. La encontré sonriente, amable, rodeada de gente, aunque se acercó a mi para invitarme a que me sumara con ellos, puesi iban al cine. Le dije que sí, que iría. Que ir al cine para mi es la invitación perfecta. De modo que tomamos el elevador, éramos nueve personas, todos de México, y descendimos. Caminamos hacia el metro. Daniela y yo íbamos hasta atrás de todos, reanudando nuestra conversación de quiénes somos. Entonces comenzó a llover. Tuvimos que correr, riéndonos (aún no se de qué) hasta llegar a la estación. Me gusta estar con Daniela, pensaba. Abordamos el metro y minutos más tarde llegamos al Mall. Comimos. Esperamos. Compré nuestros boletos y seguimos esperando. Por fin, la sala de cine.

Lillo & Stich, la nueva de Disney. La oscuridad total, el murmullo, los tropiezos por los pasillos. Me sentía emocionado: todo era nuevo para mi. Se me ocurrió por supuesto tomar a Daniela de la mano. Quería besarla. De alguna extraña forma ya la amaba. Ella se mantenía junto a mi, me guiaba, me decía en dónde sentarme y qué comprar. No dejaba de burlarse de mi cara de perplejidad, pero es que su parecido a Ellen Page realmente me perturbaba.

Yo casi no hablaba con nadie, sólo con ella, a pesar de que todos son mexicanos y se supone que uno llega a otro país a conocer gente. Aún así, sentía sus miradas clavadas en nosotros porque:

a) Siempre que hay inicio de romance, hay metiches.

b) Yo era aún el chico nuevo de la Academia y, por lo tanto, la novedad.

c) Daniela les había hablado maravillas de mi y mi seriedad los había ciertamente decepcionado.

Finalmente acabó la función. Nos estiramos, seguimos riéndo y caminamos hacia el metro. Nos tocaba uno distinto, de modo que nos despedimos con un dulce “hasta mañana”. Ya era muy noche y aún pasó otra hora. Por fin llegué a mi estación y caminé hacia casa de Mr Jean. Entré a la cocina y encontré a Denisse, que cenaba sola. Decidí hacerle compañía comiendo a mi vez, pues moría de hambre. Conversamos vagamente, lavamos los platos y nos deseamos buenas noches. Salí para dirigirme a mi otra casa, en donde está mi verde, cálida y tranquila habitación. Finalmente acostado, observé fijamente el cielo através de la ventana, en donde distinguí que la noche era tan oscura pero con una impresionante luna llena.

Tan amarilla.

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