Cartas en Montreal XIV
QUE
TRATA DEL FRÍO QUE COMIENZA A SENTIR AGAPO BUENDÍA EN ESTOS DÍAS, DONDE AL
MENOS ENCONTRÓ LA SOLUCIÓN PARA NO SENTIRLO DE NOCHE; DICHA SOLUCIÓN FUE CERRAR
LA VENTANA DE SU CUARTO.
Afortunadamente
estamos en verano. A pesar de ser un resistente lagunero al haber nacido entre
las venas de tierra del desierto seco, en mis primeros días quebecois el calor fue
insoportable y se debe sobretodo a la humedad de esta ciudad, ya que Montreal
es una especie de pequeña península que es rodeada por dos ríos importantes, el
St Lawrence y el St Catarine. Sin embargo, los últimos días la ciudad ha
recordado que estamos a casi un paso del Polo Norte y un cruel gélido viento
sopla por las calles y cala hondo en mis sacrosantas piernas por la madrugada.
Desconozco si seguiré aquí en el invierno, pero es sabido que las temperaturas
descienden hasta menos treinta grados. Todo depende de mi ostracismo. No me
desagrada de hecho el frío, me gusta el frío de la misma forma que me gusta el
calor, pero el frío me da sueño (bueno, el calor también me da sueño) y de lo
que menos tengo tiempo en este viaje es de dormir.
Quizá has
notado la ausencia de Natalia en estas líneas desde aquella noche en que fuimos
al cine, nos tomamos de la mano y sin habértelo escrito, nos dimos unos cuantos
besillos. La verdad me le ando escondiendo. Su propuesta inicial del acostón
ciertamente me gustó, pero su no inmediatéz venía con trampa. Fue un error tomarle
la mano durante la película. Simplemente no puedo. No podría. Estoy aquí sin
fecha de retorno por asuntos de faldas y sería el colmo que a las tres semanas
ya esté de nuevo involucrado. Una cosa es coquetear con Daniela, jugar a que
ella era Ellen Page y andar de Casanova por ahí. Pero Natalia ha cambiado, me
pregunta cosas enojada de antemano y yo siento que debo responder bien. Y cuando
respondo bien viene una pregunta aún más difícil, cosas como si tuve libre de 4
a 6 por qué no le marqué. Si comí solo, por qué no la invité. Si fui a caminar
al puerto, por qué no le dije. Ella aún desconoce que yo soy un escritor que
nomás anda por ahí, sin ningún sentido, sin realmente un lugar a dónde ir. Que
batallo para recordar mi pasado y que no veo ningún futuro, entonces me salgo,
camino y vivo. Que nada está planeado, que las cosas no pasan o pasan y ya. Pero
llega, se hace la enojada, yo me pongo nervioso, me siento juzgado y sin darme
cuenta volví a entrar al viejo juego suicida. El arrepentiemiento de un beso,
así titularé mi próxima novela.
Por favor no
digan nada a mis padres, pues no les he marcado, sólo contestado algunos
emails, pero el lunes por la noche telefoneé a Pamela, una amiga de Torreón, y
lo hice porque necesitaba agua conocida y fresca en mi cerebro. ¡Qué agradable
es lo familiar! Nuestras conversaciones, nuestros chistes locales, su risa, el
diálogo en español que corre como cristalino río. La llamada duró cerca de dos
horas, ante la sorpresa de Igor, que se paseaba vigilante alrededor de la sala
en donde me encontraba hablando. Me medía y analizaba como si me estuviera
metamorfoseando. Cuando colgué, él no terminaba por entender de qué tanto se
puede hablar por teléfono durante dos horas.
- De cualquier
cosa- comenté- eso es lo que menos importa.
Se indignó,
renegó, reclamó, discutió, polemizó, profanó, gimió y ¡hasta se perfumó! (bueno
no, esto último no). Simplemente su cultura judeo-israelí no acepta una
conversación por teléfono de dos horas. Estuve a poco de decirle que sino es
porque Pamela esperaba una llamada de su padre, bien hubiéramos cumplido las tres
horas de conversación, o hasta más. Y es que, aquí entre nos, una tarjeta de
prepago de sólo 10 dólares canadienses hace maravillas. Pero mejor no entré en
detalles del costo-beneficio para no despertar sus pesados gritos de nuevo.
Juan Carlos, el
hijo de Mr. Jean y dueño de la casa en donde duermo y baño, ha colocado un DVD
en mi cuarto y me dejó también montones de películas para ver y que no me
aburra por la noche, según me explicó. Me las confió como sus mayores tesoros y
con todo el ánimo en su voz, lo cual agradezco en verdad profundamente:
conciertos de Jenifer Lopez y Mariah Carey; Películas de Jackie Chang, Van Dame
y Steven Segal. Agradecí de nuevo y nos dimos las buenas noches con toda
coordialidad. Cerré la puerta de mi habitación y me quedé observando los
montones de cajas con dvd´s. Sus más preciados tesoros. Volví a agradecerle
internamente. Abrí mi porta cd´s. Tomé el Concierto para Vioín y Flauta de
Wolfgang Amadeus, me puse los audifonos, me acosté boca abajo en la cama, abrí
este cuaderno y mientras se escucha la inmortalidad en este verde espacio reducido,
a las once cuarenta y cuatro de la noche, te escribo.
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