Cartas en Montreal XXXIV
QUE
TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA HACE EL OSO EN EL CINE, EXPERIMENTA ALGO EN UN
CAMIÓN Y SE VENGA MENTALMENTE DE LA SEÑORA DE LA CASA.
Como ya es
habitual, los señores de la casa provocan el mayor ruido posible a muy temprana
hora para molestar mi sueño. Debe darles coraje que cada noche llego pasadas
las doce y aún así me pongo a escribir. De modo que, sabiéndome desvelado, hacen
ruidos innecesarios y continuos que no cesan hasta que me meto a bañar.
Sin embargo,
esta mañana tuve una cierta recompensa con un gran sabor a venganza: me había
preparado mi desayuno (dos panes con mantequilla y mermelada, pues el
refrigerador no da para más) y al terminar, abrí el bote de la basura para
tirar las migajas y, cuál fue mi sorpresa que dentro del bote encontré ¡Dos
panes quemados! ¡Panes que se le habían quemado a la señora! Sonreí sin reír
(pues ella estaba cerca) y mi mente comenzó a trabajar con la voz de una niña
chiflada de seis años de edad:
- Aaay si, tu
mami no está aquí para hacerte el desayuno. Aaaay si, se te quemaron los panes.
Aaaay si, pobre de ti. Aaaay si, aquí no hay nadie para atenderte, Aaaaaaay
si.- Inchiii vieeee....j..a.
De muy buen
humor salí de la casa y esperé el camión. Éste arribó demasiado lleno y, no
obstante que soy delgado, batallé en entrar y lograr sostenerme de un tubo. En
cada parada, la gente subía y subía y casi nadie se disponía a bajar. ¡Realmente
estábamos apretados! ¿Qué el chofer no se daba cuenta? ¿Haría lo mismo si él
viniera incómodo y apretado acá atrás? Cuando pensaba que ahora sí era
imposible un cuerpo más, subían, de forma inverosímil, otras tres o cuatro
personas. Era tan apremiante la situación, que no pude evitar el pensar:
- ¿Qué pasaría
si alguien se tirara un pedo en estos momentos?
Nadie parecía
preocuparse por eso. Todos nos volteábamos a ver, esperanzados en que aunque
sea uno de nosotros se bajara, pero nadie lo iba a hacer. Seguiríamos así hasta
llegar al metro.
- Bueno -
pensé- vamos a ver qué pasa si alguien se tira un pedo en estos momentos...
Poco más tarde
llegué al Planetario de Montreal, pues siempre los he disfrutado mucho y son
raras las ciudades las que lo tienen. Como nadie quiso acompañarme (¿será que
no le avisé a nadie que venía?... puede ser) me formé solo para entrar y aunque
la espera fue muy larga, fue algo espectacular. El Planetario.
Por la noche,
al ser martes, tocaba ir al cine. Esta vez sólo fuimos Mr. Jean, Veder, Julio,
Ali y yo. Entramos a la sala y batallamos para encontrar lugar pues la sala
estaba casi llena. Además, yo llevaba una enorme bolsa de palomitas y un
refresco gigante. Coloqué el refresco en el porta vasos y comencé a deleitar
mis mantequillosos granos de maíz.
Segundos más
tarde, una mujer pidió el paso para atravesar nuestra fila y nosotros
levantamos los pies para cederle el paso. Lo completó y se sentó justo a mi
lado. Aparecieron sus amigas y nuevamente tuvimos que flexionar las rodillas
para que pasarla el desfile de bellezas quebecois, quienes se sentaron completando
las butacas vacías. Ahora sí estábamos completos, listos y llenos, no cabía un
respiro más. Antes de que apagaran las luces, volteé a verla de reojo, pero era
demasiado increíble que una mujer como aquella estuviese de la nada a mi lado.
De modo que dirigí mis ojos a su cara y me encontré con uno de los rostros más
bellos que he visto en mi vida. Sus grandes ojos verdes casi me convierten en
piedra, cual Medusa. Pelo rubio y rizado hasta los hombros. Piel fina y casi
morena. Boca delicada y nariz perfecta. Cuerpo de diosa y olor a menta, a fresa
y a manantial. Todo en ella era hermoso y radiante y enloquecedor. Las luces se
apagaron y me impidieron seguirla contemplando, pero comencé a llenarme de su
olor. Un olor que yo quería percibir a partir de ese momento y hasta el último
día de mi vejez. Quería tener ese olor en mi vida al despertarme, al vestirme y
al dormir. La amaba.
Comenzó
Señales, con Mel Gibson y muy pronto nos concentramos en la trama. Hay una
escena en los campos de trigo que, cuando menos te lo esperas, cuando la
historia ya tomó cierta tensión, pero en ese mismo instante no está pasando nada,
el pedro ladra, algo se mueve y… realmente me sentí asustado. Lo supe cuando
sentí mi cuerpo saltar de mi asiento.
Ahora bien,
imaginemos a Agapo Buendía tal como estaba segundos antes de esa escena del
susto: él había puesto el codo derecho en el apoyo y su sentado transmitía
seguridad en sí mismo, cosa que estaba consiguiendo. Mientras su antebrazo
tocaba la parte trasera del brazo de la bella mujer, él se sentía soñado. Su
cuerpo, apoyado a su derecha para percibir más de cerca el delicioso aroma que
desprendía semejante belleza. Comiendo palomitas con tal control de sí mismo.
Una pose galante, para resumir. En eso llega el susto y Agapo brinca. No quiero
decir que se zarandea o mueve sus hombros por el susto. No. Quiero decir que,
literalmente, sin exagerar, Agapo brinca de su asiento. Ese brinco provoca que
gran cantidad de palomitas salieran del bote y fueran a parar a todas partes, incluyendo,
por supuesto, el regazo de la bellaoliente mujer. Las palomitas en su pantalón
de mezclilla, en el mí, en el suelo, en el asiento de Veder y en los pies de la
musa. Y si no fuera suficiente eso, dejó escapar un ligero pero muy escuchable
grito de: ¡Ah!
Dios mío, ¿por
qué me ocurrirán todas estas cosas? Volteé para con ella, quien ya había
sacudido mis palomitas de sus esculpidas piernas tirándolas al suelo y,
probablemente tan rojo como un apenado jitomate, sólo conseguí decir:
- Im really sorry!
No contestó. O no pudo
contestar. O no quiso. Su risa era más poderosa que ella y, junto con el de sus
amigas, era un torrente de risas femeninas que atacaban directamente mi orgullo
masculino. Es cierto que probablemente se rieran por una parte por el susto que
ellas también recibieron, pues bien que también medio que saltaron, pero estoy
seguro que por otra parte gozaban de la cómica escena que yo les había
regalado: un tipo galanteando con toda la pose de un gran conquistador y a la
hora de la hora de los trancazos, brincando un metro de su asiento y regando
sus palomitas por todas partes y gritando un afeminado ¡Ah!
Aunque el resto
de la película la disfruté verdaderamente. No dejaba de preguntar:
- Tierra, ¿por
qué tardas tanto? ¿A qué hora me vas a tragar?
Ahora camino y
de cuando en cuando volteo hacia abajo, implorándole que lo haga.
Cuando
encendieron las luces y nos pusimos de pie, volteé a verla con una sonrisa y
con cara de “yo fui el que se asustó tanto y te llené de palomitas” ¿podríamos
comenzar de nuevo? Yo soy Agapo Buendía y te amo. Ámame de regreso”. Pero nos
pidieron el paso, tuvimos que alinearnos escondiendo la panza para que lograran
cruzar y se fueron para siempre.
¡Oh musa mía de
olor a menta y fresa, perdóname! Y considera la lluvia de maíz inflado como un
tributo a tu admirable belleza.
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