martes, 18 de junio de 2013

Carta 34


Cartas en Montreal XXXIV

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA HACE EL OSO EN EL CINE, EXPERIMENTA ALGO EN UN CAMIÓN Y SE VENGA MENTALMENTE DE LA SEÑORA DE LA CASA.


Como ya es habitual, los señores de la casa provocan el mayor ruido posible a muy temprana hora para molestar mi sueño. Debe darles coraje que cada noche llego pasadas las doce y aún así me pongo a escribir. De modo que, sabiéndome desvelado, hacen ruidos innecesarios y continuos que no cesan hasta que me meto a bañar.

Sin embargo, esta mañana tuve una cierta recompensa con un gran sabor a venganza: me había preparado mi desayuno (dos panes con mantequilla y mermelada, pues el refrigerador no da para más) y al terminar, abrí el bote de la basura para tirar las migajas y, cuál fue mi sorpresa que dentro del bote encontré ¡Dos panes quemados! ¡Panes que se le habían quemado a la señora! Sonreí sin reír (pues ella estaba cerca) y mi mente comenzó a trabajar con la voz de una niña chiflada de seis años de edad:

- Aaay si, tu mami no está aquí para hacerte el desayuno. Aaaay si, se te quemaron los panes. Aaaay si, pobre de ti. Aaaay si, aquí no hay nadie para atenderte, Aaaaaaay si.- Inchiii vieeee....j..a.

De muy buen humor salí de la casa y esperé el camión. Éste arribó demasiado lleno y, no obstante que soy delgado, batallé en entrar y lograr sostenerme de un tubo. En cada parada, la gente subía y subía y casi nadie se disponía a bajar. ¡Realmente estábamos apretados! ¿Qué el chofer no se daba cuenta? ¿Haría lo mismo si él viniera incómodo y apretado acá atrás? Cuando pensaba que ahora sí era imposible un cuerpo más, subían, de forma inverosímil, otras tres o cuatro personas. Era tan apremiante la situación, que no pude evitar el pensar:

- ¿Qué pasaría si alguien se tirara un pedo en estos momentos?

Nadie parecía preocuparse por eso. Todos nos volteábamos a ver, esperanzados en que aunque sea uno de nosotros se bajara, pero nadie lo iba a hacer. Seguiríamos así hasta llegar al metro.

- Bueno - pensé- vamos a ver qué pasa si alguien se tira un pedo en estos momentos...

Poco más tarde llegué al Planetario de Montreal, pues siempre los he disfrutado mucho y son raras las ciudades las que lo tienen. Como nadie quiso acompañarme (¿será que no le avisé a nadie que venía?... puede ser) me formé solo para entrar y aunque la espera fue muy larga, fue algo espectacular. El Planetario.

Por la noche, al ser martes, tocaba ir al cine. Esta vez sólo fuimos Mr. Jean, Veder, Julio, Ali y yo. Entramos a la sala y batallamos para encontrar lugar pues la sala estaba casi llena. Además, yo llevaba una enorme bolsa de palomitas y un refresco gigante. Coloqué el refresco en el porta vasos y comencé a deleitar mis mantequillosos granos de maíz.

Segundos más tarde, una mujer pidió el paso para atravesar nuestra fila y nosotros levantamos los pies para cederle el paso. Lo completó y se sentó justo a mi lado. Aparecieron sus amigas y nuevamente tuvimos que flexionar las rodillas para que pasarla el desfile de bellezas quebecois, quienes se sentaron completando las butacas vacías. Ahora sí estábamos completos, listos y llenos, no cabía un respiro más. Antes de que apagaran las luces, volteé a verla de reojo, pero era demasiado increíble que una mujer como aquella estuviese de la nada a mi lado. De modo que dirigí mis ojos a su cara y me encontré con uno de los rostros más bellos que he visto en mi vida. Sus grandes ojos verdes casi me convierten en piedra, cual Medusa. Pelo rubio y rizado hasta los hombros. Piel fina y casi morena. Boca delicada y nariz perfecta. Cuerpo de diosa y olor a menta, a fresa y a manantial. Todo en ella era hermoso y radiante y enloquecedor. Las luces se apagaron y me impidieron seguirla contemplando, pero comencé a llenarme de su olor. Un olor que yo quería percibir a partir de ese momento y hasta el último día de mi vejez. Quería tener ese olor en mi vida al despertarme, al vestirme y al dormir. La amaba.

Comenzó Señales, con Mel Gibson y muy pronto nos concentramos en la trama. Hay una escena en los campos de trigo que, cuando menos te lo esperas, cuando la historia ya tomó cierta tensión, pero en ese mismo instante no está pasando nada, el pedro ladra, algo se mueve y… realmente me sentí asustado. Lo supe cuando sentí mi cuerpo saltar de mi asiento.

Ahora bien, imaginemos a Agapo Buendía tal como estaba segundos antes de esa escena del susto: él había puesto el codo derecho en el apoyo y su sentado transmitía seguridad en sí mismo, cosa que estaba consiguiendo. Mientras su antebrazo tocaba la parte trasera del brazo de la bella mujer, él se sentía soñado. Su cuerpo, apoyado a su derecha para percibir más de cerca el delicioso aroma que desprendía semejante belleza. Comiendo palomitas con tal control de sí mismo. Una pose galante, para resumir. En eso llega el susto y Agapo brinca. No quiero decir que se zarandea o mueve sus hombros por el susto. No. Quiero decir que, literalmente, sin exagerar, Agapo brinca de su asiento. Ese brinco provoca que gran cantidad de palomitas salieran del bote y fueran a parar a todas partes, incluyendo, por supuesto, el regazo de la bellaoliente mujer. Las palomitas en su pantalón de mezclilla, en el mí, en el suelo, en el asiento de Veder y en los pies de la musa. Y si no fuera suficiente eso, dejó escapar un ligero pero muy escuchable grito de: ¡Ah!

Dios mío, ¿por qué me ocurrirán todas estas cosas? Volteé para con ella, quien ya había sacudido mis palomitas de sus esculpidas piernas tirándolas al suelo y, probablemente tan rojo como un apenado jitomate, sólo conseguí decir:

- Im really sorry!

No contestó. O no pudo contestar. O no quiso. Su risa era más poderosa que ella y, junto con el de sus amigas, era un torrente de risas femeninas que atacaban directamente mi orgullo masculino. Es cierto que probablemente se rieran por una parte por el susto que ellas también recibieron, pues bien que también medio que saltaron, pero estoy seguro que por otra parte gozaban de la cómica escena que yo les había regalado: un tipo galanteando con toda la pose de un gran conquistador y a la hora de la hora de los trancazos, brincando un metro de su asiento y regando sus palomitas por todas partes y gritando un afeminado ¡Ah!

Aunque el resto de la película la disfruté verdaderamente. No dejaba de preguntar:

- Tierra, ¿por qué tardas tanto? ¿A qué hora me vas a tragar?

Ahora camino y de cuando en cuando volteo hacia abajo, implorándole que lo haga.

Cuando encendieron las luces y nos pusimos de pie, volteé a verla con una sonrisa y con cara de “yo fui el que se asustó tanto y te llené de palomitas” ¿podríamos comenzar de nuevo? Yo soy Agapo Buendía y te amo. Ámame de regreso”. Pero nos pidieron el paso, tuvimos que alinearnos escondiendo la panza para que lograran cruzar y se fueron para siempre.

¡Oh musa mía de olor a menta y fresa, perdóname! Y considera la lluvia de maíz inflado como un tributo a tu admirable belleza.

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