martes, 11 de junio de 2013

Carta 30


Cartas en Montreal XXX

QUE TRATA DE LA DESAPARICIÓN DE LOS PRODUCTOS BÁSICOS DE LIMPIEZA EN LA CASA DONDE VIVE AGAPO BUENDÍA, QUE PIENSA ES UNA REPRESALIA POR PARTE DE LA SEÑORA DE LA CASA POR HABERLA DEJADO PLANTADA EN UNA CITA QUE TENIA CON ELLA PARA QUE LE CORTARA EL PELO.


Puede ser mi paranoica imaginación, pero también los hechos hablan por sí solos: tengo la vaga pero constante impresión de que la señora de la casa en donde duermo se ha hartado de mi, no obstante que nos vemos poco. En un principio, cuando apenas llegué, todo era amabilidad y exceso de preocupación hacia mis cosas y persona, situación que me incomodaba pero que no dejaba de agradecer.

En un momento dado, no nos vimos ni un sólo instante los señores de la casa y yo hasta por dos semanas. Ellos se van demasiado temprano a trabajar y yo llego demasiado tarde a dormir y me parece lo tomaron como falta de interés por mi parte hacia ellos.

No fue hasta el episodio de mi caótico desayuno cuando la señora apareció nuevamente en escena y no fue precisamente un buen recuerdo. Aun así, al ser ella estilista (ojo, no confundir con elitista, aunque quién sabe) le pedí que me cortara el pelo (pues ya traía un greñerío que mi gorra no puede esconder más) y quedamos cierto día a cierta hora ahí mismo en la casa. Fue aquella vez que estuve todo el día con Julia hasta muy adelantada la noche, de modo que no llegué. Aunque telefoneé varias veces para cancelar, nadie contestó en casa y no se dio por enterada.

Al día siguiente pedí disculpas por no haber llegado, di mis explicaciones y conté que había intentado en varias ocasiones cancelar. Agregué que realmente necesitaba ese corte, pues al día siguiente tenía la visita de negocios con el proveedor de mi padre. Su respuesta fue no, que porque tenía que ver un programa de televisión. La muy méndiga.

Desde entonces, nuestras palabras se limitan, sin exagerar, a una corta conversación de cortesía en inglés:

- Hi- cualquiera dice.

- Hello

- How are you?

- Fine, and you?

- Fine, thanks.

O bien, en francés:

- Salut!

- Bonsoir.

- ca va bien?

- ca va bien merci, et toi?

- moi aussi, merci.

Y ya. Es todo. Ni una sola palabra más. Es cierto que yo podría intentar romper el hielo y suavizar la situación, pero lamentablemente no estoy interesado en hacerlo. En absoluto. Cruelmente, me gusta más así. No tengo que platicar sobre mis actividades y acciones, ni me tengo que chutar aburridas pláticas en las que tengo que sonreír.

De modo que he resentido su resentimiento (valga el juego de palabras): hace una semana que no hay servilletas en la cocina (cosa que no tolero ni aquí, ni en mi casa de Torreón, ni en ningún lugar, pues no aguanto ni tres segundos con las manos sucias) el shampoo ha brillado por su ausencia desde hace cuatro días (yo tengo uno en mi cuarto, pero me habían dicho que usara el del baño para que no gastara). Y, el colmo, esta mañana no había papel de baño y me di cuenta hasta que ya había acabado de hacer (no hace falta decir qué). Esta situación es mas embarazosa de lo que parece, pues si no soporto tener las manos sucias, menos en aquél otro lugar. ¿Que cómo lo resolví? Esculqué todos los cajones y puertas de la cocina y del cuarto de lavado y después de diez minutos de búsqueda desesperada, encontré un rollo a medio usar debajo de la cuna de la niña. Servía. De modo que me serví de el.

Sea como sea, trato de pasar el menor tiempo posible en la casa. La noche del jueves, como le había prometido, llevé a Julia al béisbol. Vimos a los Expos de Montreal enfrentar a las Mantarrayas de Tampa Bay, fue maravilloso. El estadio es tan elegante y presume majestuosidad; el partido excelente. Nuestros asientos VIP muy cómodos y en el mejor lugar. Las dos mega cervezas que me tomé, deliciosas. La compañía de Julia muy agradable. Mi explicación del cómo se juega al béisbol a ella muy explícita y su rapidez de comprensión impresionante. La noche lluviosa y fresca. El metro de regreso a reventar. Nuestras risas continuas. Nuestras mentes fotografiando momentos a recordar. Montreal protegiéndonos con sus edificios, mientras buscábamos el camino de regreso por sus calles empapadas, encantado de adoptarnos por una temporada como sus habitantes.

Fue una noche feliz, nos sentíamos, quizá por primera vez, pues eso logra el deporte, tan parte de Montreal, ignorando que Julia pronto estaría en España y que mi regreso a la Laguna estaba ya firmado.

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