Cartas en Montreal XXX
QUE
TRATA DE LA DESAPARICIÓN DE LOS PRODUCTOS BÁSICOS DE LIMPIEZA EN LA CASA DONDE
VIVE AGAPO BUENDÍA, QUE PIENSA ES UNA REPRESALIA POR PARTE DE LA SEÑORA DE LA
CASA POR HABERLA DEJADO PLANTADA EN UNA CITA QUE TENIA CON ELLA PARA QUE LE
CORTARA EL PELO.
Puede ser mi paranoica
imaginación, pero también los hechos hablan por sí solos: tengo la vaga pero
constante impresión de que la señora de la casa en donde duermo se ha hartado
de mi, no obstante que nos vemos poco. En un principio, cuando apenas llegué,
todo era amabilidad y exceso de preocupación hacia mis cosas y persona, situación
que me incomodaba pero que no dejaba de agradecer.
En un momento
dado, no nos vimos ni un sólo instante los señores de la casa y yo hasta por
dos semanas. Ellos se van demasiado temprano a trabajar y yo llego demasiado
tarde a dormir y me parece lo tomaron como falta de interés por mi parte hacia
ellos.
No fue hasta el
episodio de mi caótico desayuno cuando la señora apareció nuevamente en escena
y no fue precisamente un buen recuerdo. Aun así, al ser ella estilista (ojo, no
confundir con elitista, aunque quién sabe) le pedí que me cortara el pelo (pues
ya traía un greñerío que mi gorra no puede esconder más) y quedamos cierto día
a cierta hora ahí mismo en la casa. Fue aquella vez que estuve todo el día con
Julia hasta muy adelantada la noche, de modo que no llegué. Aunque telefoneé
varias veces para cancelar, nadie contestó en casa y no se dio por enterada.
Al día
siguiente pedí disculpas por no haber llegado, di mis explicaciones y conté que
había intentado en varias ocasiones cancelar. Agregué que realmente necesitaba
ese corte, pues al día siguiente tenía la visita de negocios con el proveedor
de mi padre. Su respuesta fue no, que porque tenía que ver un programa de
televisión. La muy méndiga.
Desde entonces,
nuestras palabras se limitan, sin exagerar, a una corta conversación de
cortesía en inglés:
- Hi- cualquiera dice.
- Hello
- How are you?
- Fine, and you?
- Fine, thanks.
O bien, en francés:
- Salut!
- Bonsoir.
- ca va bien?
- ca va bien merci, et toi?
- moi aussi,
merci.
Y ya. Es todo.
Ni una sola palabra más. Es cierto que yo podría intentar romper el hielo y
suavizar la situación, pero lamentablemente no estoy interesado en hacerlo. En
absoluto. Cruelmente, me gusta más así. No tengo que platicar sobre mis
actividades y acciones, ni me tengo que chutar aburridas pláticas en las que
tengo que sonreír.
De modo que he
resentido su resentimiento (valga el juego de palabras): hace una semana que no
hay servilletas en la cocina (cosa que no tolero ni aquí, ni en mi casa de
Torreón, ni en ningún lugar, pues no aguanto ni tres segundos con las manos
sucias) el shampoo ha brillado por su ausencia desde hace cuatro días (yo tengo
uno en mi cuarto, pero me habían dicho que usara el del baño para que no
gastara). Y, el colmo, esta mañana no había papel de baño y me di cuenta hasta
que ya había acabado de hacer (no hace falta decir qué). Esta situación es mas
embarazosa de lo que parece, pues si no soporto tener las manos sucias, menos
en aquél otro lugar. ¿Que cómo lo resolví? Esculqué todos los cajones y puertas
de la cocina y del cuarto de lavado y después de diez minutos de búsqueda
desesperada, encontré un rollo a medio usar debajo de la cuna de la niña.
Servía. De modo que me serví de el.
Sea como sea,
trato de pasar el menor tiempo posible en la casa. La noche del jueves, como le
había prometido, llevé a Julia al béisbol. Vimos a los Expos de Montreal
enfrentar a las Mantarrayas de Tampa Bay, fue maravilloso. El estadio es tan
elegante y presume majestuosidad; el partido excelente. Nuestros asientos VIP muy
cómodos y en el mejor lugar. Las dos mega cervezas que me tomé, deliciosas. La
compañía de Julia muy agradable. Mi explicación del cómo se juega al béisbol a
ella muy explícita y su rapidez de comprensión impresionante. La noche lluviosa
y fresca. El metro de regreso a reventar. Nuestras risas continuas. Nuestras
mentes fotografiando momentos a recordar. Montreal protegiéndonos con sus
edificios, mientras buscábamos el camino de regreso por sus calles empapadas, encantado
de adoptarnos por una temporada como sus habitantes.
Fue una noche
feliz, nos sentíamos, quizá por primera vez, pues eso logra el deporte, tan
parte de Montreal, ignorando que Julia pronto estaría en España y que mi
regreso a la Laguna estaba ya firmado.
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