lunes, 10 de junio de 2013

Carta 29


Cartas en Montreal XXIX

QUE TRATA DE CUANDO AGAPO BUENDÍA SE CONVIERTE EN TODO UN EJECUTIVO DE NEGOCIOS AL REALIZAR VISITAS DE TRABAJO, AUNQUE LO RESCATABLE DEL DÍA HAYA SIDO HECHO QUIZÁ POR ALGUN OTRO. U OTRA. O POR NADIE. CON ESTOS TÍTULOS UNO YA NUNCA SABE.


Tenía que estar muy temprano en la estación del metro más lejana a mi casa, lugar que me tomaría una hora y media en llegar. De modo que abrí los ojos a las cinco y media de la mañana. El despertador sonaba con ira y por querer apagarlo de inmediato tumbé varias cosas. Era hora de levantarse.

A las ocho había finalmente llegado puntual a tal estación. Ahí me esperaba el vicepresidente de tal compañía y es que la historia es esta: Mi padre hace negocios con una compañía de aquí, de modo que como visita de cortesía, cual embajador, se me asignó la tarea de ir a la planta, conocer el personal, las instalaciones, hacer preguntas, interesarme con las explicaciones, comer con el mencionado, ser amable, caer bien, etc... No entraré en detalles de lo que hice en la fábrica porque si hacerlo fue aburrido, leerlo lo será más. Fue un día de trabajo cualquiera.

Sólo te comentaré que a los dos restaurantes que fuimos, uno para desayunar y el otro para comer, eran de lujo. Y vaya que me desquité de los meses que tengo de mal comer, pues Mr Jean nos ve a todos como sus Oliver Twist y prepara grandes hoyas con espaguetti, arroz y si bien nos va a veces (muy a veces) le pone albóndigas. Y Ya. Somos como presidiarios, pero de hambre no nos morimos. En el restaurente me sentía como el Chavo del Ocho cuando lo invitan a desayunar, hacía los mismos ojitos y me humedecía la lengua igual. Cuando me trajeron el filete de carne, gruesa, jugosa, cocida, quemadita y con hueso, mis ojos se iluminaron y apenas me detenía a respirar mientras comía. Todo era comer comer comer. El señor me preguntó:

- ¡Quiero tu secreto para comer mucho y estar delgado! ¿Pues en dónde te cabe tanta comida?

- ¿Comida? - contesté- ¡¿en dónde hay mas comida?!

Y es que la diferencia de horas entre el desayuno y la comida fueron de tan sólo tres. En esas dos comidas me deglute en total: dos huevos estrellados, papas rayadas, cinco trozos de tocino, dos hot cakes con su miel, un sándwich de jamón y queso, frijoles de los de acá, un plato con fruta, café, jugo, ensalada, una papa gigante con queso derretido y tocino en tritura al interior y el ya mencionado y glorificado y celestial y magnífico bistec al que milagrosamente le dejé el hueso y no succioné el tuetano sólo porque si mi madre se entera, me mata.

Mi padre habló conmigo en la noche diciendo que mi visita a la planta había sido del todo positiva y que sus proveedores estaban muy contentos. Soy un buen muchacho.

Un buen muchacho que festeja todo, al final de la visita y a manera de cortesía, el vicepresidente de la compañía me regaló dos boletos para ir al béisbol a ver a los Expos de Montreal. Son en la mejor sección, sellado el símbolo de VIP y con asientos reservados.

Cuando regresé a casa, muy tarde, estaban mis hermanos con Julia a la mesa y todavía tuve el descaro de cenar el mencionado espagetti con arroz. Uno no puede darse el lujo de andar despreciando rutinas.

- No hagas planes el jueves por la noche - Dije a Julia.

- ¿Por qué?

- Te tengo una sorpresa. Tu nada más no hagas planes.

- ¡¿Cuál sorpresa?! ¿¡Cuál?! ¿¡Cuál?!

- ¡Una! ¡Una!

No recuerdo cómo, pero mi sorpresa dejó de serlo en tres o cuatro minutos. Tuve que confesárselo o no tendría paz por el resto de mis días, pues Julia revoloteava a mi alrededor con preguntas inquisidoras. Al saberlo, me abrazó de la emoción y se lo contó a todos. Ahora la tortura fue que mis amigos querían que no invitara a Julia, que ni conoce el juego y que llevara a alguno de ellos. Recibí todo tipo de propuestas sobornables. Pero prefiero la compañía femenina. En fin, iríamos a un juego oficial de béisbol en el mismísimo Estadio Olímpico de Montreal. Eso era algo muy bueno.

Continuaba la noche y mi cuerpo y mi mente pedían a gritos desesperados un merecido descanso. Había dormido poco la noche anterior porque habíamos ido todos juntos al cine a ver Austin Powers 3 y fue tanto el reír que mis mandíbulas y cachetes terminaron por dolerme. No reía tanto desde la última vez que vi a mis amigos de Torreón, en mi cena de despedida.

Habiendo comido por fin carne real. Tan jugosa y llena de proteinas, mi estómago y alma se sentían contentos. No voy a mentir, pero incluso comencé a ver mejor, como si mis ojos tuvieran de nuevo la capacidad de enfocar las cosas. Tan importante es consumir el alimento al que por vida hemos estado acostumbrados. Como lagunero tengo la obligación de ser carnívoro y es algo que me ha faltado estos meses. Quería dormir y disfrutar mi sueño. Me sentía bendecido. Agradecí la comida y la oportunidad de estar vivo.

No importaba que hubiera faltado a clases, que tuviera tanto sin saber de Natalia, la tortuosa presencia de Kosué ni que me urgiera tener calzones limpios. No importaba, la vida era buena.
La noche era estrellada y tiritaban, azules, los astros a lo lejos...

... así que recordé algunos momentos de mi vida
minutos antes de quedarme dormido.

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